EL PODER DE LA CONCIENCIA

Por más de que una persona tenga la mejor predisposición para explicar algo, aunque lo haga con paciencia y hasta con pedagogía, muchas veces el interlocutor no recibe el mensaje, no entiende lo que le están tratando de transmitir.

Provocar un “clic” cuesta doble; es decir, le cuesta tanto al que pretende realizar el prodigio como también cuesta si el milagro no se produce, a pesar del esfuerzo vano.

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¿Cómo explicarle a un funcionario público, por más vicepresidente electo que sea, además renunciante, que no tiene derecho de maltratar a nadie? ¿Cómo hacerle entender que él es quien debe servir a los demás –y con respeto– porque todos le pagamos su sueldo? ¿De qué manera hacerle el clic si la soberbia le nubla la razón? ¿Cómo evitar que toda su vida se siga comportando de manera grosera y altanera, pisoteando una y otra vez el derecho de los demás como aprendiz de dictador?

Me pregunto si este funcionario público estuviera 5 minutos encerrado en una habitación con la madre o el padre de a quien maltrató y se mirasen fijamente a los ojos sin decir ni una palabra, ¿sentiría vergüenza?, ¿haría clic y cambiaría? Creo que no y la explicación del porqué es tan antigua que hasta la encontramos en el Evangelio.

Una expresión latina atribuida a Mateo reza: “No deis lo sagrado a los perros, ni echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que vayan a pisotearlas con sus patas y vueltos hacia vosotros os despedacen”. Sí, esta universal frase “margaritas (perlas) a los cerdos” tiene siglos y significa que algo muy valioso jamás podrá ser apreciado por un ignorante. Y lastimosamente es una constante que en el Gobierno prevalezcan los brutos.

¿Y si de otro funcionario dependiera no solo la salud, sino la vida de miles de pacientes y que por sus reiteradas falencias incluso fuera llamado a dar explicaciones ante el Parlamento? ¿Cómo lograr el clic en él para que se “despierte” y vea todo el sufrimiento que provoca?

Tal vez si tuviera buenas intenciones y se disfrazara de un aportante común para no ser reconocido y tuviera que formar fila desde la madrugada para conseguir un turno se daría cuenta de que es indigno mendigar por salud y más cuando se paga por el servicio. Tal vez comprendería que “topear” las consultas de la gente humilde es vil y que nadie le otorgó ese derecho criminal.

No. No bastaría con “actuar” como un paciente común, no sería suficiente para darse cuenta. Y ni si recibiera el desprecio de los que atienden en ventanilla o del personal de blanco que exige reajuste salarial y menos sobrecarga laboral llegaría a sentir la desesperante impotencia del calvario por el que atraviesan los familiares que no saben cómo son tratados sus seres queridos detrás de la puerta en la que advierten: ¡No pasar!

Los “asegurados” son eso, asegurados de alimentar la gran bestia que devora dinero de los pobres que tienen que callar los descuentos mensuales de su salario, pero que no son asegurados para recibir la atención que merecen.

Y los parlamentarios, que tienen la obligación de velar por el bienestar de quienes los pusieron en ese sitio de privilegio, tampoco hacen clic. Escuchan excusas y medias verdades y dejan para la siguiente sesión lo urgente. Cada día muere gente, cada día los aportantes son humillados, pero las margaritas son pisoteadas en el chiquero. Es que no entienden.

¿Cómo van a entender si cuando tienen un ACV son derivados de urgencia a un sanatorio privado? Cuando ellos, que pregonan ser “representantes del pueblo”, se enferman no son atendidos por el sistema de salud que obligan a usar a los aportantes, sino que son llevados a recibir tratamiento en el extranjero.

En el enorme corral del Gobierno no hay clics y los funcionarios engordan en el fango del dinero mientras las perlas se ahogan. La vida del ciudadano se marchita como margaritas pisoteadas.

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