- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
¿Es posible la cohabitación de los opuestos? Aunque la palabra tiene una respetable antigüedad en su acepción marital, solo a finales de la década de los ‘70 adquiere significación política a partir de ensayos y análisis de futuros hipotéticos. Fue François Mitterrand el primero en conjugar el verbo cohabitar en el complicado entramado del poder en el régimen francés, definido por Maurice Duverger como “republicano-presidencialista”. Electo presidente en 1981 por el Partido Socialista (con un mandato que duraba siete años), en los comicios legislativos de 1986 la oposición obtuvo amplia mayoría en la Asamblea Nacional imponiendo como Primer Ministro al neogaullista de derecha Jacques Chirac. Hasta 1988 -final del período de Mitterrand- el poder era compartido por personas distanciadas ideológicamente. Fueron dos años de controversias sobre temas capitales y ámbitos de competencias salvadas por mutuas concesiones. El citado Duverger afirmó durante una visita realizada a Barcelona que ese año electoral en que se enfrentarían el presidente y el primer ministro implicaba la finalización de la cohabitación francesa, pero que, sin embargo, sirvió para demostrar que la Constitución de la V República funciona “porque es sólida, muy sólida”.
En ese período de dos años el vocablo cohabitación se incorpora definitivamente al léxico político. La coexistencia ideológica tolerada tenía sus razones: tanto Mitterrand como Chirac estaban en campaña electoral por la presidencia francesa. En el nuevo siglo el término amplía sus dominios hacia el campo cultural. El sociólogo francés y experto en medios de comunicación, Dominique Wolton, cree firmemente que “la mundialización de la información nos hace ver diferentes y hay que aprender a cohabitar con la diferencia” (La otra mundialización: Los desafíos de la cohabitación cultural, 2004). El diálogo es su herramienta. La política democrática, el camino. “Reconocer la diversidad es una condición para la paz mundial (…) Hay que aprender a admitir la existencia de un otro diferente y tolerar esa diferencia. A partir de ahí se puede intentar abrir el diálogo”.
Diálogo, otra palabra clave. El proceso de concertación de los partidos y movimientos opositores de nuestro país se abrió en dos frentes cuyas fronteras están bien subrayadas. A un lado del límite están los partidos de derecha, camuflados algunos bajo el ropaje de una socialdemocracia a la europea; del otro, se encuentra la izquierda dura y algunas vertientes del centro-progresismo. Los primeros firmarán hoy, viernes 22 de abril, un “preacuerdo de concertación 2023″, en el escenario de la Mesa de Presidentes de Partidos Opositores. El vocero de la reunión, Fernando Camacho, titular del Partido Encuentro Nacional (PEN), anticipó la ausencia, casi en grado de certeza, del Frente Guasu, cuyo retiro “temporal” de las negociaciones fue comunicado hace exactamente un mes. La otra concertación, Ñembogeta por una Patria Nueva, liderada por Fernando Lugo, tendrá su plenaria nacional este domingo 24 para debatir sobre una eventual candidatura de consenso. La senadora Esperanza Martínez, del Partido Participación Ciudadana (PPC), es una de las mejor perfiladas para la construcción de un proyecto electoral alrededor de una figura única. El otro aspirante es el también senador Sixto Pereira, del Partido Popular Tekojoja (PPT). Sobre la hora, y casi de contramano, apareció un tercer invitado, el canciller nacional, Euclides Acevedo.
En tanto Camacho asegura que, en la Casa del Pueblo, sede del Partido Revolucionario Febrerista (PRF), estarán presentes ocho organizaciones partidarias y doce movimientos políticos, el conocido dirigente sindical del gremio de los trabajadores docentes, Ermo Rodríguez, afirma que tendrán la participación de doce partidos y movimientos de la oposición. Aunque muchos puedan considerar estos encuentros paralelos como dos actos de reafirmación de propuestas e identidades para consolidar plataformas que puedan otorgar ventajas y forzar acuerdos, hay que examinarlos con una mirada mucho más crítica: será una prueba de la madurez para un diálogo que admita la cohabitación en la diversidad, es decir, de los doctrinaria y programáticamente opuestos. Hasta, diríamos, enfrentados.
El Partido del Movimiento al Socialismo (P-MAS) es un aportante sustancial en la articulación ideológica del Ñembogeta por una Patria Nueva. Su presidenta Griselda Yúdice y el secretario general Henrique Ferreira están convencidos de que no existe otra opción que replicar la fórmula del 2008 y que un referente del Frente Guasu lidere la chapa presidencial, reafirmando el repetido discurso de Fernando Lugo de que “la izquierda volverá al poder”. Desde la otra cabecera del puente, los adversarios internos y externos de Efraín Alegre concluyen que el presidente del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) es el principal obstáculo para unificar las concertaciones. Porque sin Alegre sería más fácil que el PLRA vuelva a ceder protagonismo como aconteciera, precisamente, en el 2008.
Cuando se abra el debate para una concertación única, se deberá entender que no se trata de un equitativo reparto de cargos. De lo que se trata es de pensar si será posible cohabitar en la pluralidad, con visiones diferentes en cuanto al papel del Estado dentro de la sociedad, por ejemplo. Y ese es un desafío eminentemente cultural. He ahí el gran dilema, que ya algunos dirigentes del PLRA están sopesando el conveniente retorno a una alianza. Previa convención, claro. Buen provecho.