IV domingo del tiempo ordinario el evangelio de las bienaventuranzas que son sin dudas, una de las páginas más bellas del nuevo testamento y son también un verdadero programa de vida para quien quiere de verdad ser un cristiano. Ciertamente cada una de las bienaventuranzas merecería una profunda meditación. En otras oportunidades ya tuvimos oportunidad de meditar sobre este evangelio, hoy intentamos profundizar uno de sus aspectos, la sexta bienaventuranza, como nos dice Jesús en el evangelio, “Felices los puros de corazón, porque verán a Dios”.
Generalmente interpretamos la pureza del corazón que nos habla esta bienaventuranza como conexa al aspecto sexual de nuestra vida, asociamos esta pureza a la castidad, a la búsqueda de vencer los deseos carnales y al control de nuestros impulsos sensuales.
Sin embargo, en una sociedad tan erotizada como la nuestra, donde por todos los poros somos bombardeados con toda especie de propagandas de contenido sexual, muchas veces nos sentimos frustrados e incapaces de conseguir alcanzar esta pureza de corazón, que es la condición para poder ver a Dios.
Sin negar esta interpretación, es importante entender que en la época de Jesús, y en los primeros siglos del cristianismo, estas palabras, pureza del corazón, no eran comprendidas e interpretadas con relación a la sexualidad, sino que mucho más a la recta intención, a la sinceridad, a la coherencia, a la honestidad.
Una persona que tiene la pureza del corazón, es entonces una persona que no hace las cosas solo para aparecer, solo para ser vista y notada, sino que lo hace porque le nace del corazón, y aunque nadie lo viera lo haría con la misma pureza.
El puro de corazón es aquel que actúa sin segundas intenciones, que no está calculando los resultados. Es aquel que se rehúsa a aprovecharse de los demás. Es aquel que no apuñala a nadie por las espaldas. Es aquel que no hace de su vida un teatro de apariencias, un juego de papeles, un recitado. Es aquel que no quiere vivir con máscaras, que no desea aparentar lo que no es.
La pureza del corazón es entonces lo contrario a la hipocresía, a la superficialidad, a la manipulación de los demás. Es tener tanto respeto por quien se tiene delante, que uno se presenta lo más realista posible.
La pureza de corazón es el no ser doblez, es el no tener dos caras, es la búsqueda de honestidad en las relaciones personales. El puro de corazón es aquel a quien podemos conocer y confiar.
Es por eso que el puro de corazón puede ver a Dios, pues no tiene sus ojos tapados por la falsedad.
Quien no tiene la pureza de corazón solo consigue verse a sí mismo, y solo ve a los demás en modo torcido.
Creo que nuestro mundo, hoy vive una gran carencia de personas puras de corazón. También en nuestros ambientes eclesiales muchas veces nos preocupamos demasiado con las apariencias y nos olvidamos de la autenticidad. Pidamos al Señor que arranque de nuestros corazones la hipocresía, la falsedad y la simulación.
Dios no exige que seamos perfectos, pero sí que seamos honestos. Solo puede ver a Dios, conocerlo, quien sabe asumir sus propios límites, quien reconoce ser un necesitado. Los orgullosos y los soberbios no conseguirán jamás ver a Dios porque Él es amor y misericordia.
El Señor te bendiga y te guarde.
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.