DESDE MI MUNDO

  • POR CARLOS MARIANO NIN
  • Columnista

Pedro Juan Caballero es, desde que tengo uso de razón, escenario de una guerra donde los muertos se cuentan por cientos y la impunidad recorre las calles creando un clima de una ciudad sin Dios.

Allí, en ese vasto y pujante territorio, grandes capos de la droga se disputan el control a fuego de peones contratados por monedas, que hacen que la vida siempre esté a precio de oferta.

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La muerte ronda donde sea, en las calles, en los caminos vecinales, en el centro y a plena luz del día, cuando caen las sombras y hasta en la cár­cel… nadie está a salvo en ningún lado.

Pedro Juan, fronteriza con Ponta Porã, Bra­sil, es el campo de batalla de una guerra que extiende sus raíces mucho más allá de las fron­teras. Y en el medio, miles de trabajadores atra­pados en una gigantesca cárcel invisible.

La droga es paraguaya, pero el negocio se lo disputan cárteles internacionales del narco­tráfico. Y es que, por ejemplo, en el 2016 Para­guay suministró el 9 por ciento del total mun­dial de cannabis, lo que equivale a unas 15 mil hectáreas cultivadas y una ganancia estimada en más de 700 millones de dólares.

Desde entonces el negocio no ha hecho más que crecer.

Un gran porcentaje de la marihuana que sale de Pedro Juan Caballero tiene como destino Brasil, el principal comprador de las plantacio­nes de la región. Lo demás va al resto del conti­nente, aunque la explotación, el sicariato y los asesinatos se quedan en Paraguay.

Hay quienes aseguran que la marihuana del Amambay es la segunda mejor del mundo, des­pués de la canadiense, pero los consumidores tras nuestras fronteras, la consideran la mejor del mundo.

Tuvo su precio. Las drogas y las mafias convir­tieron a Pedro Juan Caballero en un infierno. A balazos los mafiosos se reparten el territo­rio ante la ausencia del Estado y un reguero de dinero que hace casi imposible ponerle fin a esta cadena de muerte y terror, entre ellos y entre quienes se animan a denunciar lo que en realidad es un secreto a voces.

En este contexto, el martes mataron al perio­dista Humberto Coronel. Salía de radio Amam­bay, su lugar de trabajo, cuando un sicario en moto descargó el silencio comprado con ocho certeros disparos.

Puede ser un número más de una terrible esta­dística, en 30 años 20 periodistas fueron bru­talmente asesinados por las mafias del narco­tráfico, pero es más que eso.

La muerte de un trabajador revela que la cri­minalidad va ganando, que la impunidad, la protección a las bandas y la desidia aseguran la continuidad del negocio.

Un negocio que nos está consumiendo. Un negocio al que no lo detienen las leyes ni las buenas intenciones, pese a que te puede llevar a la cárcel o al purgatorio.

En Pedro Juan no hay ley, lo vienen diciendo desde hace años. No lo digo yo, lo dicen los ase­sinatos que día a día tiñen sus calles de sangre. Pablo Escobar decía: “PLATA O PLOMO”, ya sabemos lo que eligió un Estado ausente.

Pero esa... esa es otra historia.

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