DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin
  • Columnista

Sequías, inundaciones, tormentas y granizadas. Los polos se derriten mientras los océanos no dejan de crecer…

El cambio climático es una realidad, está entre nosotros, aquí y ahora, en el Caribe o en el corazón de la Antártida. No solo es un fenómeno ambiental, sino de profundas consecuencias tanto económicas como sociales.

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Los países más pobres, que están peor preparados para enfrentar cambios rápidos, están sufriendo las peores consecuencias. Esos… somos nosotros. Los expertos analizan los cambios de clima, el nivel de la capa de ozono, la temperatura de los océanos o las migraciones masivas de animales. Nosotros no necesitamos tanto. Lo vemos a diario, lo sentimos a diario.

Basta con recorrer los hospitales públicos o darse una vuelta por el IPS. Gripes, neumonías, alergias de todo tipo no son casualidad. Un dato: en enero del 2022 se registró el mayor número de focos de incendios en los últimos 20 años en Paraguay. También en enero, Asunción registró la temperatura más alta de su historia.

Pero estos días sí que fueron pesados. Los cambios bruscos de temperatura y el acecho de peligrosas enfermedades son nuestros más urgentes termómetros para medir una realidad que va creciendo de la mano ambiciosa del hombre. Cuanto más progresamos, más nos degradamos.

Lo peor es que no es mucho lo que el mundo hace en conjunto, y las predicciones no son alentadoras aunque la realidad nos esté mostrando una cara catastrófica.

Es un problema global que trasciende las fronteras y las acciones individuales, que cada país pueda tomar, nunca serán suficientes si no hay un esfuerzo y un compromiso mundial más allá de las ambiciones humanas.

Los científicos lo dicen de mil maneras, pero no los escuchamos, aunque todos los días veamos en la TV que el cambio nos está matando. Esa es la verdad. Es la verdad que sentimos y que se traduce en una serie prolongada de temperaturas y fenómenos meteorológicos extremos sin precedentes en todo el planeta. Hoy podemos bien tener 8 grados y mañana 40. No es casualidad.

El Chaco se está secando, las dunas de Itapúa están desapareciendo, y en los últimos días la transición entre calor y frío es de locos. No son buenas señales…, pero es lo que hay.

Lo que podemos hacer nosotros, Juan Pueblo, es mitigar el impacto poniendo nuestro compromiso en no destruir más la naturaleza. Todo cuenta y todo es importante si las acciones son colectivas. Quizás no vayamos a solucionar el problema, pero podremos decirles a nuestros hijos que hicimos lo que pudimos para que ellos, al menos, sigan la lucha para salvar al planeta.

Un planeta que nos manda señales mientras nosotros buscamos en el espacio señales extraterrestres. Parece cosa de locos, pero la humanidad es así.

Queremos respuestas a todas nuestras preguntas, cerrando nuestros ojos a una realidad oscura y certera. Pero esa… esa es otra historia.

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