A cinco días de la llegada de la primavera en esta parte del planeta, a más de 13 mil kilómetros de Asunción, en la lejana Irán moría una flor llamada Mahsa Amini. Hasta ese momento el nombre de esta joven de 22 años era desconocido para el mundo, pero luego de difundirse la noticia, la indignación inundó hasta el último rincón de las redes sociales. En Asia, en África, en Europa, en América, se alzaron las voces de rebeldía al punto que se organizaron protestas en las que más de 30 personas también perdieron la vida.

En Irán, así como en otros países que profesan el islamismo, es normal obligar a las mujeres a cubrirse el rostro, a usar un velo, y hasta se arrogan el derecho de crear una policía especial “de moral”, que se encarga de hacer cumplir esa salvajada que llaman ley.

Según la información oficial, a tres días de su arresto Mahsa falleció por causas naturales tras estar internada en coma. Alegaron que estaba enferma; sin embargo, su padre desmintió esa versión, en tanto que activistas y desde la Oficina del Alto Comisionado de Derechos Humanos revelaban que “la joven fue golpeada violentamente en la cabeza y contra un vehículo de la policía”.

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Teherán y el Kurdistán están muy lejos, pero no por eso duele menos. Una flor fue cortada antes de la llegada de la primavera porque llevaba mal puesto el velo. Hay personas que tratan de justificar esa muerte, pero no se puede.

La primavera llegó, con colores, con alegría, pero muchas flores quedarán en la tierra para siempre, allá a miles de kilómetros, y también acá, en nuestro propio suelo.

El velo no es excusa para cercenar flores en Paraguay, acá las drogas truncan la vida de miles de jóvenes. Y como en Irán, acá el Gobierno mismo se encarga de fomentar esta salvajada eliminando los controles de pistas y puertos. Lo único que florece es el envío de cocaína y la cuenta bancaria de los corruptos, que desean continuar en el poder.

Asunción y Pedro Juan Caballero no están lejos y duele más. Todos los días las flores son cortadas por jardineros con tijeras 9 mm que se trasladan en motocicletas sin chapa. Hay personas que tratan de justificar esas muertes, pero no se puede.

Sí, hay muchos que tratan de explicar, incluso dan discursos en la ONU en los que hablan de “la construcción de un mundo con pleno respeto a las libertades fundamentales (…) con condiciones de vida digna para toda la humanidad y la lucha inflexible contra el crimen organizado”, pero no mencionan la venta de asfalto a empresas que hacen negocio con su gobierno mientras miles de flores mueren por falta de cuidados en hospitales, o escuelas que se desploman sobre el futuro de las semillitas.

Drogas, sucios negocios, pobreza, altísimo desempleo, pero un cinismo que rompe todos los récords.

Si a nosotros nos resulta difícil entender que una mujer merezca la muerte por no usar velo, tal vez por la distancia o por la cultura, a otros que viven en continentes lejanos también les parecería salvaje lo que ocurre todos los días en nuestro entorno y nosotros lo consideramos normal.

¿Qué pensaría un japonés que entiende de honor, o un británico, si leyeran la siguiente información publicada en nuestro medio?: “En la sesión de la Cámara de Diputados, el diputado liberal Eusebio Alvarenga denunció el sistema de apriete para obtener votos que está implementando el ministro de Desarrollo Social, Mario Varela. De lo contrario, amenaza con retirar la asistencia social Tekoporã de los que actualmente perciben la misma si supuestamente no les votan”.

¿Cuántas flores fueron cortadas de sus puestos de trabajo por no acompañar al oficialismo? Y pensar que cada flor cegada tenía familia. No se puede justificar, pero ocurre aquí. Es vil, es normal.

En el juego de las estaciones, lo bueno es que a todos les llega el invierno, aunque estén en Irán, aunque sean semidioses. También a los que roban y a los malos jardineros. Un día ellos también estarán bajo tierra. Solos. Sin nada.

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