Mañana o tal vez el miércoles, la ministra de Economía argentina, Silvina Batakis, se reunirá con Kristalina Georgieva, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), en Washington. Desde el fin de semana que pasó se encuentra en Estados Unidos. En soledad. También debería estar en la capital norteamericana el presidente Alberto Fernández, pero el encuentro en la Casa Blanca con su homólogo estadounidense, Joe Biden, tuvo que suspenderse porque el frustrado anfitrión tiene covid.

La totalidad de las fuentes gubernamentales consultadas aquí aseguran que Batakis “va a pedir ayuda” porque “la situación es compleja”. Sin embargo, la ministra suele ser mucho más contundente –según coincidentes informantes– cuando le preguntan sobre el estado de la economía y las finanzas en este país. Sin eufemismos y, quizás, para que les quede claro a quienes la consultan sostiene que “es un quilombo de órdago”. Clarísimo, aunque no tanto. Sin dudas, todos y todas en la Argentina saben decodificar con precisión la palabra quilombo, pero no es lo mismo cuando se le agrega órdago. De hecho, el diccionario de la Real Academia Española de la lengua vincula esa palabra con el juego del mus y refiere, puntualmente, a un “envite en el que se apuesta un juego en su totalidad”.

A partir de esa definición, entonces, podría interpretarse la palabra de Batakis como que el FMI es la única salida posible a la que apuesta para las cuentas argentinas. A renglón siguiente, la RAE define: “Lanzo un órdago amenazando con dimitir”. Crece la incertidumbre. ¿Qué podría hacer, entonces, Silvina Batakis en Washington? ¿Caracterizará ante Kristalina la situación argentina tan descarnadamente como lo suele hacer en las conversaciones domésticas? ¿Pensará en renunciar si el órdago que lance hacia el FMI no es el inicio de la solución? Habrá que ver. El presidente aguardará sus novedades en Buenos Aires con ansiedad y angustia. Una buena parte de sus sueños y las posibilidades de alcanzarlos, sin dudas, se apoyarán en lo que responda la más alta funcionaria del Fondo, en primera instancia y, más allá, en que el directorio de la entidad –de la que Estados Unidos es el principal accionista– apruebe lo que Georgieva proponga. “Mi sueño no es ser el mejor presidente de la Argentina”, dijo Alberto F. la semana que pasó durante un acto político en Avellaneda, unas pocas cuadras al sur de la Casa Rosada en el conurbano bonaerense y agregó en tono confesional: “Quiero ser el presidente del mejor país del mundo”. La vara onírica del jefe de Estado está muy alta y desvinculada de la cotidianidad que lo rodea. Mientras, la situación gana en complejidad.

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El dólar informal –refugio de los ahorros argentinos por décadas aunque en tiempos recientes, por la falta de billetes verdes y las restricciones crecientes (cepos) para acceder a ellos, se añadieron como monedas-refugio el guaraní y el peso boliviano– que dos lunes atrás se transaba en $ 270 y en la apertura de la semana que pasó alcanzó los $ 290, hoy abrió las operaciones en el mercado cambiario en $ 339 por unidad. La devaluación que niega el gobierno la hace el mercado. Los días pasan. La crisis dentro de la crisis que se desató desde el momento en que renunciara el ex ministro de Economía, Martín Guzmán, no se supera. Especialmente porque la vicepresidenta, Cristina Fernández, lo empujó con sucesivos destratos, pero la decisión final, inesperada solo para Alberto F. y la segunda al mando, fue del dimitente que, además, la hizo pública desde su cuenta personal en la red Twitter. Enorme golpe. Cristina F. no admite renuncias. “De aquí te vas muerto o despedido”, suele responder a funcionarios o funcionarias cuando los tiempos se agotan y los resultados que ella espera no se producen. Guzmán se fue solo y, por si algo faltara, le quitó protagonismo porque fue la noticia más relevante en las horas y días que se sucedieron desde que el economista dio el portazo.

El conflicto –las desavenencias entre Alberto y Cristina– tampoco se resuelven. Las oposiciones formales, expectantes, guardan silencio. No quieren aparecer como empujando al gobierno al precipicio. Solo se expresan con frases de manual tan inevitables como repetidas. La oposición que no debería ser, sin embargo, es la que más se hace sentir. El denominado como kirchnerismo y su brazo juvenil, La Cámpora, pese que quien la conduce, el diputado nacional Máximo Kirchner suma 45 años, son implacables con Alberto F. y su gestión pese a que gestionan el gobierno junto con él y el titular de la Cámara de Diputados y Diputadas, Sergio Massa. Entre otras causas, por ello, el Poder Ejecutivo está paralizado y “sin plata”, como también lo expresa la ministra Batakis. Julio –el mes que corre detrás de la inflación– según coincidentes analistas, reportará un crecimiento en los precios cercano al 10%. El Parlamento, en el primero de los semestres de este año solo ha avanzado con dos leyes. También padece de parálisis. Por el contrario, el Poder Judicial, al menos en las causas que más preocupan a Cristina F. por presuntos hechos de corrupción estructurales, está activo. La sociedad, con profunda preocupación, espera que “hagan algo”. Los movimientos sociales –cercanos a Alberto F o no– comienzan a converger para ocupar las calles con sus reclamos.

La Confederación General del Trabajo (CGT), a la que el fundador del peronismo, Juan Domingo Perón, consideraba la columna vertebral de ese movimiento político que se comporta como un domesticado grupo de apoltronados dirigentes envejecidos y ricos que, desbordados por izquierda, anuncian una movilización “por la Patria” para el 17 de agosto venidero. Los servicios públicos subsidiados –gas, luz y transportes– en las próximas semanas dejarán de recibir miles de millones que el Estado no tiene. Las tarifas deberán sincerarse. Muchos y muchas no podrán pagarlas. Las broncas sociales se incrementarán. El presidente Alberto F., quien en sus momentos libres guitarrea y canta rock con amigos y amigas, más que nunca recuerda que, como lo escribiera Ricardo Soulé, “todo tiene un final, todo termina”. Profecía inexorable y que podría cumplirse. Alberto y Cristina, que en el mediodía del sábado último se reunieron a solas en la residencia presidencial, quizás hayan hablado de terminar con la compleja situación que cada hora que pasa se agrava más. Cinco fuentes muy seguras se limitaron a responder a este corresponsal que “el diálogo fue tenso” y precisaron que “Cristina increpó y exhortó con la necesidad de hacer reformas en la justicia y controlar el dólar para que no suba en su precio y no continúe la pérdida de reservas”. ¿Qué pasará?, entonces. “Todo puede pasar”, respondieron los y las consultadas y describieron: “Final abierto hasta que esto termine”. Incertidumbre.

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