La vitalidad está en el instante. Se halla si se le permite asistir de forma plena a lo que se desarrolla vivencialmente. ¿Qué es la vitalidad?, ¿se puede hacer una clasificación de condicionamientos o situaciones previas que sí o sí deben suceder para dirimir si un episodio o un acto o un movimiento es indudablemente trascendente para quien lo vive?

Lo propio del existir fluye a través de las experiencias. Hay principios loables durante la vida, son los que ayudan a tomar las decisiones que tienden a darle contundencia anímica a todo lo que va sucediendo. Lo imprescindible es lo que se transforma en la energía de cada vida. Y eso es reconocible en la humanidad del profundo ser. Y puede ser apreciado segundo a segundo si así se lo propone. Lo vital puede producir una secuencia constante y necesaria de bríos para llevar adelante aquello que se vive diariamente.

¿Cómo se convive con lo significativo? Poniendo empeño en su valoración, dándole su tiempo de auge, su espacio sin marcos, sin delimitaciones forzadas. Apreciando sensorialmente lo que acontece. Resolviendo con pujanza y convicción. La vitalidad y la alegría son unas compañeras vigorosas para poder interpretar el andar. Funcionan como pulmones del servir, del dar, del edificar, e impulsan la creación de sentimientos de colaboración. La vivacidad y la profundidad simbólica de cada paso son generadoras de sentimientos que producen implicancias constructivas. Es que la savia que transmiten es el puente que une lo que se hace con lo que se siente. La vitalidad le da forma a las conductas agradables, solidarias y comprensivas.

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Las actitudes vitales deben autoestimularse y también interconectarse con las de los demás. La vitalidad puede auto determinarse y puede extenderse. La voluntad vital se educa. Y en ese proceso el ambiente es relevante. Lo es porque los valores colectivos se aprenden, se vivencian y se transmiten conforme a las circunstancias sociales.

El protagonismo de lo valioso está empapado de las enseñanzas de la vida. Por eso las personas son vitales. Y lo que puede emanar de las mismas es poderoso. Por ejemplo, el cariño es vital. ¿Qué sería del ser humano sin cariño? La consideración hacia el otro es la energía natural de la vida.

Hay vitalidad en abundancia en aquello que cada ser humano así lo estime. Un libro, los libros. Un silencio, los silencios. Un árbol, los árboles. Un sonido musical, los sonidos musicales. Un juego, los juegos. Un diálogo, los diálogos. Una ciencia, las ciencias. Un sueño, los sueños. Todo lo que se tenga en cuenta como tal puede ser incorporado a la precedente enunciación ejemplificativa. La naturaleza es vital. Los sentidos son vitales. Los tiempos también tienen su rasgo fecundo. Cada uno es indispensable si así se lo contempla.

Alimentarse, cuidarse, quererse y educarse abren los sentidos individuales y permiten que se multipliquen al pluralizarse. Cada acción, derivada de dichos estandartes protectores de la personalidad, vitaliza y fomenta los vínculos sólidos. Y en esto la impronta individual es artífice de la semblanza grupal. Es creadora de las conexiones vitales.

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