DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin
  • Columnista

Después de poco más de dos años y más de seis millones de muertos, pensábamos que la historia nos daba un respiro. Todo fue volviendo de a poco a la normalidad, y aunque la pandemia siguió a nuestro lado, comenzábamos a ver cómo el sol volvía a brillar, como ahora después de días nublados.

Pero la más brutal de las pandemias que sobrevivió a nuestra generación dejaba huellas profundas que sin dudas impactan en nuestro día a día y seguirán allí cuando todo esto no sea más que una pesadilla.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Y no hablamos del desplome del comercio mundial de dimensiones históricas, ni del aumento desmesurado del gasto público para hacerle frente, ni los descarados robos de gobiernos corruptos que vieron en la adversidad la forma más cobarde de repartirse el dinero público.

No. Esta crisis generó además un impacto perjudicial en la salud mental, se incrementaron la violencia doméstica y los abusos de todo tipo. Aumentaron los robos callejeros, en nuestro país la inseguridad se volvió rutinaria y el crimen organizado se alimentó de ella.

Entonces, cuando creíamos que íbamos a ser mejores personas, pasó lo impensado. Rusia invadió Ucrania y el mundo escuchó los estruendos de las bombas. De nuevo volvimos a la incertidumbre de saber qué va a pasar mañana. Comenzó con el trigo, un producto clave para la seguridad alimentaria mundial. Rusia y Ucrania están entre los principales exportadores del mundo.

Al no poder exportar por la guerra y las sanciones los precios mundiales se vieron afectados. Y así como el covid desde la lejana China amaneció a nuestro lado un día, los precios se encarecieron y todos sentimos el impacto durante el desayuno.

Claro, como era de esperar, también aumentaron los precios del petróleo y el gas, y nuevamente las bombas explotaron en nuestros bolsillos.

Fue así que el propio presidente de la República dijo en un discurso en un acto público de campaña de su movimiento Fuerza Republicana estar cansado de la suba del combustible. Fue un acto de “sincericidio” como diría un amigo.

Muchos, como yo, pensamos que nuestras autoridades habían tomado nota de lo que hacer cuando el mundo, tan convulsionado y cambiante, toque a nuestra puerta. Pero no. Solo están cansados.

Hoy tenemos la inflación más alta de los últimos 20 años. En pocas palabras, es el aumento de precios más alto en dos décadas. Y como si fuera, poco este gobierno tiene la tasa de desempleo más alta de los últimos 16 años. Es la realidad que nos toca.

Las improvisaciones, las guerras internas y la desesperada campaña política se llevaron la atención de quienes deberían velar por nosotros. Así la inseguridad, el desempleo y la brutal crisis económica nos encontraron solos, una vez más, a merced del trabajo honesto que nos permita luchar el día a día.

Pero esa, esa es otra historia.

Déjanos tus comentarios en Voiz