Mis primeras referencias sobre Jaume Perich tenían que ver con las traducciones para editorial Bruguera de una de mis historietas preferidas: “Astérix el Galo”. Con los años, entre préstamos y mudanzas, mi colección fue diezmándose, pero me quedaron algunos ejemplares. Siempre considero un oxígeno refrescante releerlos en tiempos de pestilencias mundanas.
Y así lo hice. El catalán no solo era un excelente traductor (falleció en 1995), sino, sobre todo, un extraordinario humorista, escritor y dibujante. La memoria tiene misteriosos recovecos que se evocan ante un disparador asociado. Así fue que recordé cómo nuestro autor había alterado una de las expresiones más populares a escala universal: “Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad”. Los niños, por su inocencia, como en el cuento donde gritan “está desnudo el rey”, y los segundos, por el estímulo que provoca el alcohol para atropellar cualquier complejo de inhibición. Él había cambiado “borrachos” por “locos”.
Decía Perich: “Los locos y los niños siempre dicen la verdad. Por ello se han creado los manicomios y los colegios”. Expresión similar a la de Michel Foucault, modificando la conclusión: “A los locos se los encierra y a los niños se los educa”. No sabemos a qué categoría pertenece el presidente de la República, Mario Abdo Benítez. Probablemente, al niño que no pavimentó la verdad con la escuela a la que nunca fue, porque, por primera vez desde que asumió el cargo, no mintió. Quizás, porque cada día lo hacía peor. Puede que don Jaume vuelva a tener razón: “Decir la verdad lo puede hacer cualquier idiota. Para mentir hace falta imaginación”. Lo que este gobierno nunca tuvo, ni siquiera uno solo de sus integrantes fue, precisamente, imaginación, creatividad, lucidez para el análisis, capacidad previsora. La única asignatura en la que nunca se aplazó fue en habilidades manuales.
Ante el ingreso al país del “pastor” José Insfrán, prófugo de la Justicia, sin que nadie se percatara ni lo detuviera, el señor Abdo Benítez firmó una sentencia imprescriptible: “El Gobierno está con una lucha interna importante. Porque la corrupción es una corrupción que permea, desde el Ejecutivo, a todos los poderes del Estado. Y eso implica Migraciones, Policía Nacional. La lucha, primero, es contra nosotros mismos, contra el propio Estado, contra la propia burocracia pública que está, también, inficionada por el crimen organizado y la corrupción”. No se diga más. Digno heredero de su padre, don Mario. Tanto esfuerzo para instalar la campaña de que su principal adversario político (Horacio Cartes) es el responsable de someter a las instituciones republicanas, pervirtiendo el Poder Judicial, para venir a confesarnos –a un año de concluir su mandato– que es “desde el Ejecutivo” que la corrupción permea “a todos los poderes del Estado”. O sea, el único responsable es el mismo Presidente y no otro.
¿Por qué aseguramos que Mario Abdo Benítez, hijo, se autoincriminó en corrupción? La Constitución Nacional es lo suficientemente explícita en su Artículo 226: “El Poder Ejecutivo es ejercido por el presidente de la República”. Para que la claridad sea como la luz del mediodía citamos los fundamentos del ciudadano convencional (ya fallecido) Bernardino Cano Radil, durante la Plenaria Número 33: “El Poder Ejecutivo lo ejerce única y exclusivamente el presidente de la República”. De modo que si, como dice el mandatario, “la corrupción permea desde el Ejecutivo a todos los poderes del Estado”, está reconociendo su propia corrupción y su voracidad expansiva hacia el Judicial y el Legislativo.
Nos parece muy noble de su parte atraer hacia sí todos los actos de corrupción de este gobierno, liberando de esa carga a sus colaboradores. Sin embargo, nuestra Ley Fundamental insiste en su Artículo 242 que los ministros “son solidariamente responsables de los actos de gobierno que refrendan”. Parece que este pequeño párrafo se le escapó al señor Abdo Benítez. Que se extiende a todos los funcionarios de grados superiores, incluyendo las binacionales. En doscientos años de vida independiente, esta es la administración más corrompida de nuestra historia política. Sus referentes más importantes se enriquecieron, incluso, sobre el dolor y la muerte de miles de nuestros compatriotas.
La corrupción de este Gobierno solo es equiparable a su inutilidad. Nos queda la voz pausada de Humberto Rubin, cuando durante una entrevista, Luis Bareiro le pregunta: “¿Y Marito?”. Y el hombre de la luenga barba, cuya muerte aún nos impacta, respondió: “Absolutamente, un inútil”. Y lo seguirá siendo por un año más.
Perich tiene la clave: “Gracias a la libertad de expresión, hoy ya es posible decir que un gobernante es un inútil sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco”. Un gran adelanto es que Marito ya aceptó que es un corrupto. En esa lucha titánica “contra nosotros mismos”, no sabemos si triunfará el corrupto o el inútil. Tal vez se den las manos en un merecido empate. Buen provecho.