Vivir en un mundo incierto y caído, lleno de incertidumbre por el futuro, temor por la enfermedad o la muerte de uno mismo o de alguien que amamos; la violencia y deslealtad, tan comunes en el ser humano, y además los medios de comunicación, en general, que nos bombardean con problemas que no son nuestros y que no podemos resolver, nos agobian aún más.

A todo esto, el sistema del mundo quitó a Dios y, al quitarlo, quitó también la trascendencia. Sin Dios no hay esperanza, puesto que la idea de Dios conlleva trascendencia y seguridad ya que, de alguna manera, nos hace creer que esta vida no lo es todo, que en algún momento habrá justicia ante tantas injusticias que vemos y que, por fin, alguien premiará al bueno y castigará al malo, cosa que todos normalmente desearíamos.

El sistema sustituyó a Dios por el ego y el orgullo. A la vez que quita a Dios del medio exalta la egolatría humana: “tú puedes”, “eres especial”, “crea tu propio destino”, “la felicidad te espera”, “todo lo que deseas te llegará”, “eres único”, “mereces ser feliz” y un montón de slogans que nos meten a la fuerza en la cabeza y nos cargan aún más, porque la verdad es que la mayoría no puede, no se siente especial (ni lo es), no tiene control de su presente –menos de su destino–, la felicidad les espera, pero, ¿dónde? “No me llega todo lo que deseo; muchas veces, me llega justamente lo que no deseo, no soy único y no siento que merezca ser feliz, y si lo siento tampoco hace la diferencia, ya que, al fin y al cabo, no soy feliz”, dicen millones de personas en todo el mundo.

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Están buscando cosas que les den significado y están sumidos en egoísmo y autosatisfacción. No hay contentamiento, paz, ni gozo duradero, todas esas cosas han sido reemplazadas por placer y libertinaje disfrazado de libertad y, en vez de paz, tenemos una negación de nuestra realidad para autoengañarnos. La vida pasa rápido y, sin darnos cuenta, ya estamos en una edad adulta y sentimos cada vez más que todo lo que hemos hecho no fue más que afán y trabajo fatigoso, en el cual no hay contentamiento. Muchos se sienten como el rey Salomón que, elocuentemente, describió esta realidad: “Porque, ¿qué tiene el hombre de todo su trabajo, y de la fatiga de su corazón, con que se afana debajo del sol? Porque todos sus días no son sino dolores, y sus trabajos molestias; aun de noche su corazón no reposa. Esto también es vanidad” (Eclesiastés 2:22-23). Este pasaje describe la inconformidad humana, en general, ante una vida tan corta y dura.

Hay tres cosas básicas o realidades que todo ser humano necesita. Podríamos decir que es el “mínimo irreducible”. Sin estas tres cosas básicas no podremos hallar contentamiento en nada: una es el amor. Necesitamos ser amados, necesitamos ser amados incondicionalmente, necesitamos ser amados abundantemente y necesitamos ser amados por alguien que conoce nuestras fallas y aún así nos ama.

En segundo lugar, necesitamos alguien en quien confiar (fe), alguien en quien creer, alguien que esté comprometido con nuestro bienestar, alguien a quien podamos confiar nuestras vidas, que sea lo suficientemente generoso y poderoso, que tenga los recursos para asegurarnos en medio de un mundo inseguro y que tenga el poder de rescatarnos de todos los problemas.

Lo tercero que necesitamos es esperanza, Necesitamos saber que hay un futuro, saber que hay un plan y un propósito y que en el futuro algo bueno va a pasar y que será mucho mayor y mejor que cualquier experiencia mala que hayamos pasado en nuestras vidas. Amor, fe y esperanza. 1 Corintios 13:13 dice: “Y ahora, permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de todos es el amor”.

Todo esto lo tiene Jesucristo, quien nos ama, podemos confiar en Él y nos da esperanza.

Etiquetas: #seres#humanos

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