“¿Profesor, cómo sobrevivieron?, preguntó en 2017 un estudiante de posgrado de la Escuela de Gobierno de la Universidad de Nanjing a un académico argentino que explicó que, desde el 1 de enero de 1970, en la Argentina, el número 1 del peso, se corrió 13 lugares hacia la derecha.

La explicación la apoyó con una clara presentación en power point. Se produjo un profundo silencio. El profesor chino Shen An, un estudioso de la economía argentina, explicó lo que parecía inexplicable en mandarín. Desde entonces, el deterioro continúa. Nada ha cambiado en todos los frentes. El sistema institucional opera.

Los procesos electorales se desarrollan con la máxima normalidad posible pero, sin embargo, los más relevantes indicadores no mejoran y, si lo hacen, una buena parte del conjunto social no lo percibe. Por estos días se habla de “veranito” porque la actividad económica se recupera pero, no es milagroso ni mucho menos. Un año atrás, con mínimas excepciones, como política sanitaria coyuntural para contener la pandemia de Sars-Cov-2 que, pese a todo, puso fin a la vida de poco más de 117 mil personas, el aparato productivo estaba paralizado –cerrado– por cuarentena. Desde octubre pasado, cuando el gobierno del presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández fue derrotado en las elecciones primarias abiertas simultaneas y obligatorias (PASO), la casi totalidad de las restricciones quedaron atrás. Esa, es la razón primera del milagroso veranito que explica la tan deseada y necesaria recuperación que este país necesita. Mientras, la verdad que –como canta el Nano Serrat– “nunca es triste” porque “lo que no tiene es remedio”, pega duro ante los ojos de todos y todas.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Oficialistas y opositores –voluntariamente sin GPS– no escatiman a la hora de hacer trampas para mantenerse en posiciones de poder bien pagas que no todos y todas honran. La justicia, expresión de tanta amplitud que alcanza tanto a referí de fútbol como a un alto magistrado en el sentido común, parece haber dejado de lado la balanza de dos platos y la venda sobre los ojos con la que se la representa en una alegoría tradicional, para dejar salir del país para vacacionar en el Caribe a un ex vicepresidente con condena firme o para hacer la vista gorda luego de condenar en forma vitalicia a un alto funcionario aduanero en plena actividad aunque está condenado de por vida para no ejercer cargos públicos. Sigue allí. Con su escritorio delante, la lapicera y el sello aclaratorio. Pese a las demandas sociales de cambio y de cambios, “todo es igual, nada es mejor”, como alguna vez escribió, como nadie nunca antes ni después, Enrique Santos Discépolo en el tango “Cambalache”.

Ni los llamados “antisistema”, resultan serlo. Aceptan las reglas de la democracia y se avienen a las disposiciones de la ley electoral aunque, en sus relatos, aparecen como energúmenos que apuntan a la destrucción de todo, todos y todas. Palabras huecas aunque pretendan con ellas estigmatizarlas y estigmatizarlos llamándolos “castas”. Grave.

El tan temido diciembre, especialmente por los oficialismos, pasó sin estallidos ni puebladas. Como muchos y muchas temían. Imposible decir sin pena ni gloria. Las penas se expanden y la gloria, es algo que quedó atrás –muy atrás– en los relatos históricos.

El período vacacional parecería ser una especie de catalizador que transforma lo peor, lo dramático, en placeres y descansos generalizados que, sin embargo, son solo accesibles para un segmento mínimo del total de esta sociedad en la que, cerca del 45% es pobre y un 10% indigente.

La sociedad mira. Solo mira. Se queja poco y las decepciones no las llevan a las urnas. Es como si nadie quisiera cambiar nada de aquello que, desde muchos años, se quejan cotidianamente. El nuevo viejo tema es y, al menos hasta que terminen los días más cálidos del verano lo será, los cortes en el suministro de energía eléctrica. Los récords que cada día se producen en los contagios pandémicos, los que parecen como insuficientes testeos para intentar evitarlos y la vacunación libre que, sin embargo, tanta libertad no es porque el monopolio de la vacunación lo tiene el Estado ineficiente o inexistente, como lo categorizan algunos académicos con poca divulgación.

Las cosas no van bien. ¿Por los que ahora gobiernan o, por los que gobernaron antes? Ricardo Sidicaro, un académico e intelectual argentino de trascendencia internacional, un puñado de días atrás, en eldiarioar.com, sostiene que “la Argentina fue durante mucho tiempo una república militar” porque “entre 1930 y 1983 gobernaron todo el tiempo los militares o dejaron unas semidemocracias que no tuvieron la capacidad de construir partidos. Por eso, desde el 83 en adelante, la Argentina se encontró con que no tenía elencos políticos”.

En ese contexto, Sidicaro es preciso en su desarrollo. Sostiene que “si uno piensa que los empresarios argentinos prefieren fugar capitales a llevar adelante lo que se llama en términos marxistas una reproducción ampliada del capital, quiere decir que ellos perciben que acá no hay Estado y que ellos, ¿qué tienen que hacer? Protegerse con la moneda de otro Estado. Y todo esto que se habla sobre el valor del dólar lo único que muestra es que no creen en este Estado”.

Así las cosas y en ese contexto, Sidicaro advierte: “Hacer acuerdos, con esta debilidad estatal, es muy difícil” y, con esa contextualización, “la posibilidad de hacer partidos consistentes en una sociedad fragmentada es prácticamente imposible” lo que, a su juicio, “está pasando en todos lados”. “Adán Buenos Ayres” es una de las novelas argentinas más importantes del siglo pasado. La escribió Leopoldo Marechal. Novelista, ensayista, dramaturgo, poeta que, con la claridad de los visionarios más profundos, los que en verdad saben escudriñar en el alma humana, dijo con todas las letras: “De todo laberinto, se sale por arriba”. ¿Dónde y qué cosa será arriba en Argentina?

Déjanos tus comentarios en Voiz