EL PODER DE LA CONCIENCIA

Supongo que con tanto cierre de rutas desplegado por estos días hasta el espíritu del pensamiento que busca volar libre prefirió quedar en casa y no salir. Tal vez sea esa la razón por la que mascullar, rumiar, quejarse o como vulgarmente se dice, plaguearse sobre lo ocurrido en Semana Santa parecería un efecto retardado.

Pero bien, hay cosas que merecen la pena, como por ejemplo esperar todo un año para ver a Charlton Heston interpretando a Ben Hur. Y es que a pesar de que hoy día existen plataformas que permiten reproducir la película de forma gratuita en cualquier día del año, verla en Semana Santa por televisión le agrega el sabor necesario para que sea lo que debe, un clásico de clásicos, la más ganadora de los premios Oscar, aunque los fans de Titanic o de El señor de los anillos piensen otra cosa.

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Ver Ben Hur en otro periodo es como comer pandulce en junio y no en diciembre u olvidarse de la sidra para el brindis de fin de año. Jamás será lo mismo, como tampoco comprar todos los ingredientes para hacer chipa y que no salga dura como una piedra. Es así como ha sido siempre y como apreciamos que siga siendo.

Pero la desgracia tocó la puerta y este año llegó Ben Hur sin Heston. La nueva versión de la película es quizá buena, pero el filme no es nuestro Ben Hur, cuyos diálogos repetíamos a fuerza de haberlo escuchado innumerables veces. Qué gran desilución.

En el banquillo remando en el trirreme estaba otro esclavo, no el que ostentaba la figura que inspirara la estampa del legendario Nippur de Lagash, sino un desconocido Jack Huston reemplazaba a Charlton Heston... y hasta daban ganas de decirle al que repartía los latigazos que le diera unas raciones extras al novato. Por atrevido.

Y en el calor de la batalla -no contra los piratas sino contra los productores de Hollywood-, por alguna razón la escena me transportó a las injusticias del Ministerio de Hacienda. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? No lo sé, y debería preguntarle al Dr. Mime ya que él es el experto en cerebros, pero es que con todo el problema de la inflación, de la sequía, del combustible, de la guerra en Ucrania y la lenta reactivación económica, en este momento pagar impuestos es casi más difícil que una misión imposible de Tom Cruise.

Así, de sentir la ausencia de Heston en el banquillo del galeote me ahogó la injusticia de tener que pagar impuestos para que ese dinero sea despilfarrado por las autoridades de turno. Unos, se empeñan en enriquecer con contratos direccionados a los amigos, otros recaudando para hacer campaña política, tratando inútilmente de no desprenderse del árbol del Gobierno como una manzana podrida.

¿Hacia dónde se dirige con tantas deudas el país? ¿Quién se llevó todo el dinero? Asusta el futuro. Es como estar sentado en la fila de remeros encadenados y ver en cámara lenta cómo hacia el costado se lanza briosa hacia nosotros la nave enemiga con el espolón rompiendo debajo de la superficie del agua.

Y de pronto Hacienda se ufana y publica: “Nuevo récord de recaudación”... es lo mismo que sentir el impacto del barco pirata incrustándose profundamente en el costado, astillando la madera y haciendo volar los remaches. Sabemos que estamos perdidos, que en segundos nuestra nave se llenará de agua y de gritos desesperados antes de desaparecer hacia la morada eterna de Neptuno. Sí, Neptuno, el dios romano de los océanos, no Aquamán.

Y nosotros, los galeotes encadenados a este sistema esclavista, jamás entenderemos porqué nuestros huesos reposarán en el fondo del océano mientras que la vida del comandante Quinto Arrio es salvada.

Tras la batalla, flotando en medio de la mar sólo quedan Judá y Quinto Arrio. Apenas son un punto invisible, casi como el país en el que flotamos rodeados de deudas saladas como el infinito mar.

Pero como diría Messala en su último suspiro: “La carrera continúa”. Todavía faltan las vueltas de las cuadrigas alrededor de las urnas y esperemos que el resultado sea el mejor para la plebe, no para los que viven asaltando las arcas del Estado.

Etiquetas: #galeote

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