• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Cuando escribí “Asunción 1911″, un registro periodístico sobre las celebraciones de nuestro Centenario de la Independencia Nacional, aclaré que no era historiador. Apenas un entusiasta pialador de memorias. Con casi idéntica confesión publiqué “Augusto Roa Bastos: Autoritarismo, cultura y democracia”. No soy escritor, dije entonces. Y sigo sin serlo. Eso sí, me declaro un obrero de la palabra a la que, a veces, suelo maltratar a martillazos para acomodarla dentro de algún obstinado párrafo. Aunque sin premeditación ni alevosía. Pero había considerado que era “preferible pecar de osadía antes que, por cobardía, se perdiera alguna vez, y para siempre, esta colección de revistas y periódicos con artículos” de y sobre nuestro máximo narrador, desde su segundo exilio el 30 de abril de 1982 hasta su retorno al Paraguay después de la caída de la dictadura de Alfredo Stroessner, el 3 de febrero de 1989. Actué en consecuencia.

En coherencia con cuanto antecede, desde este espacio semanal de los viernes, creo conveniente formular algunas precisiones. No soy politólogo. Tampoco soy analista político. Porque cada vez que un colega, durante alguna entrevista, me cuelga esa etiqueta, la jauría de detractores no me deja hueso sano. Mis amigos suelen regalarme su condescendiente silencio. Acepto, sin embargo, las afirmaciones del recordado compañero de redacción Antonio “Tony” Carmona: “Un recolector infatigable de huellas de la historia impresas en papel diario”. Esa afición es la que me facilita cotejar los hechos. Separarlos y confrontarlos, en la búsqueda de la síntesis que contribuya a una mejor compresión de la realidad. Y desde nuestro “tacurú” de comentarista –siempre preciso el genio inolvidable Juan Bautista Rivarola Matto–, de tanto apuntar, de vez en cuando, también, acertamos.

La observación persistente de los comportamientos humanos repetidos nos permite acercarnos a determinadas predicciones con altas probabilidades de certeza. No tengo más testigos que algunos amigos de la oposición cuando, allá por el año 2012, en acalorados pero respetuosos debates, les aseguraba que la alianza entre el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) y el Partido Unión Nacional de Ciudadanos Éticos (Unace) era de concreción imposible. La idea los tenía muy ilusionados. Derrotar al Partido Colorado, estaban convencidos, ameritaba cualquier sacrificio. Solo que enfrente estaban Efraín Alegre y Lino César Oviedo (+), ambos con ambiciones bien delineadas. Ambiciones acumuladas durante años. Ambos se sentían predestinados para ocupar el sillón de López. Entonces les repetía, una y otra vez, para exasperación de mis contertulios: “Esa unidad se va a dar cuando tengamos dos presidencias de la República”.

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Una década después se reproduce una situación similar. Desaparecido Oviedo, se extinguió Unace, un partido tirado a la extrema derecha. Su espacio fue ocupado paulatinamente por Frente Guasu (FG), liderado por el ex presidente Fernando Lugo. Reconocido como concertación hace una década (2012), está integrado por organizaciones políticas de izquierda. A diferencia de aquellas interminables charlas y discusiones con mis amigos de otros partidos, esta vez tengo el testimonio de algunos apuntes. El viernes 24 de diciembre del 2021 escribí: “Vientos de izquierda y liberalismo”. En él relataba las declaraciones de un exultante Lugo, después de participar del VII Encuentro del Grupo de Puebla, afirmando que “la derecha está acorralada” y que “el progresismo tiene un futuro prometedor en la región”. Enfatizó las victorias de Xiomara Castro, en Honduras, y de Gabriel Boric, en Chile, dando por descontado que Lula da Silva volverá a la presidencia en Brasil. Castro es la esposa de Manuel Zelaya, quien fue destituido “por traición a la patria” en el 2009. “Después de doce años hay que seguir confiando en la ciudadanía que tiene memoria y no olvida lo que ocurrió con ese golpe de Estado grosero”, reflexionó el ex obispo como si estuviera hablando de sí mismo y del juicio político que lo sacó del cargo. Comenté, entonces: “Lugo está imposibilitado de regresar al poder en un país donde no hay reelección. Pero, al igual que su par hondureño, puede aspirar al retorno de la izquierda de la mano de otra mujer”. El 17 de enero, el senador Carlos Filizzola entrega la presidencia del Frente Guasu a Fernando Lugo. El 20 del mismo mes, la senadora Esperanza Martínez lanza su precandidatura a la Presidencia de la República por el Partido de Participación Ciudadana (PPC), dentro del FG. Todo empezaba a consumarse.

En el mismo artículo que venimos reproduciendo, opinábamos que “no luchó Efraín Alegre dos elecciones seguidas, con más de 1.100.000 votos la última vez, para entregar su cabeza en bandeja. De triunfar en las internas (de su partido), es difícil que acepte ser segundo”. Pero decía más: “Lugo vino convencido de México de que los vientos de izquierda que soplan en la región le son favorables. Tratará de aprovecharse de las diferentes corrientes (de progresistas a ortodoxos) que militan dentro del liberalismo. La lucha por el timón se presenta compleja”.

El 21 de diciembre, en un encuentro de partidos y movimientos de izquierda, Lugo lanzó un mensaje que nadie quiso leer en la Mesa de Presidentes de Partidos Opositores: “Volveremos al poder para fundar la patria nueva”. Ningún representante del PLRA estaba en ese “ñemongeta”. Hasta que llegó lo inevitable: El Frente Guasu se retira “momentáneamente” de la “Concertación Nacional 2023″, donde la figura más visible es Efraín Alegre. La izquierda, por tanto, estaba en desventaja. En estas circunstancias, la posible concertación presenta las mismas características de diez años atrás. Los comentaristas también damos en el blanco, de tanto en tanto. En política, no obstante, es recomendable el “por ahora” del “perínclito” dirigente republicano ya fallecido. Buen provecho.

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