Tenemos que entender que todo el dolor que sufre el mundo y todo el daño que tienen las familias es a causa del pecado que nos hace orgullosos, egoístas, mezquinos, soberbios, indolentes, perversos. Si miramos nuestro pecado de frente y, con la ayuda de Dios, tomamos la firme decisión de decir “no” al pecado, muchos dolores podemos ahorrarnos. Si miras tu propia vida o a tu propia familia y analizas todo su dolor, te darás cuenta de que el pecado, manifestado especialmente en orgullo y egoísmo, ha sido el gran protagonista para todo ese sufrimiento.

El engaño del hombre caído sin Dios que nos dice, a través de los cuentos de hadas, que cuando un hombre y una mujer se casan son “felices para siempre”, no es verdad. Es un engaño que solo agregó más frustración y dolor a la expectativa de un matrimonio feliz. La verdad es que, cuando dos pecadores se juntan, el lema no es “felices para siempre” sino “perdonándonos siempre y dándonos una oportunidad siempre” porque, de hecho, nos lastimaremos más de una vez.

No importa lo bien que te hayas casado, lo excelente que sea la persona que escogiste como pareja, lo bien que quieran hacer las cosas, lo consagrados que estén, hay algo que no podrán evitar: fallarse, herirse o decepcionarse mutuamente. Algún error cometerá tu pareja que te lastimará, algo que quisiste hacer bien te saldrá mal, no podrán entenderse claramente cuando expresen sus sentimientos, traerán patrones de vida de sus familias, cultura, educación y experiencia. Ante esta realidad, la única salida es la humildad (dejar el orgullo) y el perdón constante (porque constantemente fallaremos). Sin perdón genuino y sin arrepentimiento genuino no habrá restauración genuina jamás.

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Nunca te parecerás más a Dios que cuando perdona. Cuando perdonas demuestras el carácter de Cristo y la madurez espiritual. La persona verdaderamente grande tiene la capacidad de pasar por alto la ofensa. Proverbios 19.11 dice:”Honra del hombre es pasar por alto la ofensa”. Nunca un hombre tiene más honra y altura que cuando pasa por alto la ofensa. Nunca serás más bendecido que cuando te arrepientes porque el arrepentimiento es humildad y Dios da gracia al que se humilla.

Dios quiso restaurar la familia desde siempre y su trato soberano sigue actuando en nosotros, como actuó en los antiguos ¿Qué es ese trato soberano o la soberanía de Dios en nuestras vidas? Pues es Él quitando el mejor provecho, por gracia, de nuestra condición caída. La Biblia dice que “todo ayuda a bien para los que aman al Señor” (Ro 8. 28), pues trata de estar seguro o segura de que en verdad amas a Dios para poder usar este versículo a favor tuyo. Si no amas a Dios, esta promesa no es tuya.

Hay una guerra espiritual y humana omnipresente e inconfundible contra la familia y los niños. La vida familiar es muy dura debido a la pecaminosidad humana, debido a la presencia del reino de las tinieblas y el príncipe del aire que es Satanás mismo. Nuestra lucha es espiritual, nuestra lucha es contra principados y potestades en los lugares celestes, dice Efesios 10. Por lo tanto, la oración, la consagración y la obediencia a Dios son nuestras mayores armas.

Etiquetas: #familia#Dios

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