• Por Eduardo “Pipó” Dios
  • Columnista

“Chiquitín” Maluff era un personaje de la farándula asuncena de los 70/80, “Chiquitín” era una mezcla de bandido-Robin Hood-mecenas de artistas paraguayos, que “falsificaba” a los artistas internacionales ricos y con eso financiaba a los pobres locales. En un mundo, como el de entonces, donde el ser “contrabandista” era una actividad prestigiosa, donde ser usurero y prestar en negro a tasas grotescas de interés se consideraba ser empresario, y donde el auto mau era una cuestión normal que no implicaba ninguna sanción al propietario; “Chiquitín” era uno más. Con la salvedad de que no buscaba hacerse rico, ni como barón de Itaipú, ni despachante de aduanas ni funcionario, sino que vivía la vida.

Vaya esta pequeña biografía completa y no autorizada del buenazo de “Chiquitín” para recordar una de sus fabulosas definiciones, la de los “honestitos”, esos que se escandalizaban por las ilegalidades, pero tenían más techo de vidrio que la Basílica de San Pedro. Metidos en cuanto fato podían, pero siempre calladitos, menos a la hora de opinar sobre los demás. Pontificando y dando cátedras de moral.

Los honestitos son una plaga bíblica que no se termina, pululan en fundaciones con nombres pomposos, congregaciones religiosas más parecidas a clubes sociales y ONGs con supuestos fines altruistas. Se unen para ofrecernos soluciones mágicas para decirnos qué tendríamos que hacer para ser Finlandia, mientras siguen en sus negocios turbios con cuanto delincuente les aparezca cerca. Buscando evadir impuestos con contadores con la creatividad e imaginación de un Miguel Ángel o un Da Vinci, proveyendo a ese Estado al que dicen detestar, coimeando con esos funcionarios a quienes rechazan en público y agasajan en privado, y aliándose a políticos corruptos de cualquier color y signo, si es que no crean sus propios partidos de maletín donde se aplauden unos a otros y mantienen el status quo.

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Los honestitos nos quieren vender que están en la búsqueda de un país mejor, mejor para ellos, donde todos (ellos) puedan tener las mejores oportunidades para progresar (más aún) y donde los pobres puedan acceder a una casilla de madera construidas los fines de semana por sus hijos con la plata que le sacan a la gente en los semáforos con una alcancía y una hermosa remera una vez al año. Al final, la gente que les va a servir de empleada doméstica, jardinero, chofer o lo que haga falta tiene derecho a un techito, no sea que se engripe y falte al trabajo.

Los honestitos hoy nos quieren enchufar a uno de sus productos de laboratorio, la “Sole”, que creen podrá manejar o, eventualmente, desplazar al delincuente y megalómano Efraín del poder, si hiciera falta, para imponernos su mundo donde ellos se seguirán forrando y donde los pobres serán igual de pobres, pero con una casilla de madera y un crédito interminable que les darán sus bancos y financieras.

Son los “políticamente correctos”, y si la corrección política hoy dicta una cosa y mañana otra, ellos son los primeros en subirse.

Afortunadamente, ni va a ganar Efraín, ni van a seguir con sus privilegios malhabidos blanqueados a través de un par de generaciones de empresas pseudotransparentes y serias. Por suerte hay un futuro mejor para todos, no solo para su casta y su prole.

Etiquetas: #Honestitos

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