- Por Ricardo Rivas
- Corresponsal en Argentina
- Twitter: @RtrivasRivas
Hasta bien avanzada la tarde del lunes, el presidente Alberto Fernández, nuevamente y cada vez con más frecuencia, estaba solo y en espera. Aunque en esta oportunidad el plantón no es responsabilidad de La Cámpora, ni de la vicepresidenta Cristina Fernández, ni de las oposiciones. No, de ninguna manera.
Mientras el capitán Lionel Messi y sus muchachos –los campeones del mundo 2022– disfrutaban el vuelo de regreso a casa con la copa bajo el brazo, el jefe de Estado aguardaba saber si los triunfadores irían o no a la Casa Rosada, sede del gobierno federal argentino.
Según un portavoz de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), que exige a este corresponsal el resguardo de su identidad, “los muchachos no quieren mezclar el fútbol que ellos practican con la política. Para eso está el ‘Chiqui’ Tapia. Él es el que se relaciona con la política”. Claro y contundente. “Hasta el momento –añadió ese confidente– de la única forma que los campeones irán a la Presidencia es si desde el gobierno les aseguran que podrán saludar desde el balcón sin la presencia de funcionarios ni del presidente ni de nadie que no sean ellos”. Así fue en 1986 y de esa manera lo recordó ante la prensa el ministro de seguridad argentino, Aníbal Fernández, quien también adelantó que “para mañana (por hoy, martes) se organiza un operativo de seguridad importante para acompañar a los jugadores desde el predio que la AFA tiene en Ezeiza hasta el Obelisco”, donde los triunfadores sostienen que quieren “festejar con los hinchas”. Con el inicio de este amanecer y con la selección nacional ya en la Argentina, nada de lo que se informa es concreto.
Todos son trascendidos. No hay certezas en esta semana que comenzó con grandes movilizaciones, pero que no tienen las peculiaridades de las que cotidianamente enervan a la sociedad argentina porque, en estas, nada tienen que ver las organizaciones sociales y sus permanentes piquetes con justísimos reclamos y demandas. Este pueblo está mal y así lo expresa. Pero, justamente, quienes conducen la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), Juan Grabois y Esteban Castro –cercanas al gobierno y al papa Francisco– suspendieron marchas, cortes de rutas, protestas y manifestarse en los predios que ocupan los más importantes hipermercados para no interferir con los festejos mundialistas.
Comprensivas, no quieren ni desean aguar la fiesta de la que también participan. La decisión es que esas acciones se desarrollen en otro momento. Las manifestaciones populares, que ocupan el espacio público por estas horas, se iniciaron con el último penalti que ejecutó Gonzalo Montiel en el estadio Lusail de Doha, capital de Qatar, bañada por las aguas del océano Índico. Millones de personas comenzaron a moverse cuando la tele mostró que Lionel Messi cayó de rodillas con sus brazos abiertos en cruz. Una enorme sonrisa ocupó su rostro. Varios de sus compañeros de hazaña cayeron sobre él.
El grito de gol que sacudió las cuerdas vocales de millones de gargantas –argentinas o no– devino en una sola expresión largamente deseada: “¡Somos campeones mundiales!”. Francia se ubica en el segundo lugar. Quedó atrás. Apenas transcurrieron unos pocos segundos para que el Obelisco de Buenos Aires fuera rodeado por multitudes. Mientras, la Torre Eiffel, en París, se vistió con los colores de la argentinidad. En cada ciudad, pueblito, calle, camino, sendero de este país, hombres, mujeres, niñas y niños ganaron las calles para hacer saber de su alegría. Treinta y seis años de sequía futbolística quedaron atrás. En la Albiceleste se bordó otra estrella dorada. La tercera. Mario Alberto Kempes (68), el héroe de la primera copa, en 1978, presente en el estadio catarí, se emocionó y lagrimeó.
El Diego (Maradona), “desde el cielo”, como canta la tribuna, personalidad inmanente por decisión popular, artífice del triunfo de la segunda estrella en 1986, era, es y será una enorme presencia. Hasta Messi, por lo bajo, le imploró cuando Montiel tomaba carrera para ejecutar el penalti. Los movimientos de sus labios permitieron saber que así fue. Pero, aun así, en el campo de juego, el gestor de la alegría de todos y todas, Lionel, “el Capitán”, junto a su escuadra victoriosa, gestaron el alegrón masivo que desde hace 36 años este pueblo esperaba.
