• Por Felipe Goroso S.
  • Columnista político

La decisión anunciada la semana pasada por el presidente de la República de oficializar su candidatura a la presidencia de la Asociación Nacional Republicana, pone a nuestro país en un escenario en el que ambos integrantes del Poder Ejecutivo son candidatos a otros cargos y activos participantes en la interna partidaria de su partido. Esta coyuntura no tiene precedentes en el período democrático y traerá consigo una serie de implicancias y consecuencias, algunas conocidas y otras están aún por verse en el desarrollo de esta campaña y hasta el final de la misma.

Entre las implicancias conocidas está el riesgo al que se expone la imagen del Poder Ejecutivo, una imagen de por sí ya bastante deprimida, según muestran todos los estudios cuantitativos y cualitativos. Los mandatarios de todos los países desde que son candidatos trabajan en la construcción de la imagen que quieren proyectar al electorado. A principio, para ganar la elección, y ya en el cargo como parte de la estrategia de comunicación que les permita generar consenso y evitar disenso durante su gestión.

En el caso de ambos, han construido su imagen a partir de lo que ellos y su grupo político consideran atributos o fortalezas: uno de ellos es sin duda el mostrarse anti al cartismo. Eso les alcanzó para ganar la anterior interna de su partido. Construyeron un personaje político-mediático y resultaron atractivos en la elección del 2018, en especial para los otros grupos de medios de comunicación. Una vez en la presidencia, han seguido insistiendo sobre ese carácter, al punto que ha sido lo que ha marcado a fuego como eje discursivo toda su administración, el versus, la confrontación con el movimiento Honor Colorado. Se creería que pretenden pasar a la historia como el Ejecutivo más “anticartista” y eso se transmite a algunos de los integrantes del gabinete, aunque no a todos, también hay que decirlo.

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El dilema está en que evidentemente (es lo que muestran las mediciones) solamente el anticartismo no alcanza para volver a ganar. Y como no han generado otro diferencial, el problema se agrava aún más. Si a eso se le suma lo mencionado al inicio, el importante desgaste en la imagen, se puede estar ante los elementos que resumen una tormenta perfecta. Sin embargo, al presidente no le quedó otra alternativa que ser él mismo el candidato, no hay otra figura en el oficialismo con cierto volumen como para enfrentar a Horacio Cartes (también lo dicen las encuestas). La disyuntiva a la que nos enfrentamos es que al tener a ambos como candidatos es que los siguientes meses, de acá a diciembre, veremos cómo lanzan operaciones en tono de denuncias, similar a la que se lanzó el fin de semana de una supuesta amenaza a un integrante del gabinete y eso dilapidará aún más tanto la imagen y ni hablar de la investidura presidencial.

La política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, nos traerá meses muy duros y todas las consecuencias se terminarán de develar al final de esta campaña. Lo único seguro es que la imagen presidencial quedará aún más depreciada de lo que ya está en la actualidad. Y eso, aunque pudiera parecer un tema menor, también será una tarea para la próxima administración.

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