• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

La obsesión por la memoria suele tener dos motivaciones radicalmente opuestas: la nostalgia de los protagonistas privilegiados de un período (trágico) de nuestra historia o el esfuerzo por mantener vivo en el presente el recuerdo de las atrocidades del pasado. Para no olvidarlas. Para no repetirlas. Para no justificarlas. En esa tensión antinómica tenemos que reconocer que los que sienten añoranza por la dictadura son más obstinados que aquellos que han padecido los rigores de un régimen inmisericorde que se deshacía físicamente de sus adversarios, con desgarradoras torturas en la antesala de la muerte, sin un gramo de remordimiento. Confiados, quizás, los sobrevivientes de la barbarie de que el tiempo honraría sus luchas –y el sacrificio de los caídos– no pocas veces son traicionados por ese mismo tiempo al que también apuestan los falsificadores de la historia. De ahí el imperativo de revisitarla constantemente (a la historia) para desterrar los abusos del olvido.

Las arremetidas para reivindicar al dictador Alfredo Stroessner se corresponden con la presencia de gobiernos institucionalmente débiles. Como el de ahora. Con el añadido de que el actual Presidente de la República es un heredero nato de aquella época lúgubre para el Paraguay. Y por ser recurrentes estos intentos de limpiar el nombre del déspota, también nuestras respuestas son recurrentes. Nunca, si embargo, nos alimentó el odio, porque aprendimos a manejar con madurez los acontecimientos del pasado, evitando que perturben nuestro espíritu para vivir en paz el presente. “Procuremos que la memoria colectiva –aprendiendo con el historiador y escritor francés, Jacques Le Goff (1924-2014)– sirva para la liberación de los hombres y no para su sometimiento”. El ejercicio de la vida no es, por tanto, incompatible con el ejercicio de la memoria.

En los últimos días hemos escuchado condenables afirmaciones que, como ya expresé durante algunas entrevistas, son un verdadero insulto a las víctimas de la dictadura, una afrenta a sus familiares y una burla a nuestra memoria como pueblo. Ese cuadro tiene como protagonista permanente al señor Mario Abdo Benítez, al que ahora se sumaron Fernando Lugo y Hugo Velázquez. En el primer caso es una defensa de su propio pasado porque todo lo que tiene es producto de la dictadura. En los dos últimos, habría que realizar profundas exploraciones sociológicas para interpretar sus objetivos. A favor de Lugo podríamos alegar que, perdido en el laberinto de sus apetitos carnales, probablemente no se haya enterado de nada, así como no se enteró del secuestro y asesinato de Cecilia Cubas. Y en el caso del vicepresidente Velázquez, porque seguramente está convencido de que existe un nicho electoral que siente nostalgias por el autoritarismo como modelo de gobierno.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Tal vez fueron las expresiones del ex obispo de San Pedro –de que Stroessner “pudo haber sido un gran presidente si se retiraba en 1982″– las que animaron al actual Vicepresidente a declarar eufórico, como promesa electoral: “Vamos a hacer que en el campo se vuelva a vivir bien, que se vuelva a vivir como en la época del general Stroessner”. Un presidente en el cargo, un ex presidente y otro que quiere serlo, manejando un mismo discurso de reivindicación de la dictadura debería movilizar a la conciencia ciudadana. Empezando por una clase política que no tuvo reacción y por determinados medios de comunicación que reaccionaron tardía y tibiamente. Se nos quiere convencer a toda costa de que el régimen que nos sometió desde 1954 hasta 1989 tuvo más luces que sombras. Pero, por hoy, detengámonos en esas dos expresiones claves: hubiera sido un gran presidente si se retiraba en 1982 y los campesinos volverán a vivir bien como en la época del general Stroessner. Antes, mucho antes de 1982, las brutales represiones fueron el medio para intimidar a una población indefensa. Y fueron los campesinos sus víctimas preferidas. Especialmente aquellos que entendieron que la organización comunitaria era el camino para alcanzar una vida mejor.

En la década del setenta del siglo XX tenemos tres hechos a los que, ahora resulta obvio, debemos revistar de tanto en tanto para que el olvido no sepulte la memoria: a) El criminal ataque a las Ligas Agrarias Cristianas de San Isidro del Jejuí, departamento de San Pedro, en febrero de 1975. Policías y militares tomaron por asalto la comunidad convirtiéndola en un enorme campo de concentración. b) En abril de ese mismo año, la II División de Infantería arrasa y quema los ranchos campesinos de la Colonia Buena Vista de Yhú, departamento de Caaguazú. Las familias fueron apresadas y enviadas prisioneras a destacamentos militares y comisarías de la zona. c) En abril de 1976 se registra la sanguinaria cacería de Santa Rosa, Misiones. Torturados, asesinados (“abatidos en combate”) y desaparecidos (los que figuran como “empaquetados” en los Archivos del Terror) fue el saldo de aquella época en que “pudo ser un gran presidente” y “los campesinos vivían bien”.

A la conocida frase de que el presente es el resultado de las decisiones que tomamos en el pasado, el entonces ministro de Hacienda, Dionisio Borda, –víctima del estronismo– había añadido: “el futuro será el resultado de las decisiones que tomemos en el presente”. Una dictadura solo proyecta sombras. Su única luz es el brillo de la sangre derramada de sus víctimas. Buen provecho.

Dejanos tu comentario