La encíclica del papa Benedicto XVI “Deus caritas est” (Dios es amor) nos recuerda una de las verdades fundamentales de la fe cristiana: el Dios en el cual creemos, es amor. No es justo decir que él tiene amor, como algo secundario, pero sí que el amor es su esencia, es su ser. Él es, por ejemplo, amor omnipotente, o sea pude hacer todo lo que esté en el límite del amor, y esto significa que es impotente para hacer cualquier cosa que esté fuera del amor.

Cuando Dios nos hizo, él nos ha hecho a su imagen y semejanza, nos creó con la capacidad de transformarnos en amor, así como él es. Esta preposición “a” de la frase “hecho a su imagen...” nos indica una tendencia, una dirección, un proceso. Dios no nos hizo listos, terminados y completos.

Él nos creó para que pudiéramos hacernos y completarnos en la historia, en nuestras opciones concretas de cada día. Solo Jesucristo es imagen perfecta de Dios, nosotros “a imagen” tendemos hacia él. Jesucristo es el amor hecho hombre, nosotros somos llamados (significa, tenemos la vocación) a transformarnos en amor.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Todo esto nos parece muy lindo. Es nuestro sueño, es nuestro ideal. El problema es que desde el pecado original la capacidad de amar del ser humano fue contaminada por el egoísmo, por la envidia, por la soberbia, por el erotismo, por la avaricia, por la desconfianza, por la inseguridad... y todo esto nos hace mezquinos en el amor. Fácilmente confundimos el Amor auténtico con otros sentimientos o hasta con puros placeres. Tantas otras veces pensamos que amar es suplir nuestras carencias, o tener alguien que adule nuestro “ego”. Con la máscara del amor tantas veces lo que buscamos es apropiarnos de personas, de encargos, de animales, de bienes materiales... para suplir en nosotros lo que sentimos estar en falta. El ideal cristiano quiere recuperar nuestra capacidad primera. Es por eso que la primera cosa que debemos hacer es refundar nuestra capacidad de amar. Debemos buscar de sanarla en su origen.

Cuando el evangelio nos dice que el primer mandamiento es: “Al Señor tu Dios amarás con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas”, quiere justamente ayudarnos a reentrar en este camino de amor autentico. Amar a Dios en primer lugar, no significa sustraer amor a los demás, al contrario, es capacitarse para amar a los demás purificado del egoísmo y de los demás defectos que puede tener nuestro amor humano.

Esto es una cosa importante que debemos entender: el amor hacia Dios no entra en competencia con el amor hacia los demás, sino que lo funda, lo refuerza, lo anima y lo mueve. Solo quien ama a Dios sobre todas las cosas, puede verdaderamente amar a los demás y dar su vida por los demás. Es amando a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra inteligencia y con todas nuestras fuerzas, que nos reencontramos con nuestro ser original: creados a imagen y semejanza de Dios, creados para transformarnos en amor.

El marido solo puede amar a su esposa de verdad, con este amor que es respeto, servicio, fidelidad, reconocimiento, ternura ... cuando aprendió a amar a Dios con todo su corazón, pues fuera de esto su amor será siempre marcado por el egoísmo, por los celos, por la opresión, por las exigencias....

El padre o la madre solo podrá amar bien a su hijo, con este amor maduro que es cariño, comprensión, capacidad de sacrificio, colaboración, generar oportunidades, sin querer hacer del hijo una simple proyección, respetando su propia personalidad, cuando ya aprendió a amar amando a Dios con todo corazón...

Lo mismo los hermanos, los amigos... solo pueden amarse auténticamente, sin egoísmo, celos, envidias, disputas, sin abusos o aprovechamiento, cuando fue capaz de sanar su capacidad de amar con la medicina del divino amor. Hasta mismo nuestra sexualidad, tan identificada con el amor, viene sanada y purificada cuando en primer lugar amamos a Dios, pues dejar de ser un utilizar del otro solo para una vana satisfacción personal. Hoy, el evangelio nos dice: quien quiere amar de verdad, debe primero amar a Dios con todo su ser pues solo así podrá verdaderamente amar a los demás. Sin embargo, este amor hacia Dios que nos da la capacidad de amar en el modo justo a las demás personas, a las otras criaturas, a los bienes de este mundo, no es fruto de un simple acto de voluntad, o apenas cosa de una palabra pasajera, sino que es una conquista cotidiana, a través de la oración, de los sacramentos, de la escucha de su palabra...

Señor, yo quiero también ser amor, como tú eres, dame la gracia de amarte con todo mi ser, para así ser capaz de amar también con todo mi ser a los demás.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

Etiquetas: #Dios#Jesús

Dejanos tu comentario