Se inicia este lunes una semana que, de ninguna manera, será una más. Verdad de Perogrullo: Será una menos hasta el 10 de diciembre del 2023 cuando Alberto Fernández, presidente y, Cristina Fernández, vicepresidenta, finalicen el mandato que asumieron el mismo día en el 2019. Palabra clave: Mandato. En la primera definición que se consigna en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE), dice “orden o precepto que el superior da a los súbditos” ¿Qué mandato cumple Alberto? En el mismo texto, mandato también se define como “encargo o representación que por la elección se confiere a los diputados, concejales, etc.”
En ese etc., valga aclararlo, se incluye a todos y todas aquellas funcionarios de alto rango que alcanzan posiciones por el sufragio popular. ¿Qué mandato cumplen Alberto y Cristina? En ese contexto, otra palabra -mandatar- no es menor en su valor y va pegada -pegadísima- a la anterior ya que así se define a la acción de “conferir a alguien la capacidad para ejecutar un mandato”. En las democracias republicanas, en las que los mandatos más relevantes se definen electoralmente, las y los presidentes, al igual que las y los vicepresidentes tienen la obligación, como mandatarios, de mandatar la voluntad popular que, en condiciones normales, siempre apunta al bien común, a la paz, la vida, a la seguridad alimentaria, a la educación, a la salud. La semana que pasó, en la Argentina, plena de incertidumbre en la que, justamente, los valores mencionados quedaron expuestos solo como objetivos a alcanzar, mandatarios y mandatarias, las principales voces del poder, hicieron malabares con el lenguaje y los gestos para tratar de aparecer y construirse como blancos de una estrategia pergeñada por innominados e innominadas estrategas de una maldad imposible de mensurar que apuntan a que fracasen en todas sus buenas intenciones.
De hecho, las repetidas frases para justificar, por lo menos, inoperancias, ignorancias, voluntarismos perversos e hipocresías, además de revelar la construcción discursos mentirosos son de sencilla dilucidación para quienes, desde muchas décadas, son víctimas de esas prácticas recurrentes y socialmente pauperizantes. Claramente, el deseo de quienes tienen la responsabilidad de gestionar la política gubernamental - especialmente el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández- parecen tener puestos sus ojos en las elecciones presidenciales que vienen (octubre del 2023) y, a los desaciertos del presente, tratan de remedarlos a golpe de discurso, de relato y de parches que cada día que pasa sirven para menos y por tiempos más limitados. Así las cosas, las elecciones están lejos.
Quince meses parecen ser la medida de la eternidad. Llegar a las presidenciales 2023 es una hazaña épica para el pueblo argentino que, con una inflación en el borde de la hiper (cercana a alcanzar los tres dígitos), el dólar batiendo records (270 argentinos por cada billete verde), la tasa de riesgo crediticio por encima de los 2.600 puntos, las reservas en el Banco Central (BCRA) en niveles próximos a la inexistencia o la negatividad, por solo mencionar algunos indicadores relevantes, aún aguarda que quienes tienen la responsabilidad de cumplir con el mandato otorgado en el 2019, lo cumplan. Cada día con más tristeza el pueblo mira, se espanta, a veces ríen nerviosamente, comenta el desastre, crea memes, stickers, cuenta chistes que en el pasado también contaron como consecuencia de otros gobiernos fracasados, cuenta lo poco que tiene en los bolsillos para saldar lo mínimo que gasta para comer y curarse; para intentar educarse y educar; para acceder a una vivienda digna, a un trabajo honesto, a un descanso reparador que nunca llega porque es necesario buscar más y más ocupaciones -formales o no- para no ser personas indignas. Cada día parecen estar más lejos las reivindicaciones que reclaman para que se respeten y garanticen sus derechos económicos, sociales, culturales y ambientales (DESC).
