• Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
  • Capuchino

Cuando Isabel escuchó la voz de María en su casa, algo maravilloso sucedió en ella. La criatura que llevaba en su vientre dio saltos de alegría, ella se quedó llena del Espíritu Santo e hizo elogios muy inspirados a la madre del salvador. Estos elogios hasta hoy nosotros los repetimos en las Ave-Marías. Pero la última frase de Isabel es muy oportuna para meditar en este tiempo de Adviento: “Dichosa eres tú por haber creído que de cualquier manera se cumplirán las promesas del Señor.”

Isabel sabía que María era muy joven. Sabía que estaba embarazada. Sabía que era un embarazo extraordinario. Sabía que en María se estaba cumpliendo la grande y esperada promesa de Dios, la llegada del Mesías.

Pero Isabel también sabía que Dios no hace violencia. Sabía que Dios dependía del sí de una persona capaz de creer hasta en lo imposible. Sabía que Dios necesitaba de una mujer capaz de asumir tan profundamente su humildad, su pequeñez, dándole la posibilidad de invadirla completamente, y generar en ella su propio hijo.

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¡Dichosa! ¡Bendita! ¡Bienaventurada! Fuiste capaz de creer, no dudaste de Dios, aunque todas las cosas, naturalmente hablando, te decían: es imposible, es peligroso, es una ilusión, es mejor esperar más. Cualquier otra mujer hubiera pensado: ¡Es imposible que una mujer conciba si no tiene relaciones con un hombre, aunque un ángel me hable! ¡Si José descubre que estoy embarazada, me abandonará! ¡Corro el riesgo de ser apedreada en plaza pública!

¡Pero María no hizo caso a todas las razones del mundo! Dijo sí, no porque se sentía capaz de hacer todas las cosas, no porque pensaba de ser mejor que las demás, no porque creyó que era solamente una broma. Ella creía que Dios es omnipotente. Y había escuchado y entendido que este Dios todopoderoso estaría con ella en todos los momentos.

Es esta característica de María, como mujer de fe, capaz de creer y esperar aun cuando todo parezca ir en otra dirección, que nosotros debemos admirar, aprender y practicar en nuestras vidas. Adviento es tiempo de ejercitar la fe. Es tiempo de decir un sí a Dios incondicionalmente, sin preocuparse de las consecuencias, pues él es el único omnipotente, y tiene la historia en sus manos.

Ciertamente esta fe no te dejará exento de las pruebas o dificultades que son naturales, basta recordar todas las pruebas que pasó María (no encontró una casa, o un albergue; tuvo que huir para Egipto, perdió su hijo por tres días, supo que lo querían apedrear en una parte, en otra derrumbarlo de un peñasco, lo vio clavado en una cruz, lo abrazó sin vida…) y observar que en cada situación ella hacía todo lo que estaba a su alcance, y fuera de esto confiaba en la presencia de Dios, pues este le había prometido de estar siempre a su lado.

Será que, si Isabel nos encontrara hoy en lo concreto de nuestras vidas, en medio de nuestras pruebas, si ella nos escuchara hablar, podría decir de nosotros: ¡Dichoso!, ¡dichosa!, ¡bendito!, bendita!… porque tú crees (¡esto es, no te desesperes delante de nada!) que de cualquier manera se cumplirán las promesas del Señor. ¡Ojalá!

El Señor te bendiga y te guarde.

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te de la paz.

Etiquetas: #Dichosa

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