La reconstrucción es permanente. Así se vive aprendiendo y esa posibilidad latente fluye cuando quienes la consideran la hacen parte fundante de su existencia. Siempre es el tiempo para asumir aquello que se posee, esto implica conocerse. A lo creado hay que formarlo una y otra vez. Lo que es y está puede seguir evolucionando. El comienzo facilita la consecución de nuevas direcciones, y en todo esto la toma de conciencia puede determinar el carácter de lo que acontece y el trayecto que se busca circular.

Leandro de Lajonquière, doctor en Educación, en su obra “De Piaget a Freud: para repensar los aprendizajes”, expone, entre tantos temas interesantes abordados, lo que sería la construcción de la toma de conciencia, a la cual cita a través de la voz histórica de Piaget, para quien la misma es la conceptualización de la propia acción. El profesor Leandro, en otro momento de su escrito, esboza que la toma de conciencia consiste en un proceso secuencial que, partiendo del punto de aplicación de la acción, se dirige a su mecanismo interno, sea cuando el sujeto tiene éxito, sea cuando fracasa: momento en que tratará de descubrir dónde reside el defecto de acomodación del esquema.

Hay una conexión indudable entre el conocimiento y la significación de lo que se presenta. Las ideas del saber pueden surgir como eslabones interdependientes que se estimulan unos a otros para dar con sus propósitos constitutivos. De esto nace lo que facilita la organización de los pensamientos que le dan cabida a la valorización de los hechos.

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La significación está íntimamente sustentada en la conciencia extendida hacia la interioridad de quien puede elaborar y desarrollar la capacidad de apreciar cuanto sucede. Es consciente quien puede describir un hecho aunque hay algo más que eso, y hacia ese engranaje intrínseco se dirige la creación simbólica que identifica responsablemente lo que es. Entonces como se idealiza lo observado, lo vivido, lo imaginado o lo proyectado, es probable que de tal forma sea manifestado. Las reglas no aceptan generalizaciones, es cada sujeto el constructor de las variables que lo hacen único artífice de lo que en sí decide proyectar.

Escribe De Lajonquière, quien también es psicólogo: “Es pertinente diferenciar una conciencia elemental de una toma de conciencia. La primera estaría ligada al dato inmediato, tanto externo cuanto propioceptivo; pero la segunda comportaría una auténtica reconstrucción conceptual de la lógica inmanente de la acción”. Es marcada la distinción entre ambas modalidades expuestas, lo que habilita para profundizar el cauce de relaciones con la vida en sociedad. ¿Qué impactos produce cada una?, ¿sería factible esgrimir una temporalidad cualitativa sobre el uso de las mismas?, ¿de qué forma se fomenta la diversidad de sus efectos?, ¿se podrían visualizar las causalidades de los acontecimientos que influyen en el orden comunitario a través de una enseñanza focalizada en darles un interés vital para tal fin?, son tantos los interrogantes, hay mucho por descifrar.

Es el sujeto pensante un actor comprometido con su comunidad; su panorama consciente se esfuerza por hacer fluir el ideario de valores que lo conducen hacia las causas que dignifican la humanidad. Además del conocimiento, debe promoverse el desarrollo de los criterios que destinen su aplicabilidad a la elaboración y práctica de las condiciones prósperas para la convivencia.

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