• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

La decadencia física, moral e intelectual es un signo de presencia irreversible a medida que la edad avanza sobre nuestra humanidad. Pero no pocas veces apuramos su aparición prematura, aunque con otros síntomas, sobre todo en el campo de la política, que suele arrastrar a sociedades e, incluso, civilizaciones enteras. La relativización de los valores, el relajo de la moral, la degradación de las virtudes, el menosprecio del conocimiento y la devaluación de la honestidad suelen devorar a individuos, instituciones y colectividades. Sin embargo, no se percatan hasta que es demasiado tarde. Ya en las fauces de una oleada que reacciona con indignación por el acelerado deterioro y declinación de las normas del buen gobierno, empezando por la ausencia total de pulcritud en la administración de los recursos públicos, que continúa con la premiación de la mediocridad y la ineficiencia (esto es, la incapacidad de conseguir los resultados deseados con los medios disponibles), y que se corona con un poder utilizado para saciar las más bajas pasiones y sus desbordados instintos.

El poder, para este gobierno, no es sino una herramienta para la riqueza y la lujuria. Para el deleite y la compra o modernización de estancias, construcción o ampliación de mansiones, autos de alta gama para toda la familia y una vida regalada para descendientes que no conocen el sudor del trabajo. Nadie desconoce esta realidad que puede ser verificada sin necesidad de grandes investigaciones. Pero todos callan, periodistas y medios aliados al presidente de la República, Mario Abdo Benítez, aumentando la gruesa piel del cinismo y la hipocresía. Es por ello que, aunque en otro contexto, solemos evocar la flamígera pluma de Mariano José de Larra (del “romanticismo democrático”), convirtiéndola en paráfrasis: “Escribir en Paraguay es llorar”. Y hasta morir de impotencia.

Hoy estamos ante un gobierno berreta. Que sometió al Paraguay a la decadencia. Con hombres que añadieron nuevos vicios a las viejas prácticas. Hombres que se alimentan del onanismo discursivo. Hombres sin conducta que, por medio del altavoz del escenario, pretenden presentarse como los ángeles guardianes de las vírgenes vestales. Que han destruido las instituciones para convertirlas en aguantaderos de sus apetitos más inconfesables y sus deseos más ruines. El propio jefe de Estado acaba de promocionar la apertura de sobres con ofertas para el asfaltado de un trayecto en Misiones, pidiendo, al final, que se vote por los precandidatos del movimiento Fuerza Republicana. Pero nada inmuta a determinados sectores mediáticos, quienes preparan la piedra sacrificial para los adversarios de este gobierno, mientras queman incienso para sus representantes más corruptos. Personajes intelectualmente hueros y moralmente deteriorados que se presentan como las voces de la democracia más resplandecientes y la ética más intransigente. La historia, que tarda, pero no falla, ya les ha marcado la frente con las huellas de traidores de lesa patria.

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Apóstatas de la democracia y practicantes del ocultismo, enemigos de la trasparencia. Sin lucidez, sin imaginación y sin ideas. De ese abanico de políticos decadentes, que hoy nos entregan una democracia de pésima calidad, tres son los rostros más visibles por sus propios esfuerzos: Mario Abdo Benítez, Nicanor Duarte Frutos y Arnoldo Wiens. Políticos sin pudor ni honor. Para ellos, este párrafo de un enorme intelectual republicano, Roberto L. Petit: “La soberbia de Roma que nunca creyó en su derrumbamiento. Sin embargo, pereció carcomida por un enemigo invisible: la corrupción de las costumbres, el lujo, la pérdida del espíritu de trabajo y de sacrificio, el debilitamiento del patriotismo, la indisciplina y la venalidad”. Sin haber tenido el esplendor de Roma, este gobierno pasó directamente a la decadencia. Buen provecho.

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