En pleno siglo XXI, la importancia que reviste para cualquiera de los seres humanos tener implícito una cultura del ahorro, que le pueda servir de soporte/ayuda en un momento determinado, ante imprevistos o imponderables que se pueden presentar en cualquier momento de nuestras vidas, sigue siendo bastante limitado por diversas razones o circunstancias.

Uno de los grandes problemas que seguimos afrontando es la informalidad que existe dentro del ámbito laboral, donde tenemos a cientos de empresas que no les pagan a sus funcionarios tan siquiera el salario mínimo legal, y ni tampoco poseen un seguro social del IPS al no ser aportantes.

A esa masa de gente que apenas sobrevive con su escasísimo nivel de ingresos en un momento en que nuestra economía sigue pasando por una de las coyunturas más desfavorables con una sensible disminución del poder de compra sería algo utópico pedirles que ahorren cada mes una parte de sus ingresos, pues más bien viven permanentemente sobreendeudados o “bicicleteando” como se lo conoce en la jerga popular.

En contrapartida, tenemos muchos otros cuya relación ingresos vs egresos les permitirían destinar un porcentaje no menor del 10% de sus ingresos al buen hábito del ahorro; pero sin embargo son pocos los que lo hacen prefiriendo vivir el día a día gastando todo lo que reciben de salario, e incluso muchos de ellos llegado el 15 de cada mes ya están haciendo de nuevo “el famoso vale quincenal”.

Si uno se pone a preguntar, ¿por qué nuestra gente es reacia o poco proclive al buen hábito del ahorro? Una de las causas fundamentales radica en la escasa o muy limitada educación financiera que tenemos, y no se ponen a hacer una autorreflexión acerca de los efectos positivos que sería destinar mes a mes una partecita de sus ingresos y mantenerlo en una caja de ahorros, que de hecho podrá sacarnos de apuro en más de una ocasión ante imponderables que se puedan presentar y como ha ocurrido con mucha gente durante la última pandemia sanitaria.

Queda aún un largo trecho por recorrer para insertar “dentro del chip mental” de nuestra gente la importancia que reviste fomentar la cultura del ahorro en una primera fase y luego la inversión, una vez que dispongamos de un mayor margen de disponibilidad que nos puedan generar retornos interesantes en concepto de intereses devengados.

Los haberes jubilatorios si bien nadie duda de su importancia, tengamos en cuenta que no son ajustados muchas veces en función a los niveles de inflación, haciendo que los ingresos nominales prácticamente queden “semicongelados en el tiempo”, afectando en forma directa a nuestra capacidad adquisitiva, lo cual también se ha sentido con la última escalada inflacionaria que hemos tenido.

El objetivo primario de cualquier persona debería ser trabajar duro hasta los 65 años e ínterin ir acumulando ciertos niveles de ahorros que llegado el momento les vayan generando ingresos pasivos, independientemente a los haberes jubilatorios que pudiera tener, con lo cual estaría en condiciones de llevar un estándar de vida un poco más holgado, permitiéndoles incluso la posibilidad potencial de tomarse cada año un viajecito de vacaciones que tanta falta hace y es altamente recomendable.

En la práctica podría ser llevado en forma eficiente y eficaz si nos impregnamos internamente de lo bueno que significa tener una educación financiera, a través del cual uno va adquiriendo todos estos hábitos de que no se debe gastar más de lo que se tiene, tampoco sobreendeudarse en demasía, y educarnos internamente a través de la elaboración de un presupuesto mensual de ingresos y gastos de tal forma a “ajustarnos los cinturones” las veces que necesario fuere, y no vivir permanentemente estresados porque en cualquier momento vendrá el cobrador a tocarnos el timbre de nuestra residencia o que suene el celular con los reclamos del departamento de cobranzas de las empresas a quienes les estamos adeudando, muchos de ellos incluso haciéndolos en un tono “de poco amigos”, lo que enerva aún más nuestros ánimos.

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