• Por Eduardo “Pipó” Dios
  • Columnista

Cuando existían las famosas y vilipendiadas listas sábana era común poner a la cabeza al más o la más presentable, de modo a que la fotito que apareciera encabezando la lista sea para el cargo plurinominal que sea, atraiga de alguna manera al elector y abajo se metían a los menos presentables que ponían plata o votos para aparecer ahí camuflados y asegurando la banca.

Con el nuevo sistema, esto ya no es un negocio seguro; si estás en un partido donde las internas son reales te pueden poner primero, pero en las internas te vas afuera o bien al fondo, si no tenés votos, ya sea por estructura o porque sos muy popular. Entonces, hay que trabajar, aceitar bien la maquinaria y ver que te salga bien. Aun así, después en las generales te pueden volver a mandar al fondo y no llegar, por lo que el esfuerzo es doble.

En los partidos chicos o los de maletín, la interna es un trámite trucho donde se simula una elección a puertas cerradas, se carga ordenadamente la urna para cumplir “gua’u” con la ley electoral y te aparecen los ganadores con 34 votos, 183, 73 y demás. Patético, ya que es más que evidente que es una burla de la ley, pero nadie hace nada porque a nadie parece importarle. Luego, por supuesto, estos electos “dedocráticamente” por ser los dueños de los partidos se llenan la boca hablando de “democracia”, “participación”, “representación” y demás discursos hipócritas como si los votantes fueran todos mononeuronales.

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Pero como se sabe que estas listas sábana, disfrazadas de listas abiertas o desbloqueadas no atraen a nadie, hay que buscar nombres para rellenar y perfumar el muerto. La idea es que parezca una “lista de notables” que “representa lo más granado de la sociedad civil honesta y transparente con un historial de lucha blablablá...”.

Y ahí salen a la caza de incautos con ganas de figurar un par de meses hasta ser fagocitados por los aparatitos partidarios, o gente que en serio ha hecho algún o mucho mérito, pero que no se dan cuenta de que la usan para colgarse de su nombre y después desecharla como una servilleta de papel usada (nótese la delicadeza de la alegoría e imagínese qué querría usar…, pero…).

Estos pobres ciudadanos en su inocencia o en su vyrochusquismo se tragan la pildorita de los badulaques que los convocan y ponen su cara, nombre, tiempo y plata para la campaña, luego consiguen unos cuantos cientos de votos entre sus familiares, ex compañeros de estudios, algún feligrés de su misma iglesia o los conocidos que hacen algún riguroso análisis tipo “miráaaa fulano anga se candidata, pobrena, vamos a votarle, cómo pio no si este buen señor...”.

Y así le van sumando sus 100, 400 o de por ahí hasta mil votitos, para que, después, el o la pilla que armó la lista y tiene su estructurita con la plata aportada por nuestros próceres y generalmente con lo que recaudó en el anterior cargo sume los votos necesarios para entrar al Congreso o a la junta departamental o municipal, y a olvidarse por 5 años de sus prestigiosos y notables amigos que volverán a sus cotidianas vidas con la mente puesta en una dolorosa realidad y análisis como “pero cómo pio saqué 703 votos si yo tengo 3.500 seguidores en Twitter...” y cosas así.

Señores, señoras, señoritas, déjense de perfumar muertos, de apoyar a figuretis que luego se pasan 5 años tranzando con quién da más y que, cada vez que ustedes osen reclamar alguna trapisonda de la porquería a la que ayudaron a entrar, alguien les recuerde amablemente y con una foto del afiche o gigantografía que pagaron ustedes, que está ahí por culpa vuestra.

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