Creo que este evangelio nos da una oportunidad para reflexionar sobre nuestra relación con Dios y con los demás. Todos necesitamos de la ayuda de Dios y de los otros. Recurrimos a ellos para hacerles pedidos en nuestras dificultades, así como aquellos diez leprosos que gritaban a Jesús para que les sanara.
A veces cuando queremos pedir algo a Dios, le suplicamos de todos los modos posibles, nos arrodillamos dando señal de humildad, hacemos oraciones en que nos pintamos como muy sumisos a su voluntad, y como queriendo convencerlo a que nos dé, lo que necesitamos, prometemos de todo llenándonos de buenos propósitos. Más o menos lo mismo hacemos con los demás. Muchas veces hasta somos muy exigentes. Creemos que Dios tiene la obligación de darnos todas las gracias que deseamos. Y si por acaso algo no nos hace como hemos dicho, entonces nos enfurecemos, y nos quedamos enojados con él. Le criticamos y para colmo hasta hacemos ciertas cosas por despecho, sin darnos cuenta de que los únicos perjudicados seremos nosotros mismos.
Lo más increíble en nuestro comportamiento es que cuando Dios o los demás nos dan lo que estamos suplicando, entonces con mucha rapidez abandonamos la situación de humildad que teníamos antes y con insensibilidad continuamos nuestro camino, sin al menos parar y hacer algo concreto para agradecer por el bien que nos hicieron. En el fondo con nuestro comportamiento dejamos entender que creemos que ellos no hicieron nada más que su obligación. Al igual que los nueve leprosos sanados, en general, no retornamos para agradecer.
Seguramente todos, los diez, estaban contentos con la sanación y en su interior hasta habrán pensado: “¡Qué bueno fue Dios!”. Sin embargo, uno solo volvió para alabar concretamente. Los otros nueve siguieron sus caminos. En ellos la gratitud no encontró un modo de expresarse y así quedó solo un sentimiento pasajero. Y por eso, porque la gratitud no fue manifestada, ellos perdieron una excelente ocasión de crear con Jesús una relación más profunda.
Solo cuando nuestros sentimientos son manifestados, ellos pueden colaborar para que nuestra vida sea más auténtica y nuestras relaciones más profundas. Manifestar el sentimiento hace crear lazos con los demás. Cuando manifiesto mi gratitud con alguien, me comprometo con aquella persona y en cierto sentido me dispongo para, de algún modo, retribuir el bien hecho. También la persona que recibe la gratitud se siente confirmada en su acción y comprometida para el futuro. Entre estas dos personas crece la unidad.
Tal vez sea por eso que aquellos nueve no volvieron. Estaban contentos con la sanación, pero no querían comprometerse con Jesús. No querían sentirse comprometidos con él. Querían mantener una relación superficial.
Creo que tantas veces nuestra ingratitud es miedo a sentirnos obligados con el otro. Es miedo a que me pueda pedir algo. Es miedo a crear lazos. Cuando necesitamos, forzados por la situación, somos presionados a pedir, a suplicar... pero después que conseguimos lo que queríamos, sin la presión de la necesidad, entonces el miedo, el egoísmo, la superficialidad nos hacen preferir no manifestar nuestra gratitud, supuestamente para salvaguardar nuestra independencia. Y aunque sea completamente injusto con quien nos hizo el bien, así lo hacemos, pues el egoísmo nos deja ciegos.
En general somos muy sensibles cuando no nos agradecen, (todos deseamos que los otros estén comprometidos con nosotros), pero todos tenemos naturalmente miedo de agradecer.
Jesús nos desafía a vencer este miedo. Él nos invita a romper las cadenas del egoísmo. Pues solo así podremos participar de su reino. Solo así seremos salvados.
De hecho, aquel único leproso, y solo él volvió inmediatamente y manifestó concretamente su gratitud: “Llegó alabando a Dios en alta voz y echándose a los pies de Jesús, con el rostro en tierra, le daba gracias”, Jesús le pudo dar lo que más quería, no solo la simple sanación de su cuerpo, más también la salvación integral. Con él Jesús pudo empezar una nueva relación. Él aceptó estar comprometido con Dios.
Oh Jesús, cuántas veces sin percibir también yo hice lo mismo. Cuántas veces como un mecanismo de defensa no manifesté mi gratitud a mis familiares, a mis amigos, a mis colegas y principalmente a ti, para no sentirme comprometido y obligado. Cuántas veces en mi egoísmo preferí mantener relaciones superficiales, usando y desechando a los demás. Perdóname, Señor, y ayúdame a ser diferente. Ayúdame a manifestar concretamente mi gratitud, pues despacito me doy cuenta que no existe otro camino de salvación y ni de felicidad.
El Señor te bendiga y te guarde,
el Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.