DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin
  • Columnista

Le dicen Beto. Hace malabares con una pelota en un semáforo de Lambaré. Tiene un don. Pienso que si potenciase su habilidad podría llegar lejos, pero a veces los semáforos se convierten en máquinas del tiempo donde se detienen los sueños y ganan las frustraciones.

Casi un millón de niños y adolescentes viven por debajo del umbral de la pobreza. Me hago la misma pregunta de siempre, ¿por qué hay tantos niños en las calles? La respuesta es la misma y siempre va en la misma dirección: la pobreza.

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Sin embargo, muchos van a culpar a los padres, los padres van a culpar a la falta de oportunidades, los ricos a la cultura del abandono, los maestros a las diferencias sociales y los periodistas al Estado. Y quizás todos tengan un poco de razón.

No es nuevo, pero va empeorando. La cadena se desplaza desde las autoridades a las organizaciones que deberían velar por ellos. Pero los pequeños siguen allí. Como un gran ejército que crece invisible y peligroso. Con miles de rostros anónimos y desesperanzados.

Invertimos poco más del 3% en la niñez. Debería ser el doble. Es la realidad. Beto es uno de ellos. No debe tener más de 11 años. Lo vi empezar haciendo picaditas hasta convertirse en un profesional de la supervivencia. Tiene el porte de un jugador profesional en miniatura.

Y sin embargo, me llama la atención su sonrisa. Siempre la tiene. Pese a que el sudor daña sus ojitos y que el piso caliente arruina sus pies descalzos. No lo ve así, pero juega con su vida. Lo ve desde su perspectiva de niño. Camina entre vehículos y gente malhumorada. Soporta bromas, humillaciones e insultos, y sigue allí. Lo ha asumido como parte de la vida.

No tiene posibilidades de estudiar. La prioridad es comer cada día. Ganar unas monedas que le permitan seguir teniendo esperanzas. Sin embargo, su futuro no será diferente al de los demás limpiavidrios violentos y resentidos que lo rodean. Nos duele, pero es así. Cada año tendrían que terminar la Educación Media 140 mil adolescentes. Solo la terminan 70 mil.

Lo veremos crecer, como lo veo yo cada día y como él, serán muchos creciendo indiferentes a la vida, al riesgo, a la dignidad. Me pregunto una y mil veces cómo cambiar, cómo torcer la fuerza de lo inevitable, y muchas veces me gana la impotencia.

Creo que todos deberíamos poner un poco. No un parche. Un poco. Un poco de voluntad, un poco de atención, un poco de decisión. Creo que todos deberíamos iniciar el cambio. Primero en nosotros mismos. Luego exigir que las organizaciones y las instituciones hagan su trabajo.

Con diferente rostro y diferentes habilidades, Beto está en todos los semáforos. Démosle una razón para confiar. Una palabra de aliento, una sonrisa, una oportunidad que le permita tener esperanzas.

Exijamos a las autoridades que cumplan su papel y que, de los papeles, las estadísticas se ganen un rostro, una cara que no se debe olvidar.

Si lo hacemos con uno, se multiplicará, crecerá. Si al llegar la noche hubiésemos podido cambiar un poco de indiferencia por esperanzas, entonces no será un día perdido. Si cientos hicieran lo mismo, miles verían el ejemplo, entonces millones haríamos el cambio. Hoy es un buen día para comenzar.

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