EL PODER DE LA CONCIENCIA

Periodista

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Los dos nombres comienzan con G, pero uno fue serbio y el otro es Servio; uno nació en 1894 y el otro en 1992, uno se llamaba Gavrilo y el otro Gaspar. Los dos serán recordados (mal) por siempre, el primero por asesinar al archiduque Francisco Fernando de Austria en 1914, lo que desencadenó la primera Guerra Mundial y la pérdida de 17 millones de vidas humanas; el segundo por ser responsable de la pérdida del Campeonato Clausura 2021, del esfuerzo de todo un club durante un semestre y más de 20 mil millones de guaraníes.

El primero murió a los 23 años, tras permanecer encadenado durante 4 años a un muro en la fortaleza de Terezín; el segundo tiene 29 años y vive dando excusas y culpando a los demás.

Es imposible entender el pensamiento de cada uno de ellos: uno justificaba el asesinato explicando que era un nacionalista; el otro esgrimía que quería apoyar a su equipo.

Es triste cuando ocurre un quiebre en la historia, cuando una acción deja una cicatriz visible por el resto de la vida de una persona o más allá de ella. Pero más triste es cuando esa persona no se da cuenta de todas las repercusiones de su acción.

Como están llegando las vacaciones, una sencilla frase como “vamos a pescar” sería inocente para el que le gusta la pesca, pero esa “divertida” acción representa la muerte de peces. Bueno, dirán que el pescador tiene derecho a pescar, sí, pero no tiene derecho a matar para pasarla bien solo porque está de vacaciones.

En el caso de Servio, él dijo que lo expulsaron porque no tenía la casaca del rival, pero no se dio cuenta de que él como jugador tiene otras muchas obligaciones: con sus compañeros, el dar su máximo esfuerzo para ganar; para con los dirigentes honrar el dinero que le pagan por ser un profesional; y sobre todo con el público que pagó dinero por su entrada, que hizo el esfuerzo de trasladarse hasta el estadio (a riesgo de un mortal contagio) para recibir un buen espectáculo de fútbol.

El jugador no tiene derecho a hacerse del “letradito”, del “canchero”. Es una falta de respeto hacia el público, de la afición del club que sea. No es moral, no es ético ni simpático, aunque como en el caso del borracho en una fiesta que cree que todos se ríen porque la están pasando bien como él, pero no se da cuenta de que en verdad se ríen del payaso, que es él.

Desde que se profesionalizó el fútbol ya no es un deporte y lo que importa es ganar a cualquier precio, pero esa es una crítica para otro día porque la intención de hoy es reflexionar hasta dónde tiene derecho el jugador a comportarse como un grosero o un bravucón.

Y esto va también para los que pisan a sus colegas que están caídos sobre el pasto o a los que fingen una falta para que cobren un penal o para los que aplican un golpe cuando viene el córner o los que fingen una lesión para demorar la continuación del juego. Les falta educación, la cultura del rioplatense de hacerse el vivo, ofende al público, que no es aficionado para presenciar trampas o engaños, sino para deleitarse con las fantasías de las que es capaz de regalar el fútbol.

Ganar a cualquier precio se entendería en los dirigentes que invierten dinero, pero no en jugadores profesionales a los que se les pide un espectáculo, no un bochorno. El jugador debería avergonzarse por creer que puede hacer lo que quiere dentro de la cancha. No es así. Afuera está su familia y los que creen en la destreza de su ídolo, no en sus mañas, que sufren su inconducta.

Y vamos a profundizar más esta reflexión porque esta actitud de maleducado se traslada a otros ámbitos, como al de los políticos que también creen que pueden hacer cualquier cosa porque “para eso fueron elegidos”. Y no es así.

Son avivados que se valen de las leyes para jugar torcido, para cobrar sueldos irreales cuando a la ciudadanía no le alcanza para llegar a fin de mes. ¿Qué derecho tienen? Si los electores fueran árbitros la mayoría vería la tarjeta roja antes de terminar su mandato.

Que combustibles gratis, que custodios pagados por el Estado, que familiares contratados, que campañas electorales ventajeras a costa de la vista gorda de los interesados, que prebendas y promesas, que falta de quórum y rencillas personales, que derramarse agua a la cara, que legislar intereses mediáticos para seguir en el cargo... ¡cuántas jugadas sucias!

La ciudadanía, el público, no se merecen tan pobre rendimiento. Ni que fueran grandes jugadores. Ni siquiera son eso. Son vergüenzas escondidas detrás de un cargo.

Y no solo los políticos. También merecerían la tarjeta roja los que dicen que hacen justicia. ¿Cuál justicia cuando existe una superpoblación de presos sin condena? Pero como su esencia los nombra, son unos desvergonzados, ladrones de tiempo ajeno, impunes que se ocupan más de su “inamobilidad” al punto que se quedan tan “inmóviles” que no hacen justicia.

Muchos confunden las palabras, les es lo mismo Servio que serbio, aunque se parecen significan cosas muy distintas. No es lo mismo ser soberbio, aunque suene a Servio. Y pensar que Servio se parece más a la palabra “servir”, que debería ser el fin de todos los jugadores, tanto los que están en la cancha como los que ejercen en la función pública.

Etiquetas: #Entre#Serbio

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