Una vez estaba participando en una parroquia de un homenaje a un sacerdote anciano que había trabajado allí toda su vida, con una dedicación total y mucha generosidad. Decían las personas que era un hombre que no sabía decir no, siempre muy disponible y acogedor con todos los que le necesitaban. Hecho todos los discursos, le regalaron una Placa Conmemorativa. Cuando el sacerdote debería hacer su agradecimiento, empezó diciendo: “No entiendo por qué ustedes hacen todo esto: yo soy solo un siervo inútil, y no hice nada más de lo que tenía que haber hecho”.

En la época yo era aún muy joven, no sabía que esto era una cita bíblica, y confieso que aquellas palabras me chocaron un poco. Me parecieron muy ásperas. Con el pasar de los años, nuevamente me encontré con esta cita, y despacito estas palabras fueron adquiriendo un sentido muy fuerte también en mi vida.

Todas las personas tienen una vocación. Todos somos llamados a ser felices haciendo el bien. Cada uno debe descubrir en la vida cual es el bien que debe realizar. Y realizarlo será una fuente de alegría, de gozo y de paz. Algunos son llamados a la vida consagrada, y esto les hará felices. Otros a la vida matrimonial, a hacer feliz a su cónyuge, y generar hijos y servirlos, y esto les hará felices.

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También podemos pensar en otras actividades más específicas como ser médico, profesor, catequista, abogado, artista, chofer, arquitecto... etc., y si no son “mercenarios” (son los que trabajan solo por el dinero), se realizaran en hacer bien su labor. El pago por hacer bien, lo que es nuestra misión es la felicidad, la paz interior y la realización personal.

Todo lo que realizamos dentro de nuestra vocación, no debe estar en la dependencia del aplauso o del reconocimiento. Lo hacemos porque es nuestra misión, es nuestro camino de felicidad. Esto lo debemos tener muy claro. Debemos ser humildes y decir: “esta es mi obligación, yo lo hago porque esto me hace feliz”. Y no debemos estar pendientes de los elogios y cuando no llegan inmediatamente pensar en dejar todo, ni tampoco debemos ser muy delicados con las críticas malas que nos pueden hacer. La crítica que nos hacen debe ser acogida con serenidad. Debemos preguntar: ¿es verdad esto que me está diciendo? Y si fuera verdad, debemos intentar mejorar, para que nuestro servicio sea aún mejor, y nuestra felicidad sea aún más completa. Pero si la crítica no corresponde a la realidad, sino que nace de la envidia, o de los celos, entonces no tengo que hacerle caso. Me basta con tener pena de quien me criticó, pues sus sentimientos demuestran que aún no es feliz, que aún no encontró su misión interior, que aún no se siente realizado.

Para comprender mejor esto, yo siempre pienso en una flor. Ella puede florecer en un jardín donde todos le pueden ver, pero igual florecerá en una montaña donde nadie jamás la contemplará. Igual será bella, igual lanzará su perfume, pues ella no depende del público. Y si a una flor, yo le hago muchos elogios y si le digo que es muy linda, muy delicada; ella permanecerá igual, no cambiará su modo de ser a causa de mis palabras. Ni tampoco si yo le critico deshonestamente y le digo que es muy fea, que tiene un color horrible... ella permanecerá igual. Pues, ella es lo que es, ella realiza su fuerza interior, y no está pendiente de lo que le puedan decir, sean elogios o críticas.

También nosotros deberíamos descubrir nuestra vocación, nuestra motivación interior, y realizarla sin estar dependiendo de lo que nos puedan decir. Y al final de cada día, con mucha humildad y sin presunción deberíamos agradecer al Señor por conservar nuestras vidas, y poder decir: “Estoy contento porque hice lo que debería haber hecho”. Creo que sería lo máximo para nuestras vidas.

El Señor te bendiga y te guarde.

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.

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