Cuando en el horizonte de la humanidad grises nubes de tormentas se acercan con anuncios de cataclismos –por un lado militar y por el otro económico– y el lejano estruendo de truenos se confunde con las explosiones de misiles cada vez más potentes, una bandada de cisnes negros aletea impaciente en el cielo buscando seguridad en la superficie.

Las economías de Alemania, Francia, España, Italia y todos los demás países europeos sienten el rigor de la inflación y peor, la crisis se torna dramática con el próximo corte de la provisión de gas desde Rusia. Con industrias a punto de colapsar y el invierno que se acerca, el panorama no es nada bueno, al igual que el de Estados Unidos.

En este momento, la ambición desmedida de los políticos roturan la tierra desoyendo el clamor de paz de sus mandantes y con excusas vanas se adentran en –para ellos– un juego de guerra, destruyendo sus avioncitos de juguete, sus cañones y soldaditos de plomo que tienen carne.

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Ahora, en menos de 24 horas el hado dictó lecciones de humildad a dos de los más poderosos políticos del mundo, quienes aprendieron que estar en la cima del poder no los hace invulnerables.

El primero, Alexander Boris de Pfeffel Johnson, primer ministro de Reino Unido, ex alcalde de Londres y líder de su partido, presentó su dimisión obligado por la avalancha de renuncias de sus ministros y presión de legisladores, quienes se cansaron de los escándalos de carácter ético de los que Boris era protagonista. Y es que Johnson confundió el poder para servir a sus mandantes con servirse del poder para su provecho.

Apenas hace horas su herida vanidad lo despertó de su plácido sueño y las burlas recién comienzan. “Un final sin gloria” para un “payaso estúpido”, cuya conciencia se verá arruinada por “decenas de miles de vidas en este conflicto sin sentido en Ucrania”, escribía el multimillonario Oleg Deripaska en su cuenta de Telegram, según Reuters. Otros medios lo llaman “El peluquín” y con odio rememoran su andar soberbio de cuando planeaba estrategias con Zelenski sobre lejanos campos de oníricas batallas victoriosas.

Para el segundo, Shinzo Abe, la lección fue mortal. El ex mandatario japonés nunca imaginó que el rencor de un ciudadano lo alcanzaría en forma de un arma que le dispararía en el pecho y en el cuello y que ni siquiera le daría tiempo de despedirse de sus seres queridos o tomar conciencia de que se iba de este mundo tan pobre como había llegado, pese a que tuvo en sus manos una de las economías más ricas del planeta.

De nada le sirvió la ostentación del récord de ocupar por más tiempo el cargo de primer ministro de Japón, o que su abuelo Nobusuke Kishi también haya llegado al mismo puesto, así como su tío abuelo Eisuke Sato, “El halcón”, como era conocido, murió en la calle como cualquier otro ciudadano común tras el atentado.

Y pensar que a él nunca lo tildaron de traidor. Ni de ladrón. Ni de cobarde.

Y pensar que no subió al poder sin un plan de gobierno, solo enarbolando la bandera del odio para que una jauría de angurrientos saqueara las arcas del Estado.

Y pensar que cuando vino la pandemia él no hizo negociados para enriquecerse y que murieran miles de compatriotas; por el contrario, su política de “Abenomics” fue reconocida como factor vital en la recuperación económica de su país.

Y pensar que no violó la Constitución Nacional para candidatarse mientras ejercía el poder, sino que renunció al cargo porque antepuso su salud a su ambición o vanidad.

Y pensar que no alquiló ni sobornó a medios para acallar el descontento social, ni las injusticias, producto de su inoperancia e impunidad.

Y pensar que no endeudó a su país hasta límites nunca antes vistos, deuda que deberán pagar las próximas generaciones, no él.

Y pensar que él no fue cobarde y se burló en la cara de la gente que le advertía que su gestión era desastrosa y que no llegaría al fin de su período si seguía con esa postura.

Y pensar que no usó a las personas para enfrentar la pandemia y luego las traicionó quitándoles el pan de la mesa a ellas y a sus familias por pensar diferente.

Y pensar que Shinzo tampoco persiguió a las empresas productoras de su país por política partidaria; al contrario, en sus dos períodos de gobierno revitalizó la alicaída economía japonesa, estableciendo políticas para contrarrestar incluso el poder de China.

Y pensar que él respetaba las leyes y tenía honor, jamás se le pasó por la mente revelar secretos bancarios para ganar adeptos políticos o debilitar a su adversario.

Y pensar que nunca necesitó aliarse con terroristas para blindar su seguridad personal o un enriquecido bolsillo tras abandonar el poder.

Shinzo Abe murió como todos. La política no le hizo inmortal pese a todo el esfuerzo que hizo en vida, pero lo recordarán bien, a diferencia de al “Peluquín”, quien apenas comienza a pagar por sus “fiestas”.

Muchos políticos no hacen nada bien; otros sí y son recordados por sus grandes obras o por el desarrollo de su pueblo. Hay uno que al menos va a terminar las nuevas cárceles para cuando pierda el poder. Tal vez haya previsto que sean cómodas, al menos.

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