Alberto Fernández, presidente argentino, está en Múnich, Alemania, acompañado de una pequeña comitiva que encabeza junto con el ministro de Relaciones Exteriores, Santiago Cafiero. Está allí porque Argentina –junto con India, Indonesia, Sudáfrica, Senegal y Ucrania– es uno de los seis países invitados para participar de la Cumbre del G7, que integran Estados Unidos, Italia, Francia, Alemania, Reino Unido, Canadá y Japón.

Según se informó aquí, Alberto F. se ofrecerá en ese foro como preferencial proveedor de alimentos y energía a Europa que transita restricciones considerables como consecuencia de las tensiones bélicas que verifican en el norte de ese continente por la invasión que Vladimir Putin lanzó sobre territorio ucraniano el pasado 24 de febrero.

Fernández es invitado personal del canciller alemán Olaf Scholz, al igual que el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski quien, por la situación en su país, participará con formato virtual. El argentino arriba a ese foro luego de participar virtualmente en la Cumbre de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) en la que compartió estelaridad con Putin, quien será eje de los más relevantes debates que los mandatarios del G7 desarrollarán en la capital de Baviera. Un enigma, en ese sentido, es cuál será la estrategia que desarrollará Alberto F. entre quienes tienen claras posiciones de condena al jefe de Estado de Rusia por la contienda que desarrolla contra Ucrania. Alberto y Vladimir, a la luz de la visita de Estado que el argentino realizó en Moscú en febrero último, no solo parecen tener buena sintonía sino que el argentino –cuando ya la guerra era un secreto a voces y las tropas que responden al Kremlin estaban movilizadas y prestas para el ataque– ofreció a la Argentina como “puerta de entrada de Rusia a Latinoamérica”.

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¿Qué pasará allí, en ese contexto? Es impredecible. Aunque no solo por la indescifrable política exterior de este país sino porque aquí, la situación doméstica también genera más preguntas que respuestas. El estado actual de las relaciones internas en la coalición de gobierno, el Frente de Todos (FdT), no aporta positividad ni garantías para planificar siquiera el futuro de corto y mediano plazo. La relación entre Alberto F. y la vicepresidenta Cristina Fernández está cortada.

Alberto y Cristina no se hablan y, justamente, esa falta de diálogo da cuenta a la vez de dos visiones estratégicas diferentes para el modelo de país que se proponen diseñar, si es que lo tuvieren, más allá de los intereses políticos y personales que cada uno de ellos internaliza y expresa. Alberto Fernández, angustiado en su laberinto coyuntural y con claras disidencias ideológicas y prácticas de gestión pública con su vicepresidenta, se enfrenta a Cristina Fernández claramente afectada por el pasado y el presente que le impiden ver con claridad el futuro.

Especialmente, el propio. Respecto del ayer, porque desde muchos años aún debe demostrar ante la Justicia que es honesta, que no se enriqueció ilícitamente y que no lidera una asociación ilícita integrada por un extendido grupo de allegados que, en pocos años –los de sus mandatos y el de su fallecido esposo Néstor Kirchner– devinieron en ricos y famosos. El hoy la embreta también porque si bien en lo formal es la segunda al mando de un gobierno que no lidera, pero que ella diseñó con ese formato porque “sola no llegaba” al triunfo electoral, se escandaliza por los pésimos resultados que emergen de la gestión de un Poder Ejecutivo poco poderoso y pésimo ejecutor. En, de, desde y con ese cuadro de la situación llegó Alberto F. a la Cumbre del G7. Todo lo que allí diga, podrá ser tomado en su contra aquí por su segunda. El mayor deseo (¿proyecto?) de Fernández, lo diga o no a quien quiera oírlo, es mantener la paz social con salarios consumidos por una inflación anual que –según quien la mida y los criterios de análisis que aplique para hacerlo– no es menor, hasta ahora, del 70% o podría estar en torno de los tres dígitos.

El Banco Central (BCRA) está con bajo stock de divisas y la autoridad monetaria no acierta en contener la fuga de capitales. La propia vicepresidenta, públicamente, días atrás, en el transcurso de un acto sindical, crítica con Miguel Pesce al titular de ese organismo que debiera ser autónomo, lo señaló con vulgaridad categorizándolo como “un boludo al que se le escapan los dólares”. Cada unidad del billete norteamericano, en el mercado cambiario ilegal, paralelo o blue, se transa en poco más de 220 pesos. La gestión de la pobreza, del orden del 40% con cerca del 9% de indigencia, es otra de las diferencias que separan a Alberto de Cristina.

Sobre un total de 45,38 millones de habitantes según los resultados divulgados por el gubernamental Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) pocos días atrás, unos 23 millones son asistidos con planes sociales que mayoritariamente administra el gobierno federal de Alberto F. a través del Ministerio de Desarrollo Social que los distribuye con la intermediación de organizaciones sociales. Cristina quiere cambiar ese formato de gestión. Desea que la distribución la realicen intendentes y gobernadores. Descree, de cara a su futuro personal y las elecciones presidenciales del año que viene, que esa forma de gestionar pobreza e indigencia sean productivas para sembrar voluntades sociales para cosechar votos.

El 80% de los planes sociales –18,5 millones– se gestionan a través del Movimiento Evita –que políticamente responden y sostienen a Alberto F– y lidera el señor Emilio Pérsico, secretario de Estado de la Economía Popular, con quien coopera el ex diputado nacional y ex religioso jesuita Fernando “El Chino” Navarro junto con sus más confiables colaboradores: Daniel Menéndez, de la organización Barrios de Pie, subsecretario de Promoción de la Economía Social; y, Rafael Klejzer, del Movimiento La Dignidad, director de Políticas Integradoras.

Cristina F. está convencida de que ese modelo de gestión conspira contra sus apetencias políticas. Desde esa convicción reclama los cambios mencionados para que la administración de la pauperización con perspectiva electoral la hagan, entre otros, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof y los jefes comunales de su máxima confianza en territorio bonaerense donde aspira a liderar políticamente su propio partido Unidad Ciudadana, por fuera del peronismo, y terciar con posibilidades de éxito en las presidenciales que vienen.

“Conformado por 33 municipios que suman solo el 0,5% del territorio argentino, pero concentran a 15 millones de personas (de los cuales más de un tercio son pobres, y un 7%, indigentes), (…) con un 28% de los votantes a nivel nacional y un 75% de los de la provincia, la región es crucial en toda contienda electoral”, explican en 2017 el sacerdote jesuita Rodrigo Zarazaga y el economista Lucas Ronconi, en “Conurbano Infinito”, un libro imprescindible para comprender científicamente el comportamiento de las y los actores políticos argentinos.

Eso, entre otras tantas cuestiones, aleja a Alberto F. de Cristina F. Y, en ese contexto y pese ese contexto, el jefe de Estado argentino, en la cumbre del G7, ofrece este país al mundo para proveer alimentos y energía.

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