Hay un mandamiento claro en la Biblia, que nos muestra la diferencia básica y trascendental entre una persona salva y otra que no lo es. Se trata de la gratitud. En 1 Tesalonicenses 5:18 dice: “Sean agradecidos en toda circunstancia, pues esta es la voluntad de Dios para con ustedes, los que pertenecen a Cristo Jesús”.

Claramente, dice que los que pertenecen a Cristo son gratos en toda circunstancia.

Por otro lado, Romanos 1:21 afirma: “Pues habiendo conocido a Dios no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido”.

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Tenemos tantos motivos para ser gratos con Dios, como: la salud, la familia, el trabajo, los amigos, la paz, la vida y muchas cosas más. La mayor bendición es la salvación. Jesús preguntó: ¿de qué sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?

Si Dios existe, si somos conscientes de nuestra maldad y ese Dios es justo (como todos quisiéramos que sea); si creo en la vida eterna y si en vez de ser condenado por mi propia maldad soy salvo de ella por la fe en Cristo, esa es la mayor bendición que un ser humano podría tener. El rey David decía: “Bienaventurado el hombre a quien tú no le inculpas pecado”. O sea, muy feliz aquel hombre cuyos pecados son perdonados.

La promesa de Dios sobre la cual se basa toda actitud grata de los seres humanos está en Romanos 8:28, que expresa: “y sabemos que a los que aman a Dios todas las cosas le ayudan a bien”. Esta es una certeza: todas las cosas, buenas o malas a los ojos humanos, le ayudarán a bien a los que aman a Dios. Al final, no hay un solo motivo para quejarnos delante de Dios. Todo lo que nos pasa, bueno o malo, redundará para bien.

Los creyentes no solo tenemos salvación, sino que tenemos todo tipo de bendiciones espirituales (Efesios 1:3). El resultado de todo lo que Dios nos está dando en esta vida debe ser la gratitud incesante.

Pero, ¿por qué muchas personas no tienen la capacidad de ser gratos?

Primero, por la duda o la incredulidad. Estas cosas hacen que dudemos o no creamos en las promesas de Dios. No le creen a Dios o no creen en Dios, entonces, creen que todo ocurre sin sentido ni propósito, y esto produce un sinsentido enorme en el corazón de la persona.

Por egoísmo: al egoísta nunca le contentará nada pues, en su vanidad, cree que merece algo mejor. Siempre piensa que él sabe más que todos, incluso Dios, lo que él necesita. El egoísta encuentra la solución de sus problemas, de sus quejas, de sus comparaciones, de su amargura en lo que dice Gálatas 2:20, “crucifíquense con Cristo Jesús”, o sea, mueran a su “yo” egoísta.

Por amargura: la amargura nubla nuestros ojos, hace que veamos y creamos que todos tienen lo que no merecen y nosotros merecemos. Esto nos amarga. La amargura no queda ahí sino que echa raíces que contaminan a otro. La amargura es sutil y hace su trabajo sin que nos demos cuenta a tiempo.

Impaciencia: la impaciencia es lo contrario a un fruto del Espíritu: la paciencia. En el libro de Santiago 1 nos dice que la prueba, y la espera es una prueba, produce paciencia y la paciencia nos vuelve perfectos y cabales y hace que no nos falte nada. También añade un consejo a los impacientes: pidan sabiduría y Dios les dará y pidan con fe “no dudando nada”. El que tiene fe tiene expectativa y no envidia.

Por inconformidad: siempre queremos más, estamos llenos de codicia y no podemos ver lo bueno que ya tenemos por creer que lo siguiente, que no tenemos aún, es lo que nos hará felices.

La Biblia advierte que la inconformidad nos puede llevar a la perdición (1 Timoteo 6:6-12).

Etiquetas: #gratitud

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