DE LA CABEZA

“Dormir es distraerse del mundo”, decía Borges. Y esa distracción es necesaria, vital, fundamental para que el cerebro funcione bien. No precisamente para que descanse, ya que paradójicamente trabaja más cuando dormimos, sino para cesar en los estímulos externos que dificultan que ese “trabajo” necesario del sueño se pueda llevar a cabo. El cerebro consolida memoria, se “limpia” de “suciedades”, se nutre, se repara y se regenera en las horas de sueño, debemos saberlo. Es importante destacar que limpia, entre otras cosas, el beta-amiloide, el material de las placas seniles, una de las características distintivas de la enfermedad de Alzheimer.

Un sueño reparador dura en torno a ocho horas y se divide en fase REM (rapid-eye movement, movimientos rápidos de los ojos), en la que el cerebro muestra tanta actividad como cuando su dueño está despierto, y sueño no-REM, un estado de sueño más profundo que predomina en la primera mitad de la noche. El sueño no-REM tiene una serie de fases y entre las funciones de este período está consolidar las memorias y adquirir y refinar nuestras habilidades motoras. El sueño REM interviene en nuestra capacidad para superar los sentimientos negativos, leer adecuadamente las emociones de otras personas y resolver problemas. Estos últimos tiempos, principalmente el pandémico y el posterior, han sido un desastre para nuestros patrones de sueño. Si nuestro sueño se interrumpe, no tenemos tiempo suficiente para realizar las actividades restauradoras de la noche y podemos sufrir alteraciones en nuestros procesos cognitivos y emocionales. Un sueño discontinuo rebaja sensiblemente nuestro estado de ánimo.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Dormir es la medida más eficaz para resetear y renovar la salud de nuestro cerebro y el resto de nuestro cuerpo cada día. Entre las cosas que la ciencia ha descubierto está que el efecto de la falta de sueño es inmediato. Un estudio en el que participó un grupo de jóvenes a los que solo se les permitía dormir cuatro horas, mostró efectos medibles en su sistema inmunitario al día siguiente. Concretamente, los participantes sometidos a privación de sueño presentaban una caída de un 70% en una población clave de células anticancerígenas, las NK o “natural killers”. Además, los problemas de sueño contribuyen a la obesidad, la diabetes, el cáncer e incluso generan muertes prematuras. Las personas que tienen 45 años o más y que duermen menos de seis horas por noche tienen un porcentaje triple de sufrir un infarto o un ictus que aquellos que duermen lo suficiente.

Llegados a este punto tengo que repetir una vez más que el sueño con sedantes no es la solución, sus efectos son similares a dormir mal, pero pueden tranquilizar a la persona afectada y ser el camino hacia una recuperación. Pero el riesgo es alto: afectan la memoria inmediata y la memoria a largo plazo y pueden generar dependencia y adicción. Conseguir dormir un número de horas suficiente debe ser una prioridad. La respuesta puede estar en nuestros horarios, nuestra habitación, nuestra agenda diaria o mil problemas más. Algunas veces hace falta un tratamiento médico, un ejemplo es tratar la apnea del sueño, un trastorno en el que las personas afectadas muestran interrupciones breves de la respiración mientras duermen, incluso varios cientos en la misma noche. Tratar los problemas del sueño, como la apnea, en personas de edad avanzada mejora de una forma significativa la función cognitiva en los pacientes de Alzheimer y retrasa el inicio de esta enfermedad en los que no la sufren en unos diez años. Por tanto parece interesante, en particular para los que dormimos poco, priorizar el sueño y apostar por una vida más larga y saludable.

Podemos hablar más del sueño y lo haremos el siguiente domingo. Mientras, a conseguir calidad del sueño para no estar mal DE LA CABEZA por no dormir lo suficiente ni cómo se debe. Nos leemos la semana siguiente...!!!

Etiquetas: #buen#sueño

Déjanos tus comentarios en Voiz