En este domingo la Iglesia nos invita a celebrar, dentro de la alegría Pascual, la Ascensión de Jesús al cielo. Jesús vencedor del mal y de la muerte retorna a la gloria celestial, y se sienta a la derecha de Dios Padre. Es el mismo Señor, Verbo eterno, que después de concluir su misión en la Tierra, vuelve para estar junto al Padre. Pero, en un cierto modo, ya no es exactamente lo mismo, lleva consigo y para siempre, nuestra humanidad. Tiene nuestro cuerpo y más aún, lleva las marcas de la pasión, en sus manos, en sus pies y en su costado. Su entrega, su fidelidad, su amor hasta al extremo le dejó señales, que no podrán jamás ser borradas.

Y es por eso, que él es nuestro gran intercesor junto al Padre. Él es Dios, de la misma naturaleza que el Padre, y siente y sabe lo mismo que el Padre, pero también tiene la misma naturaleza que nosotros, y siente y conoce lo mismo que nosotros. Por eso, él pudo hablarnos con autoridad, pudo revelarnos toda la verdad, pudo decir con voz humana palabras de vida eterna, porque era Dios hecho hombre. Pero ahora estando a la derecha del Padre, siendo hombre-Dios, él puede hablar al Padre eterno de nuestras necesidades, de nuestros problemas y angustias. Puede decirle: “Papá escucha a este hijo tuyo, a este mi hermano que está sufriendo, mira mis manos, mis pies, mi costado, yo se lo que es sufrir en la Tierra”. Y a través de Jesús, nuestra súplica se hace fuerte y un canal de gracias se abre.

Es muy interesante como Lucas cuenta la Ascensión: “y mientras los bendecía, se alejó y fue llevado al cielo”. La bendición que Jesús estaba haciendo no terminó. Él reentró en la eternidad bendiciéndonos, esto significa que la acción de bendecirnos no terminará jamás.

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Lucas nos muestra también que, delante de Jesús que les bendecía sus discípulos “se postraron”. Ciertamente este era una señal de la acogida de la bendición. Ellos no estaban cerrados. No ignoraban. Hoy, Jesús sigue bendiciéndonos, pero infelizmente muchos de nosotros lo ignoramos. A veces ya no sabemos postrarnos. Estamos desatentos, tan ocupados y preocupados con nosotros mismos, que la gracia de Dios pasa desapercibida.

Con la Ascensión, Jesús, no nos deja. Al contrario, volviendo al misterio de Dios, él está con nosotros todos los días y para nosotros continua la fuente de bendición.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

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