Julian B. Rotter (1916-2014), psicólogo clínico estadounidense, estudió a la personalidad a través de la interacción del sujeto con su medio ambiente significativo. La definió como un aspecto direccional de la conducta dirigida a metas de acuerdo con la historia de aprendizaje y la susceptibilidad a ciertos eventos reforzantes. Elaboró una teoría del refuerzo de expectativas sobre sus posibilidades de éxito o de fracaso y denominó “locus de control” al rasgo central de la personalidad que se define por la creencia del individuo en la responsabilidad que tiene su propio actuar.

Nos dirigimos hacia donde decidimos ir. Lo que implica saber qué caminos recorrer aunque en el trayecto surjan probablemente constantes pruebas que generen permanentes elecciones, y de esa forma se active lo que el profesor Rotter denominó “libertad de movimientos”, que es la expectativa que se tiene de obtener satisfacciones si se ponen en práctica ciertas acciones que a su vez obtienen ciertos refuerzos. Una gran libertad de movimiento implica una expectativa de éxito, mientras que una pequeña libertad implica una expectativa de fracaso.

Hay horizontes cuando hay objetivos. El doctor Julian resaltaba la importancia de la fijación de objetivos mínimos en la vida. La elaboración progresiva de etapas fortalece las opciones de avanzar armónicamente y de aprender sólidamente las enseñanzas que dejan los hechos que se viven. Si se asume lo propuesto, el lenguaje que se utiliza es un soporte de identidad que visibiliza lo que uno es. Y que sirve como espejo ideal para conocerse íntegramente. La unidad de la personalidad vitaliza la conducta del aquí y el ahora, que de alguna manera se sostiene de las experiencias adquiridas en ese transcurrir vivenciado.

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Un refuerzo es un estímulo positivo o negativo que incrementa la chance de que una cierta conducta se vuelva a realizar o se rechace en el futuro. Si nos disponemos a reforzar lo que nos ayuda a superarnos estamos activando el despliegue esplendoroso de nuestras capacidades. Por lo tanto, las probabilidades de alcanzar determinadas situaciones pregonadas se tornan mentalmente accesibles. El potencial de la conducta fluye y eso eleva las expectativas aliadas al crecimiento.

Si preferimos reforzar nuestras virtudes el mundo subjetivo atesora lo valioso de los momentos determinados en donde ellas hacen su aparición. De tal forma que la conjunción de sensaciones que suceden repercute en la emotividad de quien las vive, generando la retención en la memoria de la satisfacción obtenida. Rotter conceptualizó al grado de preferencia de un refuerzo elegido entre varios que tienen la misma posibilidad de aparecer como “valor del refuerzo”; y contempló la existencia de refuerzos internos que son los que surgen de la experiencia subjetiva de un suceso y refuerzos externos ocasionados por la presencia misma del acontecimiento.

Las aspiraciones también necesitan refuerzos. Y además conviven con los refuerzos seleccionados por quienes cohabitan socialmente. Si cada uno selecciona los refuerzos que fomentan acciones positivas es factible que los lazos colectivos sean testimonios estimulantes de vida.

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