“Duele decirlo, pero hay que decirlo”
- Por Pablo Alfredo Herken Krauer
- Analista de la economía
- Email: pherken@gmail.com
De la mano de seis aumentos consecutivos en el precio de los combustibles – 40% de alza según el Banco Central del Paraguay (BCP) porque la suba de febrero aún debe trasladarse en sus impactos finales en marzo actual y 64% en suba en la movida de precios de los combustibles de enero 2021 a febrero 2022 punta a punta; y con el complemento del encarecimiento de la canasta de alimentos global en 15,7% (interanual), la de frutas y verduras en 34,1%, siendo parte importante en aquella los altos precios de la carne, con sus derivados y sus rubros cárnicos alternativos, terminamos febrero del 2022 con una inflación mensual del 1,4% (1,5% en enero) e interanual o en doce meses del 9,3% (7,9% en enero), la inflación más alta desde el 9,4% en setiembre del 2011. Y recordemos que cerramos todo el 2021 con una inflación del 6,8%. Si miramos hacia atrás podemos comprobar que las inflaciones anteriores fueron “bajas”: 2,2% (2020), 2,8% (2019), 3,2% (2018), 4,5% (2017), 3,9% (2016) y 3,1% (2015). Un promedio simple del 3,3% anual. Está claro que nuestra economía se “infló” o “engordó”, pero no por la mayor comida (crecimiento), sino el mayor precio de dicho plato de comida, lo que frente a ingresos bajos en la mayoría de nuestra gente significa “comer menos” porque el dinero no cubre el aumento. Y hoy ya se habla del inminente nuevo incremento en el precio de los combustibles, el tercero en el año. El barril de petróleo ya subió alrededor del 60% en lo que va del 2022. Con precios de 123/127 dólares el barril. Niveles que no se daban desde el 2008.
La inflación o el alza de los precios en una economía es conocido como el impuesto invisible porque la saca a la gente el poder de compra que tiene en sus bolsillos. Pero la gente es un todo, y dentro de ella hay mucha que ante un aumento de los precios puede defenderse aumentando sus ingresos. Lo peor de la inflación, y 6,8% o 7,9% o 9,3% es una inflación alta, es que castiga más y peor a la gente con ingresos bajos, sin olvidarnos de los pobres y de los miserables. Todos ellos no tienen cómo subir sus ingresos, sean trabajadores formales o informarles, cuentapropistas, vendedores ambulantes, amas de casa. A veces tenemos la combinación relativamente positiva de una economía creciendo y “inflada con cuidado”. Es mejor camino que una economía que no crece e incluso cae –entra en recesión, como nosotros este año– y sobrelleva el peso de una inflación alta. Tener menos que comer con precios altos duele el doble. Es imposible no tener inflación –aunque pueden darse episodios accidentales– y lo mejor por lejos es tener una inflación relativamente baja y bajo control por un tiempo prolongado, lo más que se pueda. Justo desde el 2011 el BCP ha hecho bastante bien los deberes. Se maneja ahora con metas de inflación con una base del 4% (objetivo o target) y rangos máximos de 2% para arriba (6%) y 2% para abajo (2%).
Nuestra inflación actual, preocupante por cierto, fruto de factores externos e internos (sequía) ha venido carcomiendo y debilitando constantemente el poder de compra real del dinero hecho ingreso de muchísima gente. De ahí al empobrecimiento y a la miseria hay una corta distancia. Con dolor. Hay que amortiguar los golpes externos e internos buscando proteger a los de menores recursos económicos. El BCP puede hacer lo suyo. Pero necesitamos una política social urgente cuya responsabilidad cae primariamente sobre el Gobierno. Pero con participación del sector privado y de los políticos. Hay milagros que Dios no puede hacer. Solo nosotros. Was gesagt werden muss, muss gesagt werden. Duele decirlo, pero hay que decirlo.