DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin
  • Columnista

Quienes me siguen saben que me gusta hablar de los semáforos y todo el ecosistema que gira a su alrededor. Son algo así como las páginas de un libro o de cientos de libros que nos cuentan miles de historias cada día iguales y diferentes.

Y cuando pensamos que ya nada puede sorprendernos, ocurre algo que cambia nuestra perspectiva de las cosas.

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En mi rutina cotidiana vi mil maneras de ganarse la vida en un semáforo, desde vender poemas y alfileres, a malabares con pelotas, botellas o lanzas encendidas.

Los semáforos son un mundo, donde la pobreza, el chantaje y el arte conviven codeándose por unas monedas cada vez más escasas y escurridizas.

En un veloz cambio de luces miles de personas luchan el día a día y todo está cronometrado.

Todo está calculado.

Unos segundos eternos que nos regalan desde frutas a nervios y alguna que otra alterada discusión.

Se repite, se copia, se multiplica a medida que la crisis afecta a las personas. Va de calle en calle, de día en día, como una gigantesca industria que crece del rojo al verde.

Lo vi desde el auto.

Fue tan rápido como sorprendente. Ató un lado de una cuerda a un árbol del paseo central corrió al otro lado de la calle y ató el otro lado al poste del semáforo. No entendí lo que hacía hasta que casi sin darme cuenta el chico se equilibraba con unas pelotas caminando a un lado a otro de la cuerda.

Flotaba en el aire, saltaba, se reía. No sé cuánto duro. Me pareció una eternidad. Era de tardecita, cuando la sombra comienza a cubrir poco a poco la ciudad.

Fue un espectáculo digno de un gran circo. Un artista de la vida. Una obra maestra que me dejó tan sorprendido como feliz, ¿feliz? Sí, creo que esa fue la sensación que me hizo sentir ese efímero espectáculo.

Desató un lado de la cuerda y corrió entre los autos reclamando una paga por su arte. Me pareció equitativo, digno. El entretenimiento es la recompensa justa a un día agotador, marca la diferencia entre el embrollo de nervios y las ganas de llegar a casa.

Escucho en la radio que a unas cuadras dos sicarios en moto asesinaban a balazos a un comerciante. En la misma capital del mismo país enredado en la misma maraña de la corrupción, el narcotráfico y la falta de trabajo.

Continúe el viaje. Iba repitiendo la imagen de un malabarismo mágico en mis pensamientos y sonriendo en medio de tanta tragedia.

Mañana será otro día, volveré a pasar por el mismo lugar y quizás la escena se vuelva a repetirse o quizás no.

La vida misma se va renovando… así, como un fugaz cambio de luces.

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