• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

En los regímenes democráticos, las condiciones de salud, física y mental de una persona pública deberían caer en la jurisdicción de la información pública. La gente necesita saber si su representante sigue apto para gobernar, legislar o firmar sentencias. No se trata, por tanto, de una exposición para denigrarlo en su dignidad. Al contrario, es para preservarla, con gesto de humanidad.

Peor resulta cuando el entorno y sus compañeros de causa ocultan o minimizan la gravedad del mal que padece el político tratando de utilizarlo, en el caso de que tenga alguna gravitación en el electorado, como bandera proselitista. El conflicto que rodea al ex presidente de la República, actual senador y nuevamente candidato a la Cámara Alta, Fernando Lugo, es una oportuna convocatoria para la reflexión y el debate jurídico para iluminar los límites entre el juramento hipocrático de su médico de cabecera y la publicidad de un asunto que no puede ser secuestrado de la opinión ciudadana.

Por si nos sirva de consuelo, cuando François Mitterrand falleció en enero de 1996 salió a luz que padecía de cáncer de huesos y de próstata desde 1981, es decir, el año en que asumió por primera vez como presidente de la República de Francia, cargo que ejerció durante catorce años. Su enfermedad solo fue revelada el 11 de setiembre de 1992, a dos años y medio de concluir su segundo mandato de siete años, en vísperas de una operación quirúrgica, de acuerdo con las crónicas de la época. El hermetismo con que se manejó tan delicada cuestión fue justificado con la figura de “secreto de Estado”. El neurólogo y ex ministro laborista de Asuntos Exteriores británico, David Owen, en su libro “En el poder y en la enfermedad” está convencido de que la “mala salud” de Mitterrand influyó negativamente en algunas de sus decisiones.

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El accidente cerebrovascular que sufrió Fernando Lugo fue comunicado oficialmente ese mismo día: 10 de agosto del 2022. El miércoles 7 de setiembre fue trasladado a una clínica de Buenos Aires en procura de un mejor tratamiento. A partir de ese momento, la evolución del ex obispo de San Pedro se manejó con absoluta reserva, prácticamente en secreto, con espacios vacíos que alimentaban la especulación y los rumores. En ese tiempo, el Frente Guasu Ñemongeta experimenta una inesperada fractura como resultado directo de la ausencia de su timonel. Un indicador con el que un buen lector de entrelíneas ya podía presagiar la gravedad de su condición.

Un grupo permanece dentro de la Concertación Nacional y otro, integrado por el círculo más íntimo de Lugo, decide acompañar el proyecto de La Nueva República. Desde entonces, el peregrinaje hasta Buenos Aires se volvió incesante. Efraín Alegre, candidato del frente opositor, asegura contar el apoyo de quien en el pasado fuera defenestrado con su voto de la Presidencia de la República. También viajan hasta la capital argentina los adherentes de Euclides Acevedo, pero lo hacen con más discreción y prudencia. El viernes 24 de marzo retorna al país para continuar su proceso de recuperación. Su yerno, Luis Paciello, se declara tácita y unilateralmente heredero de su suegro. Impide la visita de uno de los hijos del ex mandatario y se apodera de sus redes sociales, de acuerdo con las denuncias de Viviana Carrillo y Diego Verón de Astrada, respectivamente.

La crisis en torno a Fernando Lugo se torna insostenible y explota. El senador (y otra vez candidato) Miguel Fulgencio Rodríguez confirma el 17 de abril que su amigo personal tiene afasia. La primera vez que escuché el término fue cuando la esposa de un joven intelectual de la Asociación Nacional Republicana respondió a mis insistentes llamadas y mensajes para comentarme que su marido padecía de dicha enfermedad, que por eso no podía atenderme ni contestarme. Tiene como una disociación, me explica, entre el pensamiento y la expresión verbal. Y me grafica con un ejemplo: “Cuando me pidió su cédula de identidad, me dijo: ‘ese papel que tiene mi fotografía’”. La afasia ganó notoriedad mundial cuando le fue diagnosticado a un actor muy querido, que ya le imposibilitaba seguir trabajando: Bruce Willis. En la página del Instituto Nacional de la Sordera y otros Trastornos de la Comunicación de los Estados Unidos puede leerse que la afasia “afecta la comprensión de lo que dicen los demás, así como el habla. También afecta la lectura y escritura”.

Inmediatamente después de las declaraciones del senador Rodríguez, ratificada por Luis Paciello, el doctor Jorge Querey, candidato a vicepresidente de Euclides Acevedo, alegando razones éticas, decidió “dar un paso al costado en la responsabilidad del cuidado médico (de Fernando Lugo) hasta la conclusión de este proceso electoral”. Y ahí se plantea el dilema entre “el secreto profesional” y “el derecho a la información” cuando se trata de una persona pública. El ya citado Owen se plantea el mismo interrogante, pero con una respuesta subyacente: “¿Deben estos (los médicos) lealtad exclusiva a su paciente, como sucedería normalmente, o tienen la obligación de considerar la salud pública de su país?”. Aclaremos que se refiere a jefes de Estado, aunque, por analogía, podemos utilizar también su reflexión para otros casos que involucren a políticos en cargos de relevancia.

Una argumentación válida podemos encontrarla en el trabajo “Acceso a la información de la salud de los jefes de Estado”, elaborado por el Instituto de Derecho y Economía Ambiental (IDEA) de nuestro país y publicado bajo el sello de la Alianza Regional por la Libre Expresión e Información, en que se concluye que debe garantizarse “el derecho de los ciudadanos a conocer sobre las enfermedades de sus presidentes cuando estas son graves y pueden afectar su desempeño o la gobernabilidad”.

Ese derecho, insistimos, debe ampliarse a todas las autoridades de los tres poderes del Estado. Si la situación de Fernando Lugo se hubiera manejado con mayor trasparencia, se le habría evitado lamentables manoseos y exhibiciones públicas que evidencian su deteriorada salud. ¡Déjenlo en paz! Quizás así pueda recuperarse más rápida y satisfactoriamente. Buen provecho.

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