Cuentan que un hombre iba conduciendo por una carretera de España cuando de pronto se detuvo porque un gran rebaño de ovejas le cerraba el paso. Eran muchas y durante varios minutos el pastor intentó apartarlas del camino mientras era atentamente observado por el conductor.
Finalmente, el curioso visitante saludó al personaje campestre y sin vueltas le lanzó un desafío:
-”Buen hombre, ¿si acierto la cantidad exacta de animales que compone su rebaño me ganaría una oveja?”.
El pastor, curioso, aceptó la apuesta porque consideraba que era imposible que el desconocido supiese la respuesta, sin embargo este le lanzó un contundente 497, que era el número cierto.
Sorprendido, el humilde campesino fue honrado y reconoció la victoria del foráneo, por lo que le autorizó a que cobrase su oveja ganada en buena ley.
El citadino eligió un animal y lo subió al auto, pero cuando estaba a punto de marcharse escuchó que le hacían esta propuesta:
-”Buen hombre, ¿si acierto quién es usted me devolvería mi animal?”.
Como él nunca antes había estado siquiera por esa región, el conductor aceptó la apuesta. Y el pastor, con mucha seguridad, respondió: “Usted es el ministro de Ganadería de España”.
Estupefacto y a la vez maravillado, el automovilista también fue honesto y reconoció su derrota y acto seguido devolvió el animal, pero antes de seguir viaje le preguntó al pastor cómo lo había descubierto. Y este le respondió:
-”¿Quién más que el ministro de Ganadería de España, pudiendo elegir entre tantas ovejas, alzaría a su coche al perro?”.
Este viejo chiste da pie para recordar a otro ministro, esta vez de Educación, que conduce por esta parte del mundo. Y aunque él no es de Galicia, el nivel educativo que otorga a sus alumnos no tiene nada que envidiar al de los más brutos chicos de los cuentos gallegos.
En este caso, no solo el ministro es responsable del mediocre –y mediocre es hablar bien– aprendizaje de los alumnos, sino que también lo son los maestros, cuya formación es comparable a la de la más excelsa universidad gallega. Del cuento gallego, se entiende.
A estos “responsables” se suman los inconscientes dirigentes gremiales que enarbolan una lucha de 16% sumando días no trabajados a costa de incrementar ignorancia a sus pupilos y de “heroicas” huelgas de hambre con las que con egoísmo exigen mejor nivel de vida personal, olvidando su deber sagrado, es decir, ocuparse de elevar el nivel educativo de los futuros ciudadanos y del devenir mismo de toda la nación.
Estas consideraciones vienen al caso debido a la muerte de Robin Wood y a las muestras de sincero pesar de cientos de miles de lectores que lo despidieron a través de las redes sociales y reconocieron en él a un maestro que los llevó no solo por los lejanos desiertos de África o la antigua Mesopotamia, sino que a sitios imaginarios de lejanas galaxias. Pero él hizo más. No solo enseñó geografía e imposibles, sino que sembró en el alma de los jóvenes de décadas pasadas –hoy convertidos en adultos– valores que los convirtieron en buenos ciudadanos.
-”Buen hombre, si acierta la cantidad exacta de entre los cientos de miles de alumnos que hay hoy en el país cuántos juntan su platita y van corriendo al kiosco a comprarse una revista para leer, usted se gana una oveja”.
Sí, la respuesta es cero. Ni uno solo, a diferencia de antes, cuando las historias de “El Tony” o “D’Artagnan” se agotaban en las estanterías.
Y sin embargo ni los maestros de hoy, ni siquiera el propio ministro, logran que un solo alumno tome un libro y lo lea por propia voluntad.
Hoy los niños “viben aki prsos de Wandanara” en la pantalla de sus celulares y luego toda esa frustración, ese vacío, encuentra respuesta en las drogas. Y luego se preguntan por qué cada vez más jóvenes se pierden en chespis o por qué el auge del narcotráfico.
Hace un mes atrás, antes de producirse el deceso de Robin Wood, me preguntaba por qué el Ministerio de Educación no integraba las historietas como una estrategia de enseñanza. Si bien dar clases no es muy popular entre los niños porque resulta una obligación, ¿no sería lógico optar por educarlos de manera divertida?
En un siglo caracterizado por la inmediatez y por valores efímeros y retorcidos, la lectura es un arma noble que no solo sirve para defenderse de la ignorancia, sino que también para aprender a vivir.
Con lectura tal vez no subamos un perro al coche.
O quizás sí, si nos gustan los perros. Pero esa va a ser una decisión razonada, no un chiste de gallegos.