• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Una multitud de politólogos, historiadores, sociólogos y analistas de variada medición académica suele tratar de desentrañar la vida interior de la Asociación Nacional Republicana con puntos de vista que son inseparables de las tendencias ideológicas de quien los formula. Pero por encima de un anticoloradismo cerril, demostrado y asumido, algunos se esfuerzan por justificar sus diagnósticos desde el decir epistemológico mientras otros despegan (no aterrizan) con las más absurdas y extravagantes suposiciones, divorciadas de cualquier atisbo de seriedad. En el periodismo, desde la cotidianidad leída al vuelo se pretende fijar verdades absolutas, pero felizmente para los infractores, lo cotidiano termina sofocado por lo cotidiano. Y nadie se acuerda de los heréticos que abjuran de la lógica como presupuesto para la argumentación. No hay registros de la memoria diaria.

En cuanto a la perspectiva republicana, se extravió la lente de la autocrítica de quienes, desde diferentes profesiones (abogados, médicos, periodistas), examinaron con rigor y honestidad intelectual el transcurrir histórico de su partido y de la política misma y que quedaron impresos en libros, folletos y páginas de diarios, y cuya recuperación y reedición a nadie les preocupa. Incluso, dejando de lado la monumental obra de contestación al liberalismo de J. Natalicio González, los colorados deberían ser los primeros interesados en fertilizar sus mentes con escritos que exploran con mirada escrutadora la vida institucional del Partido Nacional Republicano. Entre ellos los de Ricardito Brugada, Pedro Pablo Peña, Antolín Irala, Telémaco Silvera, J. Isidro Ramírez, Epifanio Méndez Fleitas y Osvaldo Chaves. A partir de 1960 aproximadamente esa lente quedó desenfocada por la apología y el incienso. Aplicando una “estrategia de la ilusión” se procedió a la manipulación, el engaño y la mutilación de la historia.

Y otros, como es mi caso, desde nuestro “takuru de gacetillero” (Juan Bautista Rivarola Matto) intentamos descifrar las mismas realidades –con paciencia de artesano y corazón de artista– mediante la tediosa, pero provechosa, observación de las prácticas sociales y políticas que se repiten con sistemática asiduidad y mediante las cuales es posible establecer ciertos patrones que nos permiten orientar las conclusiones de los análisis. Pero como los agentes que provocan los cambios siempre tienen la última palabra, aun a pesar de las estructuras, es una probabilidad cierta que estas conclusiones puedan tener el carácter de provisorias.

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Una respetada historiadora declaró días atrás que “los colorados no suelen apostar dos veces por un candidato que ya perdió” refiriéndose a una eventual nueva candidatura de Santiago Peña en las internas del Partido Colorado del año próximo. Empezó, sin embargo, su análisis con una aclaración: “Puedo estar equivocada”. No existe –también puedo estar equivocado– una experiencia regularmente recurrente que logre sostener tal afirmación. Porque la dinámica de los movimientos internos depende directamente de quién ejerce el liderazgo. Ese líder acostumbra a ser el candidato. Por lo general, en la primera adversidad se autoexcluye de futuras competencias electorales. Y sus movimientos desaparecen. Salvo el excepcional caso de Luis María Argaña. Triunfó en las internas de diciembre de 1992, pero le robaron. Ganó sin despeinarse la Junta de Gobierno en junio de 1996. Perdió frente a Lino Oviedo en setiembre de 1997. Era candidato seguro para el 2003, pero fue asesinado en marzo de 1999. La única vez que Argaña cedió una candidatura fue cuando lideraba el Tradicionalismo Ortodoxo. Luego, nunca más. Después del Movimiento de Reconciliación Colorada el otro que sobrevivió a varias elecciones y a una derrota es Honor Colorado. Todavía vigente. Con una particularidad: su director principal no puede ser candidato. Por tanto, la expresión “los colorados no suelen apostar dos veces” se circunscribe a este exclusivo caso: Horacio Cartes-Honor Colorado-Santiago Peña.

No obstante, este análisis de los escenarios políticos, como explica el medio donde se publicó la entrevista, tiene una contraparte no valorada. Y que si fuera por los mismos hechos puntualmente frecuentes tendría sentencia de certeza: nunca un candidato del oficialismo, por el desgaste natural del poder, llegó a la presidencia de la República. Mas, como dijimos más arriba, los agentes-electores tienen en sus manos crear, reproducir o transformar procesos. Hagamos un pequeño relatorio al respecto. Durante la transición democrática, el candidato del general Andrés Rodríguez fue derrotado en las urnas, pero ganó adulterando actas. El candidato del ingeniero Juan Carlos Wasmosy ni siquiera pasó las internas; las elecciones de la ANR del 2002 fueron absolutamente atípicas: Nicanor Duarte Frutos fue candidato por el Movimiento de Reconciliación Colorada, aunque no del presidente Luis Ángel González Macchi. La candidata de Duarte Frutos perdió en las generales y lo mismo le pasó al candidato del radical auténtico Federico Franco. El más reciente fue el triunfo de Mario Abdo Benítez sobre el oficialista Santiago Peña. Un Santiago Peña al que ahora le toca remar desde la oposición partidaria.

En un ambiente donde la vocinglería intenta aturdir a la razón, el discurso estridente a la racionalidad epistemológica y la visión crítica es empañada por el fanatismo anti y pro nos queda el recurso de los juicios que parten de indicios y observaciones. Aunque nadie les preste atención por estar muy ocupado en construir su propia y subjetiva versión de lo ya ocurrido y de lo por venir. Buen provecho.

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