EL PODER DE LA CONCIENCIA

Los temas mediáticos son los que dominan completamente la atención del público por un breve lapso y luego se diluyen de la memoria colectiva como si no hubieran ocurrido. Un hecho que era considerado importante encandila la atención, pero en poco tiempo será reemplazado por otro igual de fugaz.

El Mundial de fútbol, que se desarrolla cada cuatro años, es una inyección de adrenalina que paraliza a la población y hace que olvide lo verdaderamente importante.

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Finalizada la primera ronda de encuentros entre los equipos, la afición está eufórica por varios resultados. Por ejemplo, las sorpresivas derrotas de las selecciones de Argentina y de Alemania, consideradas favoritas para campeonar, o la goleada del conjunto español a Costa Rica. Muchos están felices, otros se preguntan qué mérito tiene humillar a un rival más débil. Para bien o para mal todos comentan y ya hacen cálculos sobre los siguientes duelos que se van a disputar y las consecuencias de los posibles resultados.

Dejando de lado fanatismos o la crítica subjetiva, hay que reconocer que hasta ahora Qatar dejó al menos dos enseñanzas de gran valor. La primera se refiere a la selección de Japón, que contra todos los pronósticos dio vuelta el marcador en el minuto 83. En este caso, más que la hazaña deportiva y la euforia desatada por el resultado, lo sorprendente fue la lección que brindó al mundo la actitud de los hinchas nipones, que luego de disfrutar de uno de los momentos más sublimes de su historia deportiva, ante la incredulidad de los presentes –y cámaras que registraban ese instante– abrieron las bolsas que llevaban consigo y tranquilamente, sin ninguna obligación, recogieron toda la basura que habían generado en el estadio.

Consultados sobre la razón de esa limpieza que no les correspondía, respondieron que lo hacían porque era lo correcto porque ellos eran los responsables de esa suciedad y que debían respetar el estadio. Admirables y dignos de imitar.

El segundo punto a analizar es la extensión del tiempo de alargue que implementan los árbitros en este Mundial para compensar el tiempo perdido, un detalle obvio que es incomprensible que no se aplicara antes.

Un aficionado paga dinero por ver un espectáculo y resulta estafado cuando los jugadores en su afán de ganar tres puntos fingen lesiones inexistentes y pierden tiempo. Hasta ahora la FIFA había sido indulgente y hasta cómplice con esta actitud antideportiva. Era un detalle que a pesar de ser evidente e injusto, se había normalizado incomprensiblemente.

Es lo mismo que ocurre con nuestros políticos. Todos nos damos cuenta de que son corruptos, pero ninguna “FIFA” revierte esa actitud antidemocrática. Y así, vestidos de legisladores, se arrogan potestad por decidir sobre cómo utilizar fondos privados que no les pertenecen, con el riesgo de dejar sin jubilación a aportantes que se sacrificaron durante años. Claro, ellos no pierden nada, es dinero de los que dicen representar.

Debería darles vergüenza a ellos y a sus cómplices en el Poder Ejecutivo y en el Judicial. En lugar de empobrecer a los más humildes y de robarles hasta las oportunidades de vida para “ganar los tres puntos” a cualquier costo, tendrían que abrir sus bolsas y limpiar toda la suciedad que crearon en estos últimos cinco años de farsa.

Yacyretá, Itaipú, IPS, MOPC, Contrataciones Públicas, Senad, en fin, no hay una institución que se salve de la crítica y juegue a favor de un buen espectáculo democrático. Desde las graderías lo único que se siente es indignación por estos jugadores que se visten de políticos.

La política implica servir a los demás, no servirse de los demás y menos jugar de avivados, pero ellos no lo comprenden. Van de fiesta en fiesta y ni siquiera se dan cuenta de cuánta basura producen. A veces les molesta tanta suciedad, pero siempre esperan que otros se encarguen de la limpieza. Deberían aprender sobre respeto, como los japoneses, pero eso no va a ocurrir, entonces nos toca a nosotros enseñarles ¡en las urnas!

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