Mucho antes de que el legendario Ragnar Lothbrock (o Lodbrok), inmortalizado por la serie “Vikings” de History Channel por animarse a cruzar con sus velas el océano y atacar Inglaterra y Francia, o que otro nórdico más famoso como Erik el Rojo venciera más tarde el mismo horizonte y llegara a Groenlandia o que su hijo Leif Eriksson atravesara el infinito para llegar a América del Norte, otras naves también surcaban todo tipo de aguas.

Por ejemplo, en el Egipto de Cleopatra, los vientos hacían que las naves avanzaran plácidamente por el Nilo, llevando valiosos y pesados cargamentos. Y antes de los romanos, los griegos de Esparta y Atenas ya aprendieron a dominar el mar Mediterráneo copiando el diseño de los barcos mercantes fenicios.

En todos los casos fue el viento, ese poderoso e invisible elemento, el que movía las estructuras, desde los gaulos fenicios hasta los dakkar vikingos y posteriormente las carabelas.

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Pero la comprensión del comportamiento del viento no solo sirvió para henchir velas, sino que a través de la aerodinámica el hombre pudiera hacer que se elevaran por los cielos gigantescas naves como el Antonov AN-225 “Mriya” ucraniano, de 640 toneladas, recientemente destruido por el ataque ruso.

La historia nos enseña que con inteligencia el ser humano puede dominar su entorno, aunque no lo pueda ver. Y puede crear espeluznantes explosiones nucleares a partir de ínfimos átomos o también hacer que las sociedades se muevan como inocentes cardúmenes que danzan en una corriente.

El viento de la información en este momento, por ejemplo, hace que millones de personas crean que Putin tiene razón en “proteger” a su nación, otros que Zelensky es un héroe a pesar de permitir la masacre de su pueblo, otros que Boris Johnson se comporta como un pirata al hacerse del oro ruso y venezolano, otros que Biden no tiene altura moral para juzgar la decisión del líder ruso con antecedentes como los de Yugoslavia, Irak, Siria y Afganistán. Son tantos los vientos y van en todas direcciones.

No hace falta ir tan lejos ni meternos en política para entender sobre el viento de la información. Basta estar en el país y trasladarnos al deporte. Retroceder hasta el jueves nada más, cuando la gran mayoría de los paraguayos ni siquiera quería ver el partido de su selección, eliminada del próximo Mundial.

Pero el 3 a 1 volvió a la vida el entusiasmo nacional y ya comenzaron los comentarios sobre qué pasaría si le ganamos a Perú y los dejamos fuera de la competencia... aunque lo más probable es que la victoria sea del equipo local.

Ese viento de información se coló por los medios masivos y ayer las redes se llenaron de memes tras conocerse el grupo de Copa Libertadores en el que Cerro Porteño y Olimpia tendrán que verse las caras. La brisa se convirtió en huracán. Atrás quedaron el ataque a la comisaría de Caaguazú, la marcha campesina, el problema del combustible.

Desde Ragnar hasta las redes sociales, con los invisibles vientos las personas son capaces de realizar grandes hazañas. Unas atraviesan continentes y crean colonias más allá de los mares, otras usan el conocimiento para salir al espacio y llegar a las estrellas más lejanas, otras más salvajes para matar y otras denigran su condición para burlarse de su tradicional rival.

La diferencia para llegar lejos con el viento o fracasar es la educación, aprender a dominar una vela o no dejarse llevar por las publicaciones.

No cuesta mucho hacer que se eleve una pandorga, apenas hay que saber sobre los caprichos del viento y dominarlo con un hilo. Más difícil es detenerse y pensar tras leer una información y darse cuenta de hacia dónde nos arrastra ese viento.

Deberíamos aprender a analizar los diferentes vientos, así el que entra a nuestros pulmones para respirar y poder vivir como el que nos lleva a otros fines.

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