Siete. Solo 7 grandes días 7, para que comience el año administrativo, comercial, político o como mejor le plazca llamarlo 2022, ahora sí, está a la vuelta de la esquina. A tiro de manotazo. También, de alguna manera, para el gobierno del presidente Alberto Fernández -como él prefiere institucionalmente remarcarlo, “soy el que tiene la lapicera”- se inicia el trayecto de 730 días que restan para que finalice su mandato. ¿Tendrá reelección? Vaya uno a saber.

De todas formas -y aunque éticamente no considere que tenga sentido destacarlo- no solo Alberto F, sino varios otros y otras, tanto en el Frente de Todos (FdT), la coalición gobernante, como en Juntos por el Cambio (JxC), la coalición parlamentaria y opositora, agosto y octubre 2023, ya están en sus pensamientos porque, claramente, son sus objetos del deseo. En octubre de ese año, seguramente, se realizarán las elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO) y, en octubre siguiente, será la presidencial. El propio jefe de Estado; el jefe de Gabinete de Ministros, Juan Manzur; un par de gobernadores peronistas jóvenes -Sergio Uñac, de la provincia de San Juan, uno de ellos- no trepidan en dejar trascender que quieren ser candidatos. ¿Máximo Kirchner, también? Entre las oposiciones, la lista es mucho más extensa aún. Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires; Patricia Bullrich, presidente del partido PRO que fundara el ex presidente Mauricio Macri (2015-2019); María Eugenia Vidal, ex gobernadora (2015-2019) de la provincia de Buenos Aires; el peronista que gobierna Córdoba, Juan Schiaretti; Gerardo Morales, presidente de la Unión Cívica Radical (UCR) y gobernador de Jujuy, muchos y muchas. ¿Vanidades? Tal vez. Mientras, y quizás para consolidar su intención reelectiva, Alberto F. no trepida en informar a la sociedad que “vamos bien y vamos a estar mejor”.

Desde el momento mismo en que el presidente Fernández, el 10 de diciembre del 2019, asumió la responsabilidad de gobernar, sin que le gusten los planes económicos, como públicamente lo admitiera, sin haber alcanzado hasta ahora un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para refinanciar unos 44 mil millones de dólares que la Argentina recibiera de ese organismo multilateral en 2018, con cerca del 48% de inflación acumulada en el año a punto de finalizar; con el valor del dólar en el mercado informal (blue) en $200 por unidad de la divisa norteamericana; con la pobreza por encima del 40%; con la indigencia que se ubica en torno del 10%; con más de 117 mil fallecidos como consecuencia de la pandemia de Sars-Cov-2 que, según el primero de sus ministros de Salud, Ginés Gonzáles García, “aquí no va a llegar” y tantos otros indicadores negativos, sin embargo, no desmiente querer seguir como gran timonel entre 2023 y 2027. Entre tanto, su segunda al mando, la vicepresidenta Cristina Fernández -ex presidenta 2008-2015- pareciera tener otros objetivos.

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Sus mayores preocupaciones parecen estar en las reformas que entiende son necesarias en el Poder Judicial y en la Corte Suprema de Justicia, lo que genera no pocas suspicacias. Sorprende, saber que el ministro de Economía, Martín Guzmán, días atrás, durante una reunión con empresarios en el seno de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEIA), dijo con todas las letras: “Los argentinos tenemos que trabajar como Estado y no como Gobierno”. ¿La voz de un opositor o la de un oficialista sensato? Imposible saberlo. Argentina, un par de días atrás pagó al FMI un servicio por su deuda pública por USD1855 millones.

Sin acordar aún con ese organismo multilateral, como se señaló, el enero venidero, tendrá que abonar USD716 millones; en febrero, USD363 millones; y, en marzo, USD2896 millones. ¿Dispondrá el tesoro argentino de USD3890 millones? ¿Los tendrá este país en las reservas que atesora el Banco Central (BCRA)? Habrá que ver. Por la información que circula -no siempre confiable, razón por lo que no se la consigna taxativamente- no está claro. Sin embargo, Alberto F, como ya se expresó, lo dijo: “Vamos bien y vamos a estar mejor”. Para que nadie pueda decir que no lo escuchó, que no lo vio, que no lo leyó, como hacía ya mucho que no sucedía, fue parte sustancial de su mensaje navideño a través de la cadena nacional. ¿El bienestar general es lo que el presidente dice, sostiene o afirma? Según desde dónde se mire. Según desde dónde se escuche.

Según desde dónde se analice. Alguna vez, Regis Debray, un capo para reflexionar sobre la comunicación aplicada a la política, comentó, y lo comparto, que “un emperador chino pidió un día al primer pintor de su corte que borrara la cascada que había pintado al fresco en la pared del palacio porque el ruido del agua le impedía dormir”. A modo de ejemplo, Debray -quien alguna vez acompañó a Ernesto Guevara de la Serna, El Che, en la operación foquista que terminó trágicamente con su vida cuando fue asesinado por tropas especiales bolivianas en el interior de una escuela-rancho en la Quebrada del Churo- agregó, a modo de ejemplo anecdótico, que “a nosotros, que creemos en el silencio de los frescos, esa historia nos encanta y nos inquieta vagamente” y, agrego, nos induce a una reflexión profunda sobre el valor de la palabra cuando, sospechosamente, parece solo parece ser parte de la narrativa política. Y, con ella, podría dar paso a un interrogante. ¿Cuáles serán las “cascadas” ruidosas que querrán borrar algunas y algunos actores públicos argentinos para poder dormir, soñar con sus propios futuros y despertar para decir lo que dicen? No tengo respuesta. Sin embargo y, aunque lo desee profundamente, es difícil superar lo dialéctico para desear con convicción y alguna certeza a todos y a todas buen fin y mejor principio.

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