• Por Felipe Goroso S.
  • Columnista político

En inglés existe un término que utilizan los psicólogos para señalar nuestra necesidad de contacto físico: skin hunger. En español, le podríamos llamar “hambre de piel”. Este nombre resalta la necesidad biológica que tenemos los humanos de intercambiar caricias, besos y abrazos. La piel es el órgano sensorial más grande de nuestro cuerpo y el tacto es el primer sentido que activamos. Quizás por eso las enfermeras acuestan a un recién nacido que está llorando sobre el pecho de su madre. El contacto físico es nuestra forma más primitiva de consuelo.

Según Dacher Keltner, profesor de psicología en la Universidad de California, Berkeley, actos como estrechar la mano o rodear a alguien con el brazo activan áreas específicas del cerebro, como el de la corteza orbitofrontal, en donde se estimula nuestro sentido de empatía y compasión, y se refuerza nuestro impulso a tomar decisiones. Dar un abrazo afectuoso también libera oxitocina, la hormona del afecto, la confianza y la que nos ayuda a formar vínculos, y reduce el nivel de cortisol, la hormona del estrés. Sin el cariño físico de alguien cercano nuestro circuito neurológico se desajusta y eso podría llevarnos no solo a una inestabilidad de las emociones, sino sobre todo a una alteración del comportamiento.

La ciencia también ha comprobado que el intercambio sensorial de un abrazo puede robustecer nuestro organismo. Una investigación de la Universidad de Carolina del Norte demostró que los abrazos estimulan a la glándula Timo, un órgano clave del sistema inmunológico, y promueven la producción de glóbulos blancos que combaten infecciones. En la Universidad de Carnegie Mellon en Pensilvania, un estudio realizado con mujeres de la tercera edad probó que las que recibían más expresiones de afecto físico presentaban menos problemas de presión arterial. La sensación del tacto es el modo en que una piel se comunica con otra. Cuando ese lazo desaparece, es normal sentir ansiedad, angustia, soledad u otra forma de manifestación emocional.

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Circuitos neurológicos desajustados, falta de afecto, estrés elevado, inestabilidad de las emociones, alteraciones del comportamiento, organismos poco robustecidos, problemas de presión arterial, ansiedad, angustia, soledad. Todo esto le pasa a aquellos que se niegan a dar abrazos. Tal vez la psicología nos esté dando la explicación del ambiente que hay en la campaña del movimiento oficialista que insiste en la antinatural línea discursiva de negarse al abrazo republicano luego de las internas de diciembre. Lo natural son los abrazos (republicanos) luego de las internas.

Suele pasar que la política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, debe recurrir a otras ciencias (como la psicología) para encontrar respuestas a ciertas posiciones bastante difíciles de creer, explicar y argumentar.

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