• Por el Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.

Este tercer domingo de Pascua nos presenta una nueva manifestación de Cristo resucitado a sus discípulos. El Señor vivo y victorioso busca la manera de encontrarse con sus seguidores en las varias situaciones de la vida que estos podrían enfrentar.

El relato de hoy, nos muestra que Jesús se hace presente cuando los discípulos viven una nueva experiencia de frustración: eran siete de sus amigos que después de pescar una noche entera no habían recogido nada.

La actividad de pescar tiene siempre un doble sentido: puede ser la actividad normal que conocemos, pero también puede ser la actividad misionera de la Iglesia. Es muy probable que el evangelio se refiera a esta actividad, pues seguramente en los inicios de la Iglesia, cuando los discípulos llegaban a nuevas comunidades, muchas veces también tuvieron la frustración de no encontrar a ningún nuevo adepto. No es muy fácil anunciar a Jesucristo, su propuesta de vida, su gracia, su amor desconcertante, su pasión y resurrección y también sus interpelaciones… El hombre, desde el pecado original, tiene el corazón endurecido, tiene miedo de Dios y prefiere esconderse de él. La vida y la actividad del misionero no son siempre fáciles, ni son marcadas de muchos éxitos.

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Sin embargo, Jesús se presenta allí: “Al amanecer, Jesús se presentó en la orilla”. Jesús se hace presente donde sus enviados se encuentran en dificultades. Su presencia es discreta. Él no viene con grandes alardes. Sus discípulos no lo reconocen súbito. A lo mejor, tan preocupados por el fracaso de aquella noche, ellos ni se habían dado cuenta de que Jesús estaba allí.

Pero, ¿cómo podría no estar allí el Señor? ¿Cómo podría abandonar a sus apóstoles en sus dificultades y en sus malas experiencias? ¡Imposible! Jesús estaba allí, esperándoles a la orilla del mar. Y, una vez más, él pide a sus discípulos justo lo que les quiere ofrecer: “¿tienen algo de comer?”. Este es el método de Dios: nos pide un poco de lo que tenemos, cuando él nos quiere hacer herederos de todas las cosas; nos pide un poco de nuestro tiempo, cuando él nos quiere dar una vida eterna; nos pide algún gesto de amor, cuando él nos quiere abrir su corazón; nos pide un pez cuando él nos quiere dar una pesca milagrosa…

Lo importante es estar dispuesto a escuchar su voz y con confianza seguir sus comandos. “Echen la red a la derecha y encontraran pesca”. Aquellos discípulos, aunque estaban cansados y frustrados, fueron capaces de hacerlo y el milagro sucedió: “se les hicieron pocas las fuerzas para recoger la red, de tan grande que era la cantidad de peces”.

Seguramente a ellos les invadió una gran alegría, eran tantos los peces y tendrían mucho que hacer ahora, pero uno de ellos, justo aquel a quien Jesús más quería, no se queda entretenido con los peces, sino que pone atención en aquel que había dado la orden de lanzar las redes y lo reconoce: “Es el Señor!”.

Este es otro gran peligro en nuestras vidas, Dios se hace presente en nuestra situación difícil, nos hace encontrar la solución que necesitamos, y después nosotros, de tan contentos ni nos acordamos de reconocer quien nos ayudó. El discípulo amado sabía que sólo podría ser el maestro para trasformar aquella noche de tanto trabajo inútil en un amanecer de satisfacción.

Creo que cada uno de nosotros en este domingo, estamos invitados a hacer una experiencia sencilla y discreta de Jesús resucitado, que se acerca a la orilla del lago de nuestras vidas, que conoce las dificultades y las frustraciones que pasamos, que aun así nos pide algo y que tiene una indicación precisa para darnos y así cambiar nuestra suerte.

Oh Jesús, ayúdanos a no desesperar cuando aun después de trabajar tanto, no conseguimos nada. Danos la fe de saber que en cualquier momento tú legarás a la orilla de nuestra vida, para darnos una nueva indicación, como una bendición, que cambiará todo nuestro fracaso. Y cuando esto suceda, ayúdanos a reconocerte y gozar de tu presencia.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.

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