Desde largo tiempo, por qué no decirlo, enormes segmentos sociales -con sus características particulares- se encuentran en una especie de auténtica y patética “sala de espera sin esperanza”, parafraseando respetuosamente a Sabina. Entre las múltiples expresiones vacías de contenido que se escucharon y, casi con seguridad, se escucharán en los días que vienen hay algunas que, por reiteradamente usadas en vano, carecen de efectividad. Llamar a “consensos básicos” o a “acuerdos”, como lo hacen incesantemente múltiples actores éticamente irrelevantes con la idea de calmar las aguas embravecidas que ellos y ellas mismas embravecen, pierden totalmente la posibilidad de producir sentido común por la desconfianza social para con quienes las pronuncian. “En boca del mentiroso, hasta lo cierto se hace dudoso”, advierte el viejísimo refrán popular al que casi no se recuerda. Parecen incorregibles. Líderes y lideresas -con sobrada experiencia en cargos de responsabilidad- organizan y participan de reuniones cerradas con exigencia de confidencialidad, de misterio -más exactamente- sobre lo que se dialoga en ellas pese a tratarse de información pública esencial.
La construcción de rumores tremendistas que ponen a la sociedad en el borde de un ataque de nervios con góndolas vacías en los centros de consumo y hasta en algunas farmacias, no crece exponencialmente. “A quién carajo le importa lo que hace Cristina o Alberto y con qué fines si no consiguen, desde que asumieron, poner en marcha a la Argentina, como dicen ellos, después del desastre que dejó Macri (Mauricio, presidente 2015-2019), como dicen él y ella; o, después de la pandemia; o, de la guerra que Rusia emprendió contra Ucrania que hizo crecer los precios en los mercados internacionales y poner en crisis al sistema energético global”, coinciden en decir visiblemente indignados un grupo de activos militantes peronistas que tuvieron relevantes responsabilidades en el pasado reciente, consultados por este corresponsal. Como si algo faltara, desde lo más alto del poder, en rueda de prensa, en la mismísima Casa Rosada (sede del gobierno federal argentino) se aseguró oficialmente que “el presidente está en control del país”.
¿Era necesario? Al parecer, sí. Como falso secreto a voces, horas después, corrió con fuerza e insistencia la renuncia del presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa y, de Alberto Fernández, el jefe de Estado. Hasta una excelentemente bien producida noticia falsa audiovisual, que dio cuenta de esa supuesta dimisión presidencial que, como reguero de pólvora, circuló en las redes -especialmente en Twitter- tuvo que ser formalmente desmentida por el canal de noticias La Nación+, cuya gráfica de pantalla y voces reproducía el sofisticado rumor. Las oposiciones, que también forman parte de la conducción y gestión del Estado a través de sus observaciones y propuestas. Sin embargo, desde esos sectores solo se percibe un inquietante estado observacional y silencio. Esperemos para ver qué pasa. También esas y esos dirigentes miran el calendario electoral. Las centrales obreras y los movimientos sociales solo ejecutan movimientos tácticos imperceptibles o discursivos.
Tal vez por prudencia, sus quejas no alcanzan para movilizar a trabajadoras y trabajadores en demanda de respuestas, como en otros tiempos. Los movimientos sociales, hibernan mientras algunos y algunas de sus dirigentes ocupan altos cargos en las estructuras estatales. Intendentes y gobernadores se mantienen alejados de las disputas entre Alberto F. y Cristina F. También miran el 2023 electoral y cuidan los territorios que dominan. Más todavía, a muchos y a muchas los espantan -aun marcando claramente las diferencias culturales, contextuales y coyunturales- las imágenes que llegan desde Sri Lanka. La crisis que se hizo visible para todos y todas en la semana que pasó, no ha finalizado. De hecho, comenzó en junio 2019 cuando en un simulacro de unidad para triunfar en las elecciones, el ahora oficialismo -por Twitter, como la reciente renuncia de Martín Guzmán, el ex ministro de Economía- informó que la dueña del poder, Cristina F. designó al dueño de la lapicera, Alberto F. para la presidencia. “Con Cristina sola no se puede. Sin ella, no alcanza”, decía y repetía Alberto por aquellos tiempos, desde febrero del 2018. “Nunca más me voy a enojar con Cristina”, prometió después. ¿Qué dice ahora de aquello? Hasta el momento, nada.