Desde entonces, pasaron nueve presidentes, numerosos ministros de Economía, se soportaron y sobrellevaron fracasos, violencias, desajustes, pobrezas, indigencias, corrupciones de todo tipo, degradación institucional generalizada, desempleo, inseguridades, hiperinflaciones, precios desbocados, un ex presidente y una ex presidenta fueron condenados por la Justicia por corruptos y, a la vez, escasas, muy escasas, alegrías intermitentes e insuficientes. Sin embargo, y pese a tan lamentable listado de infelicidades, en el amanecer de ayer y en el de hoy, por sobre el Río de la Plata se hizo fuerte el sol en el firmamento. Lo mismo sucedió en cada geografía. Se viven aquí, desde la pitada final en Qatar, momentos diferentes. Distintos. Anhelados. Disfonías, ojeras, cansancios, pero en cada rostro, desde entonces, se encuentran sonrisas. “Muchachos”, el pegadizo tema de La Mosca que se impuso en las tribunas “alentándolo a Lionel”, se escucha en todas partes y en cualquier lugar. La marcha de los triunfadores es la marcha de todos y todas, como sus goles que también son los goles de todos y todas.
En las calles, desbordantes de alegría, se vive una fiesta en unidad. Lo que alguna vez cantamos junto con Serrat se hizo realidad: “Gloria a Dios en las alturas, / recogieron las basuras / de mi calle, ayer a oscuras / y hoy sembrada de bombillas. / Y colgaron de un cordel / de esquina a esquina un cartel / y banderas de papel / verdes, rojas y amarillas. / Y al darles el sol la espalda / revolotean las faldas / bajo un manto de guirnaldas / para que el cielo no vea, / en la noche de San Juan, / cómo comparten su pan, / su mujer y su gabán, / gente de cien mil raleas”. La celebración –como esta mismísima noticia– desde la noche del domingo en Doha –la tarde avanzada en el sur del Sur– está “en desarrollo”. Es probable que a los campeones y al cuerpo técnico de la selección nacional los quieran saludar quienes ocupan las posiciones más altas en las responsabilidades públicas. Ellos y ellas también son hinchas. ¿Por qué no? Pero, claramente, este triunfo es de los campeones y son ellos quienes deciden compartirlo con “la gente”, con “los hinchas”, con “la afición”. ¡Que nadie intente apropiarse de lo que no le corresponde porque es del conjunto! ¡Es la fiesta de la comunidad toda! De la colectividad. Cornetas, máscaras, camisetas, pelucas ensortijadas para parecerse a Maradona, barbitas para que en un espejo imaginario nos veamos como “Lio”, todo vale y es deseable: “Y hoy el noble y el villano, / el prohombre y el gusano / bailan y se dan la mano / sin importarles la fachaaaaa”. La voz del “Nano” –aquel catalán pleno de vida que semanas atrás pisó estas mismas calles “para despedirme”– suena y resuena cuando escribo estás líneas. Pero, todo tendrá un final.
Cuando se acallen los bien ganados vítores, cuando las palmas enrojecidas dejen de aplaudir, cuando los jugadores que juegan (trabajan) lejos y con otras camisetas vuelvan a lo de siempre, será el momento de despertar de este sueño que tuvo que aguardar 36 años para ser realidad. Y, como el catalán futbolero que también admira a Messi, será el momento de asumir que “con la resaca a cuestas / vuelve el pobre a su pobreza, / vuelve el rico a su riqueza / y el señor cura a sus misas” porque todo se acabará “el sol nos dice que llegó el final, / por una noche se olvidó / que cada uno es cada cual” y, finalmente, “vamos bajando la cuesta / que arriba en mi calle / se acabó la fiesta”. Tal vez, sea el momento de pensar en Charly, mirarnos a los ojos en el espejismo de este triunfo tan real, valioso, justo, necesario y tan esperado por la argentinidad para decirle a ese que nos refleja el espejo cotidiano: Somos campeones, pero “rezo por vos”. La patria, no solo es el fútbol.