Dos altos funcionarios del Poder Ejecutivo argentino, claramente, en los días más recientes evidenciaron sus preocupaciones acerca del clima de múltiples tensiones que sacuden al oficialista Frente de Todos (FdT), la coalición gobernante, de cara al futuro de corto y mediano plazo. La portavoz presidencial, Gabriela Cerruti, advirtió a la interna gubernamental que “es muy difícil construir un relato hacia afuera si no solo tenés a los medios concentrados criticándote, y también a los medios amigos y compañeros también criticándote”.

Cerruti fue más allá: “Si nosotros seguimos en esta dinámica” discursiva pública de “que está todo mal (…) que todo es un desastre, en el 2023 no solo no vamos a tener los votos necesarios para sacar determinadas leyes, sino que (después de las próximas elecciones presidenciales) nos va a estar gobernando la derecha”. Pero, además de la reflexión en altavoz, interpeló con un interrogante: “¿Estamos construyendo un espacio simbólico o estamos gobernando?”. Por su parte, Jorge Ferraresi, ministro de Desarrollo Territorial y Hábitat, fue en la misma línea –también en público– para reclamar al interior del FdT “tener claro hacia dónde vamos”. Es posible que el presidente Alberto Fernández haya conocido de antemano esas expresiones que dan cuenta precisa de la situación que transita la coalición.

Desde muchas semanas, según coincidentes hombres y mujeres encumbrados en el poder que se expresan ante el periodismo con exigencia de preservar sus identidades –un clásico de las sucesivas administraciones argentinas– el Presidente y su vicepresidenta, Cristina Fernández, desde largas semanas “no se hablan”. La situación es preocupante. Si bien Cerruti, más allá de los mensajes destinados a la interna oficialista, reportó además que “hay una recuperación del salario y una desaceleración de la inflación”, a la vez sostuvo que “hay un crecimiento en general, con cifras de desempleo y de crecimiento como no teníamos hacía muchísimos años”, otras fuentes confiables la contradicen.

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El crecimiento del Índice de Precios al Consumidor (IPC) no aparece con tendencia a la baja. Por el contrario y, más allá de los voluntarismos, recorrer los centros de consumo, empíricamente, permite saber que la inflación no se detiene. Lo mismo ocurre con el valor del dólar en el mercado informal, ilegal, paralelo o blue, como quiera llamárselo, que al cierre de las operaciones cambiarias el viernes último se mantiene por encima de los $ 204 por unidad de la divisa norteamericana, mientras que, en la cotización oficial, la punta compradora –la más baja– está clavada en torno de los $ 118. Enorme brecha. Cuando faltan pocos días para que finalice mayo, son mayoría los pronósticos privados que adelantan –como estimación– que durante este período los precios habrán crecido –respecto de abril pasado– en aproximadamente un 5%.

De mantenerse esa tendencia, el indicador –siempre en orden a esas estimaciones– podría ubicarse hasta diciembre venidero en torno del 80% en 2022. Días atrás, el economista Alejandro Werner, quien en el pasado trabajó para el Fondo Monetario Internacional (FMI), dijo a radio Mitre, después de imaginar que es posible que el año finalice con una inflación de tres dígitos y admitió estar preocupado “porque un deterioro tan grande a poco más de doce meses de la elección debería resolverse con un acuerdo político y un compromiso de respaldo al programa económico” para evitar “la incertidumbre” económica y social que haga que muchas y muchos “prefieran agarrar sus pesos y cambiarlos por dólares para pasar el período electoral en esa moneda”. ¿Corrida cambiaria contra el peso? “El desastre se puede dar si sube fuerte el (dólar) blue y hay corrida de depósitos a esa moneda”, coincidió otro economista consultado sobre la coyuntura que exige anonimato “porque no quiero tener problemas con el gobierno”.

Explica que “el tiempo promedio de los depósitos a plazos fijos es de 50 días”, y desde ese dato duro plantea que “si por la incertidumbre, los y las ahorristas decidieran no renovarlos, salir del peso para posicionarse en la moneda norteamericana, como lo indica la historia argentina, las entidades podrían no disponer de fondos suficientes en forma inmediata”. Enfatizó, sin embargo, que su explicación se basa en lo que sucedió en muchas oportunidades en el pasado y, es en esa instancia cuando podría –insisto en el tiempo potencial para no generar alarma porque hablo de historia económica– podría darse una corrida contra el peso. Estamos sentados sobre un volcán”, concluyó. Preocupante, por cierto. El economista y consultor Miguel Ángel Broda, en la misma línea de análisis, sostiene que “estamos ante la presencia de la mayor mala praxis (económica) de la historia argentina”. Ratificó también que “hay una dinámica de inflación creciente”, explicó que “en los tres últimos meses anualizada da más de 90%”, y destacó que “la canasta básica (alimentaria) subió a una velocidad de 135%, o sea a un promedio del 7 mensual”.

¿Qué puede pasar, entonces? El interrogante, para el que no pareciera haber respuesta única, induce a pensar en un proceso entrópico que no es más que un desarrollo progresivo de destrucción o al desorden que afecta a un sistema. Illa Prigogine, el padre de la que se conoce como “Teoría del Caos”, tal vez, lo explique más adecuadamente: “El mundo –dice– no sigue estrictamente el modelo del reloj, previsible y determinado, sino que tiene aspectos caóticos” que no son provocados ni por los observadores, ni por los investigadores. En ese contexto, emerge lo que los estudiosos del planteo teórico de Prigogine denominan como “Efecto Mariposa” que advierte, precisa e indica que las más pequeñas variaciones que se dan en un sistema, “aunque puedan parecer inocuas”, en el tiempo habrán de generar grandes cambios que, por su magnitud, son susceptibles de generar una sensación de caos. ¿Quo vadis Argentina?

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