La lógica nos señala que una alianza o concertación política –más allá de las disposiciones legales que describen su constitución– implica, necesariamente, una coherencia mínima de rasgos compartidos. Sin un factor de cohesión, principalmente ideológico, será una simple sumatoria de intereses no identificados entre sí, aunque tenga su origen en la necesidad de enfrentar y derrotar a un adversario común. Sin embargo, algunos teóricos sostienen que las alianzas –en este caso entre los Estados, aunque sirven para nuestro propósito por medio de la analogía–, más que ser creadas para algo, surgen contra alguien o algo. “Los intereses –añaden– pueden ser idénticos o susceptibles de transformase en idénticos durante la alianza”. Retornando a nuestra realidad, a nuestra vivencia práctica (y patética), habría que analizar detenidamente qué puntos en concordancia podrían tener el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), el Frente Guasu (FG), el Partido Patria Querida (PPQ), el Partido Encuentro Nacional (PEN), el Partido Hagamos (PH) y el Partido Democrático Progresista (PDP), más allá de la idea fija de triunfar en el 2023 sobre la Asociación Nacional Republicana. Y qué intereses controversiales podrían sublimarse en aras de objetivos superiores. Como el derecho a la tierra y la defensa de la propiedad privada, por citar un caso.

Mirando las elecciones generales del 2023, la oposición ha preferido la palabra concertación; o sea, solo podrán integrarla los partidos y movimientos políticos reconocidos por la Justicia Electoral. Según las normativas jurídicas, se trata de una “organización político-electoral” a diferencia de la alianza, que es “un pacto político”. En su conformación deberá contemplar “el mecanismo de elaboración y contenido del padrón electoral a ser utilizado”, así como “la composición y designación de un tribunal electoral interno de la concertación, el cual elaborará el padrón electoral, organizará los comicios y será responsable de todo lo referente a las elecciones”. Por de pronto, pensando en esa figura, ya son varios los candidatos apuntados para la línea de largada. Todos deberían estar en igualdad de posibilidades, aunque aportando diferente caudal de electores en el padrón que habrá de utilizarse.

La del 2007, en cambio, fue una alianza: el Partido Liberal Radical Auténtico había acordado en una convención ceder la Presidencia de la República y aceptar la Vicepresidencia. Así se construyó la fórmula Fernando Lugo-Federico Franco. Idéntico mecanismo se adoptó para el 2013 con la Alianza Paraguay Alegre: Efraín Alegre y Rafael Filizzola (PLRA-PDP). La Alianza Ganar del 2018 estaba conformada por Efraín Alegre-Leo Rubín (PLRA-FG). La concertación, en cambio, incorpora otros procedimientos. Tiene su propio padrón y su tribunal electoral interno. Así, podrían darse las duplas más impensadas: Kattya González-Miguel Prieto; Hugo Fleitas-Carlos Rejala; Efraín Alegre-Luis Yd; Esperanza Martínez-Carlos Mateo Balmelli o Carlos Mateo Balmelli-Sebastián Villarejo. Y todavía nos queda Paraguayo Cubas. Ahora, pasemos a la vereda de enfrente.

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De concretarse la concertación, en los términos en que yo la interpreto, las internas del Partido Colorado quedarán a la altura de un poroto. Claro, pero no por eso dejarán de ser atractivas. Y divertidas (Mario Abdo dixit). Honor Colorado es el único movimiento que se mantiene vigente fuera de la estructura del poder. Los demás se han extinguido o son puramente testimoniales. Y es, también, el único que tiene candidaturas definidas para las elecciones de diciembre del 2022. Santiago Peña para la Presidencia de la República y Pedro “Mangui” Alliana para la Vice. Horacio Cartes para la Junta de Gobierno de la ANR.

Dentro del espacio del oficialismo, el vicepresidente de la República y aspirante a la primera magistratura de la nación, Hugo Velázquez, todavía especula sobre quién será su acompañante. Por su lado, el jefe de Estado también especula con una fórmula que no contempla a su antiguo compañero de las elecciones del 2018. Si el mandatario acepta enfrentarse a Horacio Cartes por la presidencia de la Junta de Gobierno, sabe que estará contraviniendo expresas disposiciones constitucionales. Y correrá el riesgo con hombres de su confianza. Especialmente con aquel que permanentemente está siendo exaltado como el superministro en la construcción de rutas y que siempre fue el candidato para sucederle en el cargo: Arnoldo Wiens. Desaparecido de escena el otro aspirante, Eduardo Petta, quedaba el camino libre para el ministro de Obras Públicas y Comunicaciones. Juan Manuel Brunetti, un secretario de Estado sin grandes resistencias en la opinión ciudadana, podría completar la dupla.

En el 2022, para amortiguar el impacto de la decimoquinta letra del alfabeto griego (Ómicron), tendremos campañas electorales de las más variadas tendencias y con altos niveles de descontroles verbales. Especialmente de parte de aquellos que no logran afianzar sus candidaturas. Pero creo que, de alguna manera, la ciudadanía ya se resignó a la impronta de la administración de Abdo Benítez: mucho circo y escaso pan. En el 2023 tenemos que elegir a un gobierno que haga exactamente al revés. Feliz Año Nuevo.

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