Desde muy antiguamente (hacia el siglo V) la Iglesia propone el Evangelio de la Transfiguración de Jesús, en el segundo domingo de la cuaresma. Como bien sabemos, el período cuaresmal era el tiempo de especial preparación para los catecúmenos (los que se van a bautizar) y los penitentes, que en la Pascua serían integrados a la Iglesia, a través de los sacramentos.

Guardar a Jesús trasfigurado, contemplar su gloria, es lanzar una mirada hacia el futuro, hacia nuestra meta, es recordar nuestro ideal de vida, y así llenar el corazón de esperanza y el espíritu de fuerza, para empeñarnos aún con más ahínco en la búsqueda de lo que anhelamos.

Es muy importante en la vida recordar continuamente hacia dónde estamos yendo y dónde queremos llegar. A veces en medio de las pruebas y dificultades de la vida nos entra el desanimo, el cansancio, el desaliento. Nos vienen las ganas de abandonar todo, de huir o de escondernos. A veces la situación es tan difícil, que nos sentimos impotentes y fracasados. Parece que todo se está arruinado y que no tenemos más fuerza para avanzar. Es justamente en estos momentos que nos conviene parar un ratito, “subir a la montaña”, entrar en oración y recordar nuestro ideal, nuestro objetivo y soñar de nuevo. Todos necesitamos hacer esto para renovar nuestras fuerzas, para recargar nuestras baterías, para reencontrar nuestro punto de apoyo. Esta mirada hacia la belleza, hacia el gozo completo, hacia la gloria, es un pregustar la victoria que nos ayuda a redimensionar los problemas, despierta en nosotros la confianza en nuestras capacidades y hace renacer en nuestro interior la voluntad de luchar y de continuar el combate.

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Ciertamente esto sirve para todas las experiencias de nuestras vidas. Un atleta, por ejemplo, cuando recuerda el pódium, renueva la fuerza de continuar en el fatigoso entrenamiento, tal vez hasta de un modo aun más exigente, incluso cuando parecía no poder más. Un estudiante, cuando consigue tener presente, donde quiere llegar (el diploma, el futuro cargo), encontrará la fuerza para superar cada examen, aunque tenga que sacrificarse mucho. Un esposo o una esposa, que en medio a una crisis no encuentra otra salida que el divorcio, podría cambiar de idea, si fuera capaz de contemplar de nuevo el sueño inicial, los planes y deseos que le llevaron a empezar la vida matrimonial. Una persona de iglesia, delante de las innumerables dificultades que surgen, podría ser capaz de renovar y llevar adelante su empeño, si de vez en cuando, fuera capaz de mirar hacia el cielo, y de antever la gloria que le es prometida.

Es increíble la fuerza que tiene sobre nosotros el mirar hacia el futuro y recordar la meta que soñamos. En la vida, vence quien tiene buenas motivaciones, y consigue mantenerse motivado, pues este consigue canalizar sus fuerzas, sin dejarse aplastar por los problemas del camino. Quién sabe dónde quiere llegar y mantiene fresco en la memoria la imagen de la victoria, no se quedará caído, aunque caiga muchas veces, y mucho menos pensará en dar vuelta atrás. En la vida cristiana, de un modo particular, esto es válido. Contemplar la gloria de Cristo, que es prefiguración de nuestra glorificación, nos capacita a vencer todas las pruebas, nos da la fuerza para soportar la pasión y la cruz. No es fácil mantenerse motivado para ser bueno en la vida, para perdonar siempre, para estar dispuesto a servir a los demás. Muchas veces la ingratitud de los demás nos rebela, y nos hace desanimar. Muchas veces el mal que nos hacen, nos quieren hacer retroceder, y hace renacer en nosotros el deseo carnal de pagar con la misma moneda. No es fácil continuar soñando con la santidad, cuando a causa de nuestras debilidades tantas veces caímos y nos ensuciamos. Muchas veces el propio tentador nos quiere convencer de que es inútil querer levantarse, pues nos caeremos de nuevo. Con todo, es justo en estos momentos en que debemos recordar, que nuestras motivaciones no vienen del presente, o de este mundo. Nuestra motivación, nuestra esperanza y nuestra fuerza es sostenida por la promesa futura, nuestros ojos están vueltos hacia el cielo. Y aquí encontramos la importancia de una auténtica vida litúrgica, de la participación a la eucaristía, al menos en los domingos, de la reconciliación frecuente, de la oración y meditación de la Palabra de Dios, pues son estas experiencias las que nos hacen pregustar el cielo, nos dan fuerza para alzarnos y nos mantienen dispuestos al combate cotidiano. Ojalá en esta cuaresma el Espíritu Santo nos “despierte de repente” y nos haga contemplar la gloria de Dios.

El Señor te bendiga y te guarde, el Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

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