La Argentina está varada. Como una embarcación enorme en un mar agitado, la coalición de gobierno, el Frente de Todos (FdT), ha varado o, eventualmente, mueve muy escasamente, cuando sube la marea. Su comandante, el presidente Alberto Fernández, poco o nada hace con el timón de la nación y, desde varias semanas, parece excluido del ejercicio del poder o, al menos, de la gestión política.

La vicepresidenta Cristina Fernández, la segunda al mando, solo parece estar preocupada o interesada por su propio destino. El ministro de Economía, Sergio Massa, primer oficial, centra sus objetivos de gestión en el imaginario momento en el que Alberto F. y Cristina F. ya no sean sus superiores y la conducción de la nave exclusivamente dependa de su maestría para mantenerla a flote y llevarla a buen puerto.

Cada uno de ellos y ella tienen la misma percepción de la situación, pero se resisten a aceptar que podrían tratarse de las últimas imágenes del posible naufragio de cuyas consecuencias no podrán salvarse. Penoso. La inflación no cede. El desempleo se ubica en torno al 7%, dato que podría ser bueno si no fuera porque el trabajo informal, ilegal o en negro –como se lo quiera llamar– se disparó exponencialmente y tiende a la pauperización de los dependientes. El gasto en salud crece al punto de que quienes lo necesitan, en no pocos casos, van hasta las farmacias para comprar los medicamentos por unidad o, cuando mucho, por blíster.

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La brecha cambiaria entre el valor del dólar oficial ($ 150) y el informal, ilegal o blue ($ 287), se ubica en torno del 90%. Pese a ello, la comunicación oficial insiste hasta el agotamiento en destacar que el PBI (producto bruto interno) argentino crece respecto de los años anteriores, lo que, sin dudas, es relevante, pero no explicita que la medición de ese indicador se contrasta con la inactividad casi total que Alberto F. decretó desde marzo del 2020 para enfrentar a la pandemia de SARS-CoV-2.

Las y los argentinos de toda edad que abandonan el país para intentar vivir con un poco más de holgura, no siempre de dignidad, crecen. La inseguridad abruma o aterroriza. Nadie parece estar a salvo. De hecho, la vicepresidenta Cristina F., días atrás, al llegar a su domicilio en Buenos Aires fue víctima de un suceso que investiga el Poder Judicial al que ella apunta, sugiere como parte de la conspiración para asesinarla y a voz en cuello, claramente sugiere que desconfía. Coincidentes actores públicos desde la máxima reserva comentan que “a tres dirigentes peronistas les preguntó: ¿quién me quiere matar?”.

Así las cosas, a nadie asombra saber que la totalidad de las empresas consultoras de opinión pública que contrata el gobierno para conocer el pulso social dé en baja constante a los máximos líderes y lideresas gubernamentales. Según el encuestador Jorge Giaccobe, “Alberto Fernández tiene 7,2% de imagen positiva”. Cristina F., como el ex presidente Mauricio Macri (2015-2019), promediaba 60% de negativa. Alarma. Para todos y todas. Los conflictos sindicales se extienden. La empresa Bridgestone formalmente comunicó que suspende sus operaciones en la Argentina. El sector está en crisis y atenazado por las medidas de fuerza que dispone el Sindicato Único de los Trabajadores del Neumático (Sutna), gremio en el que se nuclean sus trabajadoras y trabajadores. En el mismo sector la firma Fate está paralizada y la patronal de Pirelli va en el mismo camino.

Unas 5 mil personas trabajan en ellas. En promedio solicitan un aumento en sus salarios del 70% y que las horas extras se liquiden al 200%. Entre las medidas que dispuso el sindicato se encuentra la toma por varias horas del edificio del Ministerio de Trabajo. La fragata Libertad, buque escuela de la Armada Argentina, que concluye por estas horas el 50mo. viaje de instrucción anual, debió demorar el amarre en el Apostadero Naval Buenos Aires, donde las familias aguardaban a sus queridos navegantes después de seis meses de ausencia, 24 horas porque el Sindicato Obreros Marítimos Unidos (Somu) lanzó una huelga sorpresiva que, luego de la intervención de los ministerios de Trabajo y Defensa, se logró desactivar mediante la declaración gubernamental de “conciliación obligatoria”.

Mientras la sociedad resiliente pierde confianza en sus líderes, en el Parlamento, la vicepresidenta Cristina Fernández impulsa una reforma para la Corte Suprema de Justicia para que de 5 miembros –aunque por estos tiempos solo está integrada por 4– pase a tener 15. La vicemandataria logró que la Cámara de Senadores apruebe la iniciativa que, al parecer, podría naufragar en la Cámara de Diputados, donde deberá ser tratada en los días que vienen.

Las oposiciones, por su parte, se aprestan para, tal vez, rechazar la eliminación de las elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO) que, en 2009, impusiera el oficialismo de entonces que también es el de hoy y procura hacerlo cuando el proceso electoral está prácticamente lanzado. Muy parecido, por cierto, al baile de la silla de las adolescencias. En tanto los y las inversoras no consiguen tranquilidad ni seguridad jurídica. Varios países han comenzado a atraer inversiones hacia horizontes más confiables. A punto tal que, en Córdoba, una de las provincias que podría ser considerada como un polo productivo argentino por excelencia, en los últimos días de la semana que pasó, Paraguay, a través de la consultora Thalent, desarrolló una ronda de negocios con récord de participantes. Nada sorprendente.

Durante la transmisión televisiva del más reciente encuentro futbolístico que la selección argentina disputó en Miami contra su homóloga de Honduras, el estadio estaba colmado de espectadores que mayoritariamente lucían la camiseta albiceleste y apoyaban a los capitaneados por Leo Messi. En Uruguay, la “invasión argentina” –como allí la llaman– es notable. España, Italia, Portugal, entre otros, suman migrantes de este país. La Argentina está varada y su gente sumida en la incertidumbre. Las dirigencias, por los mismos motivos aunque percibidos desde otra perspectiva y con otras urgencias, también.